De Sulim Granovski

Los otros genocidios de Hitler

En el libro “Los otros genocidios de Hitler” (Peña Lillo, Ediciones Continente), del periodista Sulim Granovski, se contemplan las otras masacres perpetradas por el régimen nazi entre 1933 y 1945. Testigos de Jehová, homosexuales, gitanos, supuestos “débiles mentales”, discapacitados físicos, cristianos y dirigentes políticos e intelectuales, fueron también víctimas de un plan criminal que los exterminaba por sus propias convicciones religiosas, identidad sexual, ideológica y supuestas enfermedades mentales.

Por Darío Brenman

En el primer capítulo de la investigación de Granovsky, que se denomina “Alemania derrotada, Germen del Nacionalsocialismo”, el autor relata cómo a partir de una Alemania derrotada en la Primera Guerra Mundial, con humillantes condiciones económicas que le impusieron los países vencedores en el Tratado de Versalles, se gestó el germen para que un tiempo después Hitler tome el poder, el 30 de enero de 1933.
Granovski releva a través de diversas fuentes, cuál era la base religiosa que imperaba en Alemania en la década del ‘30: “El protestantismo, con sus casi 30 iglesias regionales, era la mayor de todas las confesiones religiosas existentes, con casi 40 millones. Dentro de este grupo surgieron los llamados cristianos alemanes, que luego abrazarán los preceptos nazis relacionados con la superioridad de la raza aria y la existencia de razas inferiores. Cuando los nacionalsocialistas llegaron al poder, este grupo se comprometió con la creación de una iglesia del Reich nacional y promovió una versión nazificada del cristianismo. La comunidad judía en Alemania era inferior al 1 % de la población total del país”.
A partir del segundo capítulo, el autor aborda los temas que dan sustento a esta investigación. El primero de ellos fueron los Testigos de Jehová. “La mayoría de ellos provenían de muchas nacionalidades y se les consideró una amenaza pacifista al régimen, ya que adoptaban la neutralidad, y se rehusaban tanto a participar del esfuerzo bélico de cualquier nación, como a renunciar a su fe. Eran neutrales en relación a las cuestiones políticas y raciales. Todos estos temas contradecían fundamentos básicos y acciones propias del nazismo”, señala Granovski
Cuando en 1939 estalló la guerra entre los Aliados y Alemania, ante la resistencia de este grupo en participar en esta contienda mundial, el comandante del campo de Sachsenhausen  ideó una medida “ejemplificadora” para presionar a este grupo a que renuncie a su fe. August Dickman, un joven de 23 años, que se hallaba preso, fue ejecutado con un tiro en la cabeza delante de todos sus compañeros. Lo mismo ocurrió en el campo de Buchenwald, cuando un oficial llamado Rodl dijo a los testigos: “Si alguno de ustedes rehúsa luchar contra Francia e Inglaterra morirán”. Ni un sólo testigo de Jehová respondió al llamamiento a luchar por Alemania. Según recuerda Eugen Kogon, un historiador y sobreviviente del Holocausto: “Cuando más se los oprimía más se afianzaban en su posición, y su resistencia se endurecía como el diamante”.
Según otro historiador alemán, Detle Garfe, “de los 25.000 Testigos de Jehová que vivían en Alemania en 1933, aproximadamente 10.000 de ellos fueron arrestados a los largo de los años en los que el partido nazi estuvo en el poder. Dos mil fueron arrestados en campos de concentración, y cerca de 1.200 murieron o fueron asesinados, incluidos 250 que fueron fusilados por negarse a hacer el servicio militar”.

