La comunidad judía desde sus libros

De la influencia de las minorías en la producción literaria

En su reciente libro ‘Póker y ajedrez. La comunidad judía desde sus libros’, editado por Acervo Cultural, Ricardo Feierstein recorre la producción literaria de autores de origen judío, entre los años 1979 y 2015, y afirma que el momento iniciático de la producción literaria de referentes de colectividades está vinculado al manejo de la lengua del nuevo país de radicación.

Por Guillermo Lipis

Al ser consultado por autores que rompieron el cerco de sus propias comunidades étnicas, religiosas o inmigratorias de origen para saltar al ámbito nacional con sus textos, Feirestein afirmó que existe una relación dialéctica de espejo entre la producción de los intelectuales de las minorías comunitarias y el entorno nacional argentino; y que “uno influye en el otro y viceversa”.
“Gerchunoff, por ejemplo, inauguró la línea de aprender a escribir en un castellano perfecto como respuesta a los escritores nacionalistas del grupo de Florida, que decían: ‘Nuestra diferencia con ustedes (el grupo de Boedo, integrado por muchos obreros e hijos de inmigrantes) es que hablamos en argentino sin esfuerzo’”.
Esa línea la continuaron, en los años ’20 y ’30 del siglo pasado, autores como César Tiempo o Carlos M. Grünberg, mientras muchos literatos judíos adhirieron a corrientes de moda entonces, como el realismo o el naturalismo en la sociedad porteña, agregó el autor de otros títulos como ‘Sinfonía inocente’, ‘Mestizo’ o la ya clásica ‘Historia de los judíos argentinos’.
En ‘Póker…’ Feierstein trata de plasmar “un libro de ideas y no de juicios sobre las personas. Trato de marcar el recorrido de la comunidad judía de la Argentina desde la edición de sus libros y sus autores analizando, desde ese lugar, las modificaciones estructurales y organizativas que se produjeron en el ámbito de su colectividad.
“Hoy ya no existe prácticamente ninguna relación entre esos intelectuales y su comunidad de origen. En décadas anteriores era muy común encontrar escritores o intelectuales trabajando o colaborando con las instituciones y la sociedad nacional”, reflexionó.
Mencionó ejemplos