La ucronía, es decir, el ensayo sobre acontecimientos nunca ocurridos –pero que pudieron haber sucedido–, constituye un género literario al cual muchos novelistas, ensayistas e historiadores se atreven. Lejos de la historia “real”, la historia contrafáctica tiene el atractivo de conducir al lector o lectora por universos inexistentes, pero no por ello improbables. En estos ejercicios, es lícito preguntarse qué habría pasado si Adolf Hitler hubiese ganado reconocimiento, reputación y fama como artista plástico a su regreso de la Primera Guerra (o si hubiera muerto en una trinchera), o cuál habría cual sido el destino argentino alternativo si el Comité Confederal de la CGT no declaraba la huelga general, que propició la masiva movilización del 17 de octubre de 1945. Un exponente contemporáneo de esta corriente “historiográfica” es el escocés Niall Ferguson, compilador de los ensayos reunidos en el libro Historia Virtual (Ed. Taurus, 1999). Tras su atenta lectura, resulta claro que sus autores entienden a la historia como el emergente de procesos sociales, antes que el fruto de la agencia de un individuo o conjunto acotado de ellos. Es decir, la crisis de posguerra y el fracaso de la República de Weimar en contener una multiplicidad de demandas que atravesaban a la sociedad alemana habrían sido el caldo de cultivo para la conformación de un movimiento popular por derecha, que encontró en Hitler a su líder carismático; en nuestro país, el proceso de modernización fruto de un incipiente desarrollo industrial endógeno hubiese encontrado necesariamente su cauce político, con independencia del rol desempeñado por el coronel Perón. En definitiva, es posible afirmar que la dinámica social, en última instancia, se desarrolla y desenvuelve bajo condiciones existentes más allá de todo liderazgo o personalismo.
La sobredeterminación argentina
¿Qué hubiera sucedido si, la noche del 22 de noviembre de 2015, Daniel Scioli ganaba el balotaje por apenas dos puntos porcentuales? La exigua diferencia entre ambos candidatos hace suponer que la moneda “cayó de canto”, mostrando a un electorado partido al medio. Conjeturar la victoria del entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires no sería descabellado, aunque el ejercicio implique un riesgo para quien suscribe estas líneas, puesto que nos obliga a transitar por la delgada línea que separa la literatura del análisis político.
Si bien el 10 de diciembre el sol brillaba, Scioli no habría asumido contando con el beneplácito de los planetas alineados. Las denuncias de fraude frente a un resultado tan ajustado, amplificadas por una oposición mediática rabiosa, hubieran signado la ceremonia en el Congreso. Si una parte importante de la población consideró ilegítimo al gobierno de CFK, asumida tras obtener un 54% de los votos, aventajando por un abismo a los candidatos opositores, un Scioli ganador por dos puntos hubiese sido sospechado y vapuleado con toda saña.
Ya en las primeras semanas, la presión sobre el dólar habría hecho insostenible el valor del tipo de cambio. Transcurridos los seis primeros meses de la nueva gestión, una tras otra se habrían sucedido corridas cambiarias y bancarias, remedando aquel golpe financiero que hirió mortalmente al gobierno de Raúl Alfonsín. En un coordinado juego de pinzas, buitres y agentes locales hubieran presionado sobre un nivel de reservas menguante y exánime, dada la reticencia lesiva de los agroexportadores a vender los porotos y liquidar las divisas en el Banco Central. Entonces sí, la devaluación hubiera sido inevitable. La variación de los precios domésticos se habría acelerado, producto tanto de la devaluación (por más leve o drástica que hubiera sido) como por la fijación de precios en un mercado de bienes y servicios fuertemente concentrado.
Un Estado con dificultades de financiamiento, acosado por la oposición, con cuatro o cinco marchas y cacerolazos masivos desde el día en que asumiera, habría tenido que eliminar parcialmente los subsidios a los servicios, tratando de atemperar el impacto de la medida para no erosionar el apoyo de su base social. La quita de subsidios no habría significado un tarifazo (en el sentido socialmente insensible del término), sino un ajuste, aunque retratado como un “Ataque al bolsillo de los más humildes” en la tapa de los principales diarios del país.
El Poder Judicial hubiera frenando cualquier incremento en los servicios y transportes, –asfixiando contablemente al gobierno–, obrando como ariete de una oposición envalentonada por haber arañado el control del Estado con un 49% de los votos. La militancia kirchnerista (la orgánica y la inorgánica, aquella que salió a pelear el voto a Scioli en la segunda vuelta electoral) se hubiera enfrentado a una disyuntiva por demás incómoda, justificando el ajuste como estrategia para “salvar” al gobierno Nacional y Popular. Ajustar para defender el trabajo… hubiese sido la comidilla de la oposición mediática y parlamentaria, insostenible incluso para el kirchnerismo, dado que Daniel nunca llegó a concitar una adhesión equivalente a la de CFK.
La imagen de Scioli y Cristina hubieran tocado rápidamente su piso histórico, atravesados por el descontento general, alimentado por denuncias reales o dibujadas, y el desgaste de una gestión con trece años a cuestas. Muchos ciudadanos y ciudadanas, azuzados por los medios, se mostrarían arrepentidos por no haber votado un “cambio”. Macri habría crecido en estos meses, ganando espacio en la consideración del público al enunciar por todos los medios a su disposición que él nunca hubiera tomado “el camino del ajuste”. La renuncia de un Scioli atravesado por las internas del peronismo, acorralado por los agentes económicos, desprestigiado y deslegitimado ante su propia base social, hubiera sido sólo cuestión de tiempo. Tras la designación de un presidente provisional menor (Zannini no hubiera podido asumir de ningún modo; en estos casos, la fórmula de consenso supone designar a un senador o gobernador), y la convocatoria a elecciones, Macri habría ganado con un amplio margen, obteniendo mayor legitimidad y poder del que hoy tiene. Su acción de gobierno hubiera desfinanciado aún más el Estado (vía reducción y eliminación de retenciones) y profundizado el ajuste, tal como viene sucediendo en la historia real.
Sófocles al poder
Como ya fuera mencionado, la historia es producto de procesos sociales. La redistribución regresiva del ingreso operada en muy poco tiempo, el ajuste tarifario, la suba de costos a la producción local, la reducción de barreras arancelarias a la importación, el desempleo y el embate contra la estructura y funciones del Estado no eran inevitables, y mucho menos, medidas “necesarias”. Pero el escenario se fue preparando para que el desenlace fuera el presente.
Como en una tragedia de Sófocles, la historia tendió una trampa, y el pueblo cayó en ella: la ilusión neoliberal de una vida mejor, la sacrosanta idea de alternancia que expulse a los corruptos, a los inmorales, a los antirrepublicanos para dejar espacio a los probos que se presentan a sí mismos como individuos sin historia previa, sin máculas ni doble moral, obligados por las circunstancias a tomar el control del Estado para restaurar una senda que el populismo sembró con minas terrestres. Luego, toda evidencia de la regresividad social, o todo hecho de corrupción (sociedades offshore o cuentas en Bahamas) son justificados con la misma vehemencia con la que hubieran sido condenados, de haber ocurrido durante el gobierno anterior.
Muchos ajustados se resignan frente al ajuste, casi como la reacción automática de un espíritu de época. Otros, no tanto… algunos trocan aceptación por indignación… otros comienzan a creer que el sueño se terminó…
* Sociólogo. Docente de la UBA.