De la Guerra de los Seis Días a la imprevisibilidad actual

Medio Oriente, medio siglo después…

Otro mundo, otros escenarios, otras identidades, otras potencias, otros actores… Una guerra fría musulmana que se precipitó y un perpetuo conflicto israelí-palestino que ha perdido su centralidad en la dinámica regional.

Por Damián Szvalb

El Medio Oriente actual nada tiene que ver con el de hace 50 años. En el último lustro, la región sufrió cambios en sus órdenes sociales, económicos y políticos que modificaron absolutamente su fisonomía. La “Primavera árabe” sacudió las instituciones férreas y corruptas que se venían manteniendo a sangre y fuego desde hacía décadas. Se trató de revoluciones inéditas y auspiciosas. Sectores de la sociedad civil que habían vivido oprimidos por años lograron, en muchos casos, derribar dictadores feroces.
Pero lejos de iniciarse un proceso virtuoso de lenta democratización de sus estructuras, lo que dejó la “Primavera árabe” fue más caos e inestabilidad. Peor que eso: desapareció cualquier rasgo de estatidad en muchos países y lo que reina hoy es la anarquía, lo peor que le puede suceder a una región como Medio Oriente.
Mientras dirimen el liderazgo del mundo musulmán, Irán y Arabia Saudita son quienes hoy marcan la agenda. Hay que mirar a ambos países para entender el Medio Oriente actual. La región se está convirtiendo en un terreno de enfrentamientos -por ahora indirectos- entre estos dos países, que están transformando al mundo musulmán en un caos. La guerra civil en Siria, el rol sangriento del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria, y los bombardeos de Yemen por una coalición de nueve países árabes configuran el mapa del actual Medio Oriente.
Como hace mucho no se veía, la interna religiosa y étnica está alcanzando una dimensión desconocida y está ensanchando la grieta entre Irán y los países árabes, de amplia mayoría sunita. De la guerra fría global de la posguerra se pasó, 50 años después, a una inédita Guerra Fría musulmana que nadie pensó que podía darse tan rápidamente. Todos imaginaban que se desencadenaría una vez que Israel dejara de ser el enemigo en común a vencer tanto de sunitas como de chiitas. “La causa palestina” obligaba a todas las ramas del islam a dejar para más adelante sus profundas diferencias. Pero ahora, sunitas y chiitas, representados por Arabia Saudita e Irán respectivamente, se están disputando el liderazgo del mundo musulmán, y con el él, el de Medio Oriente.
Irán acaba de dejar de ser un paria para transformarse en el poder en el que ahora Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, se apoya con la esperanza de que va a ayudar a ordenar el caos regional. Arabia Saudita puede permitir cualquier cosa menos que Irán se transforme en lo que ya casi es: un líder regional que tiene a mano la posibilidad de alcanzar capacidad nuclear. Sólo tiene que engañar de nuevo a Occidente.

Los de afuera no son de palo
Hace 50 años, Estados Unidos empezaba a pisar fuerte en una región que durante las cuatro décadas siguientes intentó controlar de acuerdo a sus intereses de superpotencia. Hoy Obama se está yendo dando por finalizado ese camino de fuerte intervencionismo: Estados Unidos se desengancha del Medio Oriente, y su alianza con sus dos principales socios, Israel y Arabia Saudita -que fue avanzando hasta parecer indestructible- hoy atraviesa su peor momento.
En 1967, el Medio Oriente era uno de los escenarios más caliente de la guerra fría entre Estados Unidos y los soviéticos. Las guerras de los países árabes contra Israel eran un clásico de la época. Los gobiernos occidentales trataban de hacer equilibrio: no quería poner en peligro sus relaciones con los árabes. Su dependencia del petróleo los obligaba a eso. Pero tampoco podían dejar demasiado solo a Israel. Europa, sobre todo, tenía muy fresco aún la matanza de millones de judíos en los campos de concentración.
Hoy ya no existe más la Unión Soviética pero Rusia juega un rol cada vez más fuerte en Medio Oriente. Tiene todo a favor: Estados Unidos de la mano de Obama hace todo lo que puede para no hacer nada más mientras Europa no puede con su alma. Su tremenda crisis de identidad le impide pensar en otra cosa que no sea en cómo hacer para frenar su implosión. La crisis de los refugiados que se agolpan en sus puertas conmovió sus estructuras. Muy pocos creen que pueda revertir su deterioro. Y sobre todo, Rusia tiene a Putin. No hace falta  decir nada más.

Israel
En 1967, Israel consolidaba definitivamente un liderazgo regional que hoy ya no tiene, al menos no exclusivamente. El proyecto Dimona de desarrollo nuclear le garantizó por 50 años un escudo disuasivo inmejorable que, sumado a su excelencia militar convencional demostrada en las sucesivas guerras, lo hizo gozar de una posición inexpugnable. En aquel momento, Irán no era una amenaza para nadie. Los ayatolas permanecían en sus mezquitas y nadie podía imaginar que 50 años después iban a lograr colocar a su país en condiciones de desafiar el poder regional que desde ese momento era indiscutiblemente Israelí.
El descomunal triunfo militar en la guerra de los Seis Días generó las condiciones para que Israel entrara en un proceso de cambio histórico que marcaría los siguientes 50 años. El perpetuo conflicto con los palestinos se fue transformando en su talón de Aquiles. Las características que fue adquiriendo el conflicto y los sucesivos fracasos para resolverlo pasaron a condicionar todas las relaciones de Israel con sus vecinos y con el resto del mundo.
Pero la violencia, la destrucción y el desmembramiento que hoy sufre Medio Oriente redujo la atención y la centralidad del conflicto que israelíes y palestinos vienen protagonizando desde hace 50 años. Pasó de ser el conflicto que explicaba todos los males de Medio Oriente y el terrorismo a ser un asunto que ya parece no importarle a nadie, salvo a muchos palestinos y a muchos israelíes.

* El autor es Magister en Relaciones Internacionales (UTDT)