Ezequiel Szafir, autor de Paris 2041 - Ediciones B, 2015

‘La verdad es que de haber sabido lo que sucedería no lo hubiese escrito’

Estamos en Paris, año 2041. La inmigración exponencial musulmana en Europa durante décadas instaura una situación de islamización del continente, contra la cual las fuerzas ideológicas fascistas en defensa de una Europa “libre de contaminaciones” crean una dictadura, que encierra a esta población en la llamada “zona libre”, una suerte de gueto del siglo XXI que rememora el nazismo. Este es el planteo de esta novela futurista de reciente aparición en Argentina, que contiene todos los condimentos de la distopía, al estilo 1984 de George Orwell.
Su autor es Ezequiel Szafir, un judío argentino que hace 20 años dejó el país en busca de nuevos horizontes: vivió en Estados Unidos, Holanda y ahora Barcelona. Doctor en Psicología por la Universidad de Tilburg, Países Bajos, ha alternado su dedicación al mundo empresarial con la producción literaria. Tras la publicación de Paris 2041, su tercera novela, conversó con  Nueva Sion sobre los sentidos que subyacen en esta ficción que –aunque parezca mentira- fuera escrita antes de la explosión de la crisis de los refugiados y los atentados terroristas en Francia.

Por Gustavo Efron

NS- Tras los atentados de Paris primero y ahora de Bruselas, tu novela ha resultado reveladoramente anticipatoria, en cuanto al estado previo de la que parte el régimen que imaginaste ¿Qué sensaciones te provoca esto? ¿Qué miedos te genera?
ES- Siempre sostuve que la realidad es un prisma, sin una cara única, sino varias que coexisten dependiendo del observador. En mi caso no puedo evitar de ver a esta Europa desde los ojos de un argentino descendiente de refugiados judíos. Cuando veo las imágenes de las familias sirias caminando por las rutas desiertas, bajo la lluvia, con los niños pequeños pasando frío, con sus mochilas de colegio y gorritos de lana, me viene a la mente las historias de mis abuelos, que también a pie cruzaron esta Europa para llegar a un puerto seguro desde donde embarcarse a una vida mejor en América. Pero también veo, y vivo en el día a día, el odio y la violencia de la minoría musulmana radicalizada. Y no es violencia solamente antisemita, sino anti todo lo que representa nuestra civilización. Es el enaltecimiento de la barbarie que ya en la época medieval era inaceptable. Y entonces recuerdo la frase de Golda cuando dijo que tendremos paz con los palestinos el día que amen a sus hijos más de lo que odian a los nuestros. 
Y aunque soy por estructura un optimista y tengo fe en Europa, no puedo negarte que se siente mucha ansiedad, por no decir algo de miedo también. La situación actual en Europa es un cocktail complejo, y de alguna manera peligroso. Por un lado está la situación económica que no es buena y no parece que mejore a corto plazo. Por otro lado el tema demográfico: millones de musulmanes que no se han integrado, porque Europa ha sabido tolerar, pero nunca aceptar. Es similar al tema de los judíos. Por muchos siglos nos han tolerado, pero nunca aceptado. El problema es que mientras que los inmigrantes y refugiados judíos estaban, como lo describió correctamente Hitler en “Mi Lucha”, proporcionalmente sobrerepresentados entre los alumnos y profesores en la misma universidad en la que a él le habían rechazado, entre los doctores, los periodistas, los escritores, etc, la inmigración musulmana es estructuralmente diferente. La pobreza de los recién llegados en los años 60 y 70 se ha trasladado casi sin cambios a la nueva generación de musulmanes nacidos en Europa. Ha habido muy poco movilidad social. Y este es el caldo de cultivo para el nuevo fenómeno del radicalismo islámico, un fenómeno importado de naciones como Qatar, Irán, Siria, Arabia Saudita, todas socias comerciales de Europa.

NS- ¿Alguna vez pensaste que tu libro podía ser tan premonitorio en ese sentido?
ES- La verdad es que de haber sabido lo que sucedería no lo hubiese escrito. París 2041 nace durante un viaje en taxi por París.  El taxista, un francés de aspecto joven, blanco, ya con muy poco pelo y una sonrisa forzada, me pregunta mientras busca mis ojos en el espejo: “¿Es su primera vez en París? ¿Ha visto cuánta gente marrón que hay por las calles? Le aseguro que se viene otro holocausto en Europa, pues nos hemos cansado de los moros, y de los judíos”. Me bajé del taxi en la Gare Nord y caminé hacia el tren sin poder dejar de pensar en lo que me había dicho ese taxista. Lo terrible era su falta total de preocupación por la reacción que podría generar en su pasajero, su sensación de impunidad y su seguridad de que lo que estaba haciendo, lo que estaba diciendo, era no solamente correcto, sino socialmente aceptado. Y así es como comienza el proceso del racismo, con la validación social del discurso racista, se inicia cuando en una cena un amigo lanza un comentario racista y nadie dice nada. Nada puede suceder si no hay un proceso previo de validación social, un proceso que, en mi opinión, se está empezando dar en Europa. Ese mismo día, sentado en el tren TGV rumbo a Luxemburgo, me instalé en la cafetería y comencé a esbozar lo que sería París 2041.
El tema es difícil saber qué es más de lo mismo y qué es una clara indicación de fin de ciclo y comienzo de uno nuevo. En Europa todo huele a fin de ciclo, en lo social y en lo económico. Pero hay una Europa en la cual me siento en casa, una Europa que me gusta mucho. Y es por esa Europa que me puse a escribir.

NS- Con los nuevos atentados, el contexto de crisis cultural de la relación de Europa con el Islam se profundizó respecto de cuando publicaste el libro, en 2015. ¿Advertís que el ánimo europeo (o eso que se puede llamar el “espíritu de época”) pueda generar cierta plataforma para que algo similar al planteo de Paris 2041 pueda darse sin que haya que esperar 25 años? ¿O algo que observes que ya efectivamente se esté produciendo?
ES- Lamentablemente sí, todo está sucediendo pero en forma más acelerada. Los atentados antes tenían dos cualidades que los hacían menos graves y más aceptables a los ojos de los europeos. La primera era que se trataban casi exclusivamente de atentados antisemitas. Mataban a balazos a un padre y sus hijos en la puerta de un colegio judío en Francia, mataban a balazos a turistas israelíes en un museo judío de Bruselas. A ver, tampoco era tan grave, en el fondo los muertos eran judíos, lo cual es más bien normal, algo habrán hecho. Que maten a judíos en Europa no es nada nuevo, ni algo que moleste mucho. No es una frase cínica, es una observación fáctica. El problema era de los judíos, que en el fondo, aunque vivan en Europa, no dejan de ser extranjeros, siempre lo han sido. Básicamente, mientras mataban a judíos, no pasaba nada. La otra cualidad era que se trataba de atentados esporádicos. Los más graves, donde los objetivos no eran los judíos, como el de Madrid en Atocha, los de Londres, sucedían cada muchos años. Y eso los hacía aceptables. Pero el de Charlie Ebdo fue el primero que cruzó la raya de lo aceptable por el europeo medio. Acordate que además de Charlie Ebdo entraron a matar a un supermecado kosher. Pero eso no importó. Nadie habla del atentado al super kosher, sino del de “Charlie Ebdo”. Es increíble pero el discurso popular y mediático ha borrado el componente antisemita. Y eso no es casualidad. Los discursos sociales son una construcción que refleja lo que piensa y siente el pueblo. Y desde aquel atentado, ahora se suceden con más frecuencia y sin discriminar a los judíos del resto. Y esa es la gota que ha rebalsado el vaso. De ahí en más todo está sucediendo como en el libro. En Francia Le Pen ha obtenido sus mejores resultados en la última elección. El giro a la derecha es evidente. Vamos a ver cómo lo manejan. Pero el comienzo no es alentador.

NS- Es interesante que en tu libro, judíos y musulmanes luchan del mismo lado, contra la tiranía. ¿Acaso la enemistad histórica puede pensarse de manera relacional, es decir, en función del lugar que ocupan en la conflictividad contemporánea?
ES- Exacto. La idea está basada en la observación. Primero que la “enemistad” entre judíos y musulmanes es un fenómeno más bien moderno. Si te fijás en la historia, las matanzas a judíos en forma masiva son casi una exclusividad de los europeos. De la observación surge que si decimos “enemistad histórica”, los europeos se llevan los tres primeros puestos. Y por mucho. Pero en el escenario de la novela, la tesis es que si los europeos salen a matar, los judíos la pasaríamos verdaderamente mal. Cada vez que hubo un proceso dictatorial, los judíos siempre la pasamos mal. La pregunta que me hice como autor fue: ¿Qué haríamos los judíos como colectivo si sucede otro holocausto en Europa, pero esta vez las víctimas no son los judíos? Y me gusta pensar que estaríamos siempre del lado de la justicia, de la libertad, del respeto a la vida. Y que no seríamos cómplices pasivos.

NS- Y siguiendo un poco el argumento, si jugamos un poco a la imaginación, y recuperamos la historia del niño palestino que hay en tu novela, en ese contexto, ¿Israel y Palestina estarían del mismo lado, y este conflicto «superior» de un nuevo nazismo anti musulmán en Europa eclipsaría el territorial?
ES- Eso es lo lindo que tiene escribir ficción y sobre un tiempo futuro: te permite soñar. Quiero que haya paz en Israel. Quiero que Israel exista libre y fuerte lado a lado a una Palestina democrática. Hoy es una utopía, pero la literatura tiene esa magia. En la novela, los vecinos de Israel han descubierto que hay mucho más valor en la paz con el estado judío que en la guerra. Y sí, es una utopía, pero que Israel salga al rescate de Europa no es una locura. Hoy el primer frente de guerra contra el radicalismo islámico es Israel. Hoy la única frontera democrática y occidental con la Siria de ISIS la tiene Israel. Hoy son soldados israelíes, judíos y hasta drusos, los que patrullan esa frontera. La deuda de Europa con Israel es mayor de lo que cree la gente.

NS- Ahora apelo a tu formación en psicología. El libro plantea una suerte de reedición del nazismo, en otro contexto y con distintos actores. Incluso, desde lo simbólico, hay íconos claramente reconocibles (la fecha 9 de noviembre de 2038, la quema de libros, entre otros) que apelan a la memoria de aquellos acontecimientos, ocurridos un siglo antes. ¿Crees que ante similares condiciones de adversidad y malestar, el sujeto contemporáneo puede reaccionar de modos arquetípicos, repitiendo procesos históricos conocidos y condenados por el sentido común construido desde la memoria histórica?
ES- Me encanta esta pregunta, pero la respuesta es triste: creo que sí, absolutamente sí, la gente “común” podría repetir la historia sin problemas. ¿Sabes por qué? Porque el Holocausto no pasó hace 500 años. El Holocausto es un proceso social y cultural moderno y contemporáneo. Sucedió a nuestros abuelos. Sucedió en una sociedad tan moderna como la actual. Nada ha cambiado en Europa. Es la misma gente, la misma Europa. Quizás el único seguro de vida que tenemos es la democracia. Y por ello es que soy optimista.

NS- Esto me recuerda al libro “Mi abuelo no era nazi”, donde Harald Welzer, Sabine Moller y Karoline Tschuggnall detectan las contradicciones entre la pedagogía de la memoria y ciertas representaciones familiares fuertemente arraigadas sobre la época. ¿Estaríamos ante un inevitable fracaso de los intentos de una educación positivista hacia una memoria humanista que pueda anticipar los racismos y genocidios futuros?
ES- Es que no es posible cambiar al ser humano y su impulso por destruir, que es tan fuerte como el de crear y dar vida. No hay razones para pensar que el ser humano transita un camino largo pero infalible hacia la paz permanente. Pero dejame terminar esta entrevista en tono positivo, porque creo que somos una generación muy afortunada por partida doble. Primero porque desde el destierro de Israel hace casi dos mil años, el Holocausto es quizás el evento más terrible que nos ha pasado como pueblo, y los que estamos vivos lo hemos sobrevivido, y eso es una suerte. Pero lo más afortunado es que somos la primera generación en la que desde nuestro nacimiento, siempre ha habido un Israel. Somos una generación afortunada e histórica. Nuestros abuelos han rezado por volver durante dos mil años. Y es a nosotros que nos toca vivir ese deseo hecho realidad. Somos los que nos tomamos un avión para visitar Tel Aviv como quien va a Miami. Así que con tu permiso, soy optimista. Y si Europa se vuelve loca, siempre tendremos a Israel.

* Director de Nueva Sión