Dossier de movimientos por la paz en Israel

BTselem, el dilema israelí de los derechos humanos

Albert Camus escribió en 1943: "Quiero poder amar a mi país y al mismo tiempo amar la justicia". Un patriota busca eliminar esa contradicción, no negando ni silenciando la realidad, sino cambiándola.
Por Kevin Ary Levin *

En 1989, mientras se vivía el segundo año de la Primera Intifada, un grupo de activistas y académicos israelíes fundó BTselem, Centro Israelí de Información sobre Derechos Humanos en los Territorios, una organización cuya misión es «documentar y educar al público israelí y dirigentes políticos sobre violaciones a los derechos humanos en los territorios ocupados, combatir el fenómeno de negación preponderante entre el público israelí y contribuir a la creación de una cultura de los derechos humanos en Israel».
La situación contra la que peleaban no cambió y, en muchos sentidos, se agravó. Hoy BTselem lucha contra el status quo en los territorios palestinos (que incluye arrestos sin cargos, demolición de hogares, abuso de autoridad, límites a la libertad de movimiento, expansión de asentamientos, apropiación de tierra y tanto más) a través de la divulgación de información en la forma de informes escritos (en hebreo, árabe e inglés) así como evidencia y testimonios audiovisuales, además de participar en manifestaciones y otras medidas para poder cambiar esa situación. De esta forma, lleva la realidad de los territorios ocupados a la mayoría de los israelíes para quienes el conflicto y la vida de los palestinos no les resulta cercano.
Por las características de su tarea, no es sorprendente que en una sociedad dividida en torno a la cuestión de los territorios palestinos BTselem sea una organización alabada y criticada a la vez. Mientras que parte de la sociedad israelí (generalmente identificada con la izquierda política) la visualiza como una salvaguarda importante de la democracia y la igualdad en el país, para otros la organización distorsiona la información que proporciona y, sobre todo, contribuye a perjudicar la imagen de Israel en el mundo.
Su compleja situación y su visibilidad pública llegaron a su punto máximo durante el pasado mes de octubre cuando su director ejecutivo, Hagai El-Ad, participó de una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU titulada «Asentamientos israelíes ilegales: obstáculos para la paz y la solución de dos Estados». Su discurso, publicado en español en el sitio web de Nueva Sion el 24 de octubre, constituye un testimonio sobre la vida palestina bajo ocupación y un llamado a la comunidad internacional a asumir un rol activo y presionar al gobierno israelí para cambiar esta situación permitiendo la creación de un Estado palestino. Es entonces cuando la crítica se fortalece: Danny Danon, embajador israelí ante la ONU, acusó a la organización de «sumarse a los esfuerzos palestinos de terror diplomático contra Israel». Diputados vinculados al Gobierno avanzan durante estos días en una ley que eliminaría a BTselem de las organizaciones donde es posible hacer «servicio nacional», una alternativa que tienen los jóvenes israelíes al servicio militar. El líder de la coalición gubernamental, David Bitan, afirmó que El-Ad debería ver revocada su ciudadanía, mientras que en segunda instancia propuso una ley que penalizaría a los israelíes que critiquen a su país ante un organismo internacional con el potencial de imponer sanciones contra Israel, como el mismo Consejo de Seguridad. Medios de comunicación se dedicaron también a señalar que las donaciones de BTselem provienen en buena medida del exterior, insinuando así la defensa de intereses extranjeros por sobre el interés nacional.

Las delirantes propuestas de Bitan despertaron críticas generalizadas saliendo de la marginalidad de derecha, incluso de sus compañeros de fuerza. Después de todo, hasta personas críticas a la labor de BTselem y organizaciones similares conocen los costos políticos de la censura, que superarían a las críticas que ellos mismos buscan evitar. De hecho, mientras las repercusiones negativas por la presencia de El-Ad en la ONU llenaban los diarios y noticieros, BTselem vio un aumento sin precedentes de donaciones de particulares interesados en apoyar los objetivos de la organización.

Interrogantes que emergen
Incluso descartando la posibilidad de medidas represivas, el caso BTselem abre una serie de pre-guntas. La dependencia parcial del apoyo extranjero es parte de la realidad actual de organismos de derechos humanos israelíes como Paz Ahora, Rompiendo el Silencio, Yesh Din y otros, que miran hacia afuera del país para obtener recursos y apoyo político. ¿Responde esta estrategia internacional a una situación de impotencia local y la apatía de la sociedad israelí ante el mensaje que transmiten? Y si lo es, ¿contribuye esta «conexión internacional» (y el uso que le dan los medios oficialistas) a su relativo aislamiento del consenso nacional israelí? Después de todo, incluso algunos israelíes que podrían identificarse con el mensaje de BTselem por los derechos humanos pueden oponerse a intervenciones que contribuyan al aislamiento diplomático de Israel y que pueden fortalecer a los esfuerzos de la campaña BDS. En otras palabras, ¿corren el riesgo las organizaciones israelíes de derechos humanos de convertirse meramente en “organizaciones extranjeras” con representación en Israel?
El debate sin dudas debe encontrar oídos empáticos en la comunidad judía argentina, mayorita-riamente ajena a esta noticia en particular pero habituada al argumento de que los «trapitos su-cios se lavan en casa». Quizás también suene familiar en Argentina, donde durante la última dictadura militar los esfuerzos de exiliados por generar una respuesta internacional al genocidio en nuestras tierras fueron tildados de «antiargentinos».
Días después de su intervención en la ONU, Hagai El-Ad publicó una respuesta a las críticas en el matutino Haaretz, donde declaró: «Hablé en la ONU contra la ocupación porque soy israelí. No tengo otro país. No tengo otra ciudadanía ni tengo otro futuro. Crecí aquí y seré enterrado aquí. Me preocupa el futuro de este lugar, el futuro de su gente y su destino político, que es mi destino también. Y a la luz de todos estos vínculos, la ocupación es un desastre… No hay forma de que la sociedad israelí termine con esta pesadilla por su propia voluntad y sin ayuda. Demasiados mecanismos aíslan la violencia que imponemos y evitan que asumamos control sobre ella. Demasiadas excusas han sido acumuladas. Hay demasiados miedos y demasiada furia, en ambos lados, acumulados a lo largo de los últimos 50 años. Al final, estoy seguro, los israelíes y palestinos terminaremos con la ocupación, pero no lo podremos hacer sin la ayuda del mundo».
Los exiliados y familiares de víctimas que acusaron al gobierno militar argentino no eran «antipa-trias», sino el ejemplo de patriotas que, afectados y dolidos por lo que se había convertido su país, acudieron al exterior para salvar lo que quedaba de él, quizás más idea que realidad. Albert Camus escribió en 1943: «Quiero poder amar a mi país y al mismo tiempo amar la justicia». Un patriota busca eliminar esa contradicción, no negando ni silenciando la realidad, sino cambiándola, como hacen los israelíes que actúan contra la ocupación, tanto por el bien de los palestinos como por ellos mismos. La estrategia internacional no carece de polémica pero, en el contexto de un consenso local que preserva el status quo, es claramente válida. En todo caso, una vez identificados los riesgos que conlleva la ocupación prolongada de los territorios palestinos, se nos presentará como simplemente una distracción o como un debate de formas, y no el debate de fondo que se debería promover al interior de la sociedad israelí y el mundo judío sobre el destino político de Israel.

* Lic. En Sociología y Docente.