Buenas noches. Ante todo envío un cordial saludo a los recipientes de este premio, la organización Rompiendo el Silencio, que se lo merece como nadie. Un saludo cordial a los organizadores del evento de esta noche, que no es un acontecimiento sencillo; y un cordial saludo a todos los reunidos aquí.
Me pregunto a menudo, y especialmente los últimos días, por qué organizaciones como Rompiendo el Silencio, BTselem y Paz Ahora despiertan en tantas personas sentimientos de miedo, ira y hostilidad. No es sólo entre personas de extrema derecha, ni es sólo entre quienes se oponen a nosotros en su corazón y su alma, sino también sucede entre personas que se consideran a sí mismas personas de centro o moderadas.
El motivo de esta hostilidad no es que todos nuestros contrincantes son racistas. La vasta mayoría de ellos no lo son. No tiene que ver con que sean violentos, ya que la mayoría de nuestros rivales políticos no lo son. Tampoco se debe a que odian a los árabes, porque la mayoría no lo hace.
¿Cuál es entonces el motivo? Es muy sencillo: las personas se quieren sentir bien, y Rompiendo el Silencio se los impide. La gente quiere que el Estado de Israel se luzca bien y creen que Rompiendo el Silencio y BTselem hacen que el país quede mal. Esta sensación es completamente humana. No desprecio el deseo de otro de sentirse bien con lo suyo, ya que yo también deseo sentirme bien. Tampoco desprecio a quienes sienten vergüenza cuando Israel es vista de forma negativa.
Ellos creen, erróneamente en mi opinión, que el motivo por el cual el Estado de Israel es visto negativamente es que hay personas que exponen los desvíos morales del país. Se equivocan, y quiero hablar de este error.
Tal vez sea conveniente empezar compartiendo una lista selecta de famosos rompedores de silencio.
Natan, el profeta del Tanaj, fue un claro rompedor del silencio. Denunció al Rey David, el Salmista, ancestro del Mashiaj, el más grande de los reyes de Israel, el constructor de Jerusalén. Este hombre, Natan el profeta, le habló al mundo entero y gracias a él el mundo entero sabe que David hizo cosas terribles. ¿Cómo es posible? Los profetas Irmiahu (Jeremías) y Amós (en cuyo honor fui nombrado, y estoy agradecido con mis padres que así lo hicieron) fueron protagonistas de historias similares.
Si saltamos cien generaciones para adelante, Yosef Jaim Brenner fue un brillante rompedor del silencio. Natan Alterman, en su poema ‘Sobre esto’ y en otras obras fue un claro rompedor del silencio. AB Yehoshua se unió a esta tradición a través de sus cuentos y artículos. Deberíamos también incluir a Jaim Najman Bialik, rompedor de silencio escandaloso, que expresó al pueblo judío cosas difíciles, terribles y vergonzosas. ‘Tal como han sido, sigan siendo mendigos’, escribió en su poema ‘En la ciudad de la matanza’. Todos nuestros enemigos podrían citar esas palabras para utilizarlas en nuestra contra. Básicamente, todos los profetas de Israel se incluyeron en esta tradición.
Cuando lo pienso, una de las cosas que quiero que nuestros adversarios y contrincantes tengan en cuenta es que la fortaleza moral no es un lujo. La fortaleza moral es una necesidad existencial para un pueblo, para una sociedad, para los seres humanos y también para un individuo aislado. La fortaleza moral no es algo que podemos dejar para mejores días, para cuando termine la guerra y lleguen días normales y la tierra esté calmada por 40 años, para en ese momento ir al ático o al sótano y recuperar nuestro instinto moral limpio, casi nuevo, para mostrárselo a todo el mundo. No, el impulso moral es un asunto fundamental desde el primer paso.
Hace algunos años, viajé a Roma con mis hijos y nietos. Fuimos a ver el Foro Romano y al Coliseo, las ruinas del mayor imperio de la Antigüedad. Junto a esas magníficas antigüedades, había un puesto con guías turísticas baratas, que se vendían a tres euros. Conté folletos en 26 idiomas y, al mirar más de cerca, encontré material en hebreo pero no en latín. En Roma justamente, junto al Coliseo. Esto no es gracias a nuestra fortaleza física ni a nuestras divisiones ni a nuestro heroísmo ni a nuestro convencimiento. Es gracias a la fortaleza moral que este pueblo demostró en los buenos momentos. No siempre. No a lo largo de toda nuestra historia.
Las personas que le dieron a Jerusalén su nombre y su lugar en la humanidad no fueron los reyes de Israel (con todo el respeto que se merecen) sino los profetas, esos grandes educadores de la moral. Son ellos quienes portan el núcleo, la promesa para la existencia milenaria de un pueblo que no es ni grande ni fuerte, aunque en épocas recientes se maneje en la autopista internacional como si manejara un camión destructivo en vez de un scooter pequeño.
No quiero despreciar ni ridiculizar a las personas que se quieren sentir bien consigo mismas. En su lugar, quiero contarles algo que todo el mundo sabe con excepción de nuestros adversarios en Israel: uno de los pocos motivos que tienen los israelíes fuera del país de sentirse bien con respecto a su país es que tenemos organizaciones como Rompiendo el Silencio, BTselem y Paz Ahora, que tenemos una lucha continua por la justicia social, que tenemos (por ahora) un periodismo más o menos libre. O en todo caso, hay una lucha por mantener al periodismo más o menos libre. Y tenemos (por ahora) libertad de expresión, una que convierte a uno en blanco de amenazas, pero que por ahora sigue siendo libre. Estas son las cosas que le dan a Israel su cara bonita. Estas son las cosas que nos hacen sentir bien con nuestro país. Con respecto a otras cosas que hace Israel hoy, no los van a hacer sentirse bien, ni fuera del país ni en el interior de sus casas. Ni siquiera en silencio, frente al espejo, cuando no se grita ni se insulta, cuando no se cantan consignas ni se levantan los puños, en el máximo silencio también ustedes pueden llegar a sentirse mejor, quizás incluso sea positivo para ustedes y para sus hijos, que en este país existan Rompiendo el Silencio, BTselem, Paz Ahora y docenas de otras organizaciones de derechos humanos que trabajan no solamente con el conflicto árabe-israelí, que siga existiendo una prensa combativa, que siga existiendo conciencia pública y que continúe una dura batalla de ideas.
Les diré un secreto y les pido que no me citen: yo amo a este país incluso cuando no lo puedo soportar. Lo amo por una larga tradición (hoy en peligro pero existente) de debate feroz. Cada fila en una parada de colectivo es un seminario callejero; cada persona es un potencial Primer Ministro, si no un profeta o el Mashiaj. Todos sabemos todas las respuestas y a ninguno de nosotros nos interesan las preguntas. Todos gritan todo el tiempo y nadie presta atención. A veces yo presto atención, de eso vivo.
Entiendo también a nuestros contrincantes y les dedico esta noche a ellos, no a nosotros, que sabemos por qué estamos aquí. Yo los entiendo. Hay algunos puntos que les dificultan realmente digerir un fenómeno como Rompiendo el Silencio, como BTselem y otras organizaciones. Por ejemplo, cuando afirman: ‘Es imposible que nuestros jóvenes hagan tales cosas, simplemente no puede ser. Conocemos a nuestros jóvenes’. Muchísimas personas tienen este mecanismo de defensa, y les diré que en general tienen razón. No tienen razón con respecto a docenas, tal vez cientos, de casos excepcionales. ‘¿Qué esperan? ¡Son malas hierbas! ¿Por qué hacen tanto ruido?’ Debido a que fui agricultor muchos años, les puedo compartir otro secreto: las malas hierbas siempre crecen muy cerca de los grifos. Siempre. Luego afirman: ‘Está bien pero, ¿por qué no podemos arreglar esto en silencio? ¿Por qué es necesario exponer esto ante los oídos del mundo?’ Hoy no existen los ‘oídos del mundo’. Ya pasaron las épocas en las cuales el mundo no escuchaba. Ya pasaron las épocas en las cuales podíamos susurrar sin que el mundo supiese qué estábamos susurrando, y viceversa. Todo intento de enterrar la desgracia, maquillarla, cubrirla, tarde o temprano acumulará pus y acumulará veneno y explotará ante los propios ocultadores, con el doble o triple de intensidad. No conviene. No les conviene. Es beneficioso abrir las heridas infectadas y contaminadas, exponerlas cándidamente apenas se pueda, ante la nación, ante el mundo, para el beneficio de la sociedad israelí. Sí, incluso para el beneficio de nuestros adversarios, quienes se encuentran manifestándose afuera de esta sala y quienes están hirviendo de ira en sus casas.
En la historia, a veces, no siempre, aquellos que fueron llamados traidores pasaron a ser revelados con el paso del tiempo como guías. No todo aquel llamado traidor tiene asegurado que en 100 o 200 años lo reconocerán y aplaudirán, esto no siempre sucede. Pero hay casos donde personas fueron acusadas de traición por sus compatriotas para ser luego reivindicados por las generaciones siguientes.
Irmiahu el profeta, que habló frente a Jerusalén, ante los reyes y el pueblo, les dijo: ‘No hagan esto. No insistan. No provoquen a potencias más poderosas. No generen ira contra ustedes porque no podrán resistir las consecuencias. No crean que su aliado es eterno, porque no existen aliados eternos en el mundo. No crean en su poder y su fuerza. Tengan cuidado’. A la gente de su época no les gustó. Los comentaristas en internet lo acusaron de zurdo. Lo mandaron al calabozo.
Saltando 50 generaciones, Abraham Lincoln, el presidente estadounidense que liberó a los esclavos de su país, también fue acusado de traidor. Iniciaron una guerra civil sangrienta en su contra. Al final lo asesinaron. Winston Churchill, el líder que desmanteló el Imperio Británico, fue llamado traidor por millones de sus compatriotas. Charles de Gaulle, que llegó al poder gracias a las bayonetas del ejército francés y el apoyo de la derecha francesa, decidió devolver Argelia a los argelinos y fue acusado de traidor y lo quisieron asesinar. Los valientes militares alemanes que buscaron asesinar a Hitler en 1944 fueron ejecutados por traición. Mijail Gorbachov desmanteló el bloque soviético y al día de siguen habiendo muchos comunistas ortodoxos en la ex Unión Soviética y el resto del mundo que lo ven como el máximo traidor.
Autores, intelectuales, artistas: Emile Zola, Thomas Mann, Pasternak, Solzhenitsyn. ¿Por qué irnos tan lejos? En nuestra propia historia reciente, Teodoro Herzl, el visionario del Estado judío de cuya famosa frase ‘Si lo quieren, no será una leyenda’ tomó su nombre el actual movimiento de derecha israelí ‘Im Tirtzú’, estaba dispuesto a considerar en un momento de desesperación a Uganda como una alternativa a la Tierra de Israel como patria temporal del pueblo judío. Lo acusaron de traidor. David Ben Gurion, el fundador del Estado judío, el hombre que aceptó a regañadientes la partición de la Tierra de Israel entre sus dos pueblos, fue llamado traidor, y no sólo por los derechistas. También la facción maximalista del Movimiento Kibutz Meujad lo llamó así. Menajem Beguin devolvió el Sinaí a cambio de la paz con Egipto y miembros de su movimiento y de su partido lo acusaron de traicionar los ideales de Jabotinsky. Shimon Peres e Itzjak Rabin, que le dieron la mano a Yasser Arafat e intentaron llegar a un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos, fueron llamados traidores, los vistieron de kefías y asesinaron a Rabin. Anwar Sadat viajó a Jerusalén y habló ante la Knesset. Millones de árabes lo llamaron traidor y fue asesinado. Ariel Sharon, cuyas aplanadoras desmantelaron los asentamientos israelíes en Gaza, lo vistieron con kefía y lo llamaron traidor.
Puedo seguir así toda la noche, pero quiero decirles que este club es tan honorable que si lo comparáramos con el de los políticos, líderes e intelectuales que jamás fueron acusados de traición por sus contemporáneos, creo que el club de los ‘traidores’ es más respetado históricamente. Cuando alguien me llama traidor me agacho para levantar esta etiqueta y colocármela como insignia. Por lo menos tengo compañía excepcional.
Repito: no siempre ni en todo lugar, pero en numerosas instancias de la historia de nuestro pueblo y de otros pueblos, aquel que no puede generar cambio, o ni siquiera comprenderlo o tolerarlo, llama a quien sí cambian la realidad traidor. Simplemente no puede comprender el cambio: ‘algo le debe haber pasado, se golpeó la cabeza, se volvió loco. Quizás es un infiltrado, quizás le pagan del otro lado’. Quien no puede cambiar, comprender el cambio, tolerarlo, percibe al que cambia como traidor. Es humano: no nos enojemos, comprendamos.
Para concluir, en 100 o 200 años sabremos si quienes son condecorados esta noche, Rompiendo el Silencio, son efectivamente herederos de los profetas de Israel o no. Es imposible saberlo hoy pero lo sabremos en el futuro. No puedo afirmar eso hoy pero sí les puedo decir otra cosa: quienes hoy les tiran piedras son efectivamente herederos de aquellos que les tiraban piedras a los profetas de Israel. Muchas gracias.
Presentación y traducción Kevin Ary Levin