Persecución a los homosexuales y gitanos
Alemania tuvo una larga tradición en la persecución a los homosexuales. En 1872, el código penal alemán incluyó en el artículo 175 la pena a una relación homosexual entre varones. Esa fue la base para que cuando el nacionalsocialismo tomó el poder, siguieron aplicando esta reglamentación, pero agravaron las penas de uno a diez años a los homosexuales “por tratarse de una degeneración racial trasmisible, como una plaga entre individuos, con el riesgo de que se extendiese a toda la población”.
Un caso notorio y poco difundido es la supuesta homosexualidad de Hitler. El autor cita al historiador alemán Lothr Machtan, catedrático de la Universidad de Bremen (El secreto de Hitler, Planeta 2001), donde relata que a los 19 años Hitler compartió una habitación en la que tuvo una relación sentimental con el estudiante de música August Kubizek. También durante la Primera Guerra Mundial, en las trincheras, tuvo otra relación con el soldado Erns Schmidt. Por otro lado, se presume que hubo atracción homoerótica con Rudol Hess y con su arquitecto Albert Speer.
Las políticas del nazismo contra los homosexuales se profundizaron. El 26 de octubre de 1936, Himmler formó dentro de la Policía de Seguridad la Oficina Central del Reich para Combatir el Aborto y la Homosexualidad. A partir de esta medida sobrevinieron múltiples actos de persecución. Entre 1933 y 1945 la policía arrestó aproximadamente a 100.000 hombres por homosexuales. La mayoría de los 50.000 condenados por los tribunales pasaron tiempo en prisiones regulares, y entre 5.000 y 15.000 fueron internados en campos de concentración.
En el caso de los gitanos, además que no se los consideraba ciudadanos, los nazis que tuvieron una gran influencia del médico y criminólogo italiano Cesar Lombroso, aplicaron esa teoría de una manera intensa sobre los miembros de esta comunidad.
Lombroso consideraba que el delito tiene raíces genéticas y que se evidencian a través de ciertos rasgos físicos o fisonómicos especialmente en los delincuentes reincidentes, y que en realidad para los criminales natos o adultos, no hay mucho remedio, es necesario o bien secuestrarlos para siempre…o suprimirlos.
Las primeras medidas contra los gitanos fue de Himmler, 1er comandante en jefe de las Schutzstaffel y más tarde ministro del Interior, quien ordenó combatir la plaga gitana porque los gitanos de sangre mestiza y etimológicamente primitivos eran candidatos al crimen. En 1933 fueron miembros de esta comunidad los que inauguraron los primeros campos de concentración a orillas del Rhin. Así como también tuvieron que construir los barrancones que los alojarían.
En muchos casos los gitanos corrieron la misma suerte que los judíos. Hasta llegar a la solución definitiva, se intentaron variantes crueles, como las deportaciones en masa de miles de gitanos a Polonia, y otros fueron enviados a morir a los campos de concentración. Pensaron incluso en la temible idea de llevar a los prisioneros gitanos alemanes al Mediterráneo y bombardear los barcos. Otros murieron con monóxido de carbono ingresado desde el caño de escape de camiones herméticamente cerrados.
La suerte de esta comunidad no fue diferente en otros países europeos. Holanda, Hungría, Yugoslavia y Francia ya tenían una tradición antigitana. “En Croacia, fiel a su destino reaccionario, casi medio millón de gitanos cavaron las tumbas de los que aguardaban su turno, porque ya no había espacio para recibirlos. En muchos casos eran arrojados a fosas que rodeaban el campo donde eran inundados con combustibles que los nazis prendían fuego para recibir a los gitanos que eran arrojados desde las orillas”, expresa el autor.
En 1945 se calculaba que al término de la guerra entre un 70% y un 80% de la población gitana fue aniquilada por los nazis. Ningún miembro de esta comunidad fue convocado para dar su testimonio en los procesos de Nuremberg, ni nadie lo hizo a favor de ellos. Fuel comienzo del olvido.

Los discapacitados también
Respectos a los débiles mentales y los discapacitados, Granovski señala: “No sería exagerado calificar a los responsables de la eutanasia alemana como los cerebros malditos del nazismo. El Programa AktionT4 era un plan secreto ideado por Hitler. El objetivo era eliminar a las personas con discapacidad, las personas que eran consideradas un peso para la sociedad”.
En ese sentido, la investigación explica que el nazismo consideraba enfermo a toda persona que no fuese capaz de trabajar. En ese contexto entraban las listas de enfermos mentales, discapacitados y cualquiera que no pudiese valerse por sí mismo. Eran tantas las personas con esa problemática que los nazis tuvieron que crear una empresa de transporte para trasladar a estas personas a viejos hospitales o cárceles abandonadas, que habían sido adaptados para poder hacer experimentos con ellos y acabar con sus vidas.
Muchos grandes médicos y genetistas que adherían al proyecto nazi estuvieron involucrados en estudiar los cerebros de las víctimas del T4. “La medicina alemana era un ejemplo para las sociedades occidentales porque produjo ocho premios Nobel antes de 1939”, dice un estudio realizado por Lawrence Zeidman, neurocientífico de la Universidad de Illinois, Chicago. De hecho los neurocientíficos nazis hicieron descubrimientos clave, como los glioblastomas o tumores cerebrales, primarios o secundarios.
Al menos 350 médicos se comportaron de forma criminal, pero solo 23 fueron juzgados en el Proceso de Nuremberg, resalta el estudio.
“Los asesinatos por eutanasia cometidos en Alemana entre 1939 y 1945, acabaron con la vida de aproximadamente 200.000 personas. Para referirse a sus crímenes, los muchos implicados utilizaron eufemismos como prevención, interrupción de la vida, muerte asistida o precisamente eutanasia por considerárselos enfermos incurables, débiles mentales, que los convertía en una carga innecesaria para el presente y un riesgo para el mantenimiento de la pureza racial”.

Sacerdotes católicos en los campos
El rol de la Iglesia Católica ha sido fuente de controversias en muchas investigaciones, tanto por su enfrentamiento al régimen como por su inacción en muchos casos. El texto de Granovski rescata algunos hechos que valen la pena ser difundidos. “Un curita pueblerino pronunció un sermón que en tres puntos definía lo que debían ser las actitudes de los creyentes y de su iglesia ante las doctrinas del nacionalsocialismo: Primero, ningún católico podría ser miembro del nazismo, así como tampoco miembros de ese partido podían ser parte de las ceremonias religiosas ni recibir los santos sacramentos”. Si bien esta premisa fue realizada por un religioso de un pueblo lejano en Alemania, no distaba mucho de lo que expresaron ocho obispos de Baviera cuando entre otras cosas afirmaron que, “lo que el nacionalsocialismo proclamaba distaba mucho de ser el cristianismo verdadero de Cristo”.
El principal detractor del cristianismo en Alemania fue Alfred Rosenberg, ideólogo principal del nazismo y responsable de conceptos nazis clave, incluyendo su teoría racial y el antisemitismo militante de quien en su idea de pureza racial estaba convencido de que la Iglesia Católica debía ser aniquilada. Agregaba que “la enseñanza en las escuelas debía ser arrancada de manos de la Iglesia por cuanto la libertad absoluta de enseñanza era altamente peligrosa”.
Aún con estos ejemplos el autor se formula algunas preguntas: ¿Hubo mártires católicos en los campos de concentración? Por la eterna confusión ideológica que identificaba a los judíos con los masones y el comunismo, ¿hubo sacerdotes que sólo por esa razón negaron la existencia de los campos de exterminio, los experimentos médicos y las cámaras de gas?
A pesar de estos interrogantes hubo casos como en del campo de concentración de Dachau, donde fueron internados casi 3.000 sacerdotes de diferentes nacionalidades, y más de la mitad pagó con su vida sus creencias. Otro ejemplo fue Kazimierz Majdanski, arzobispo emérito de Stettino-Kamien y sobreviviente de Dachau (donde fue sometido a “experimentos médicos”), quien señaló que “el odio al cristianismo y a todo lo que representaba le hacía acordar a los tiempos de Nerón y Dioclesiano”.

Intelectuales opositores
La persecución a intelectuales es el último capítulo del libro. En este caso se destaca que los opositores políticos, llámese comunistas, socialdemócratas y sindicalistas, fueron los primeros perseguidos del régimen.
El criterio de seleccionar a los prisioneros cuando descendían de los vagones que los habían transportado a los campos eran: a la derecha los ancianos, las mujeres y los niños camino a las a cámaras de gas; a la izquierda la selección de los candidatos a trabajos forzados, que mayormente estaban ligados a partidos opositores. Hitler pagó con el trabajo forzado de sus prisioneros el apoyo recibido de las grandes empresas que financiaron sus políticas antisemitas y terroristas aún antes de 1933.
El libro realiza un relevamiento de testimonios de intelectuales y militantes que fueron prisioneros de los nazis. Respecto al primer grupo, el autor pone el ejemplo del escritor José Semprun, quien compartió el confinamiento con otros comunistas y socialdemócratas de otros países, en total 50.000 prisioneros que estaban asignados a la industria bélica. Otro ejemplo fue Primo Levi, quien a partir de unirse a un grupo judío de la Resistencia fue detenido y deportado al campo de concentración, donde sobrevivió efectuando trabajos de laboratorio para los nazis. Otro de los casos fue el del militante checo Julius Fucik, que capturado por los nazis, en medio de la noche cantaba La Internacional, mientras esperaba su ejecución. Los nazis tuvieron que amordazarlo para que se callara.
El libro culmina con un epílogo realizado por Martín Granovski, hijo del autor, quien realiza un breve perfil de su padre. También aparecen textos y leyes como: “Doctrina sobre el Genocidio”, escrito por el jurista polaco Rafael Lemkin, el Estatuto del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y sobre el Matrimonio Igualitario.