Ni silencio ni olvido. Testimonios judíos de los años de la dictadura en Argentina

Esto no es una reseña…

Tras la lectura del voluminoso trabajo de testimonios que reúne Abraham B. Bargil en su publicación póstuma, podemos decir que el reconocimiento de las actitudes fluctuantes de los dirigentes comunitarios exige ser capaces de releer las figuras de héroes y no héroes construidas sobre ellos y adoptar nuevas interpretaciones más audaces y esclarecedoras.
Por Laura Schenquer *

Conocí a un Bargil verborrágico y reflexivo, militante, entrevistador y a la vez entrevistado porque mientras preguntaba y repreguntaba queriendo saberlo todo, era posible escuchar que sus comentarios imprimían las líneas complejas de reflexión de los temas a los que estaba abocado. Comprenderlo en aquél entonces, leerlo hoy, implicaba reconocer su larga trayectoria como militante sionista, como miembro de la academia, como destacado pensador.
No sé si tiene importancia señalar el modo en que lo conocí en la División de Historia Oral del Instituto de Judaísmo Contemporáneo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde Bargil contribuyó con su trabajo a engrosar los materiales allí disponibles para la consulta, que posibilitan que tantos investigadores realicemos nuestros proyectos y trabajos académicos. Pero vale la pena resaltar que su tarea de hacedor y generador de fuentes orales, me brindó un material único, valiosísimo, que supe aprovechar.
En el año 2005, Bargil entrevistó a Roberto Graetz, rabino de la única sinagoga reformista de Buenos Aires y miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) desde su fundación en 1975. Bargil se animó a repensar el testimonio de quien por entonces ya era una figura destacada tanto como su compañero en APDH, el rabino Marshall Meyer. Bargil le realizó una pregunta clave: quiso saber por qué en 1984, apenas iniciado el proceso democrático, testimonió a favor de DAIA diciendo que “aceptó” ser el representante de la entidad en APDH y posteriormente desdibujó dicho cometido al señalar que el contacto había sido esporádico y su participación en el organismo de derechos humanos una decisión personal.
La pregunta de Bargil dio al rabino entrevistado la posibilidad de reflexionar sobre su primer testimonio (el de 1984) y las circunstancias que lo enmarcaron, y confesó: “Tal vez en 1984 traté a la DAIA con un poco más de simpatía. Yo sabía que muchas de las cosas que se decían eran motivadas por Jacobo Timerman, que tenía una disputa personal con la DAIA, y me parecía que los argumentos que usaba eran injustos”. El rabino expresaba así no un problema de verdad histórica, sino de matices. A ellos se podía referir porque había mediado un tiempo, un período fundamental que le permitió a Bargil y a Graetz, y nos permite hoy a nosotros, revisar ese año, 1984, y reconocer que fue entonces el momento en que emergieron narrativas o criterios categóricos para evaluar a DAIA y el resto de la dirigencia judía, y clasificarla por su comportamiento “no-heroico” o bien cómplice de la dictadura frente a los que fueron reconocidos como “héroes”.
También, es posible destacar que esas categorías o narrativas no circulaban entre los años 1976-1983. Esas narrativas fueron un resultado de un juicio colectivo emergente en el marco de una sociedad que “descubría” en la post-dictadura lo que decía haber ignorado: la existencia de detenidos-desaparecidos, el terror sistemático y estatal.
A partir de entonces se interpuso en la calle judía o bien en los sitios de debate comunitario esas figuras de héroes y no héroes que sobre todo evitaron un debate más profundo, un debate que fuera capaz de revisar qué habían querido, demandado, exigido los miembros de las instituciones judías a sus dirigentes. En dictadura, cuando no había distinción entre la violencia insurgente y la violencia estatal, y la categoría de “subversivos” impedía caracterizar a las víctimas como detenidos-desaparecidos judíos entre otras clasificaciones, ¿habían instado a sus dirigentes a acompañar a Graetz, a Meyer, a los familiares de las víctimas y a unos pocos más que denunciaban la perpetuación de delitos y el terror estatal? ¿Cómo fue la vida, las opiniones y las actitudes de aquellos hombres y mujeres que vivieron esos años en las instituciones judías y a la vez fueron parte de una sociedad donde se ocultaba y naturalizaba la represión y el terror institucional? En respuesta bien vale destacar que las actitudes y comportamientos fueron tan complejos como cambiantes por lo que no es posible realizar una representación unívoca o esquemática. El reconocimiento de sus actitudes fluctuantes, exige ser capaces de releer las figuras de héroes y no héroes construidas sobre los líderes comunitarios y adoptar nuevas interpretaciones más audaces y esclarecedoras.
Este libro de aparición reciente, es un grueso volumen de casi 400 páginas en las que se incluyen decenas de testimonios de familiares de víctimas, intelectuales, periodistas, rabinos, funcionarios y dirigentes comunitarios, políticos, diplomáticos y emisarios israelíes. Una impresionante compilación –cerca de ochenta entrevistados- de historias orales, testigos y protagonistas que reconstruyen el complejo mosaico de la vida judía en esos años, incluyendo controversias y apasionadas tomas de posición.
Hoy que Bargil ya no está, nos quedan sus trabajos, la gran cantidad de materiales (fuentes primarias) que ha generado y este libro que aporta a cuestionar y repreguntarnos sobre aquél período, un pasado que no pasa, que esperemos que no pase aún cuando los ejecutores de las políticas de la memoria sean otros.

* Docente e investigadora del CONICET, especializada en estudios sobre los judíos y la dictadura argentina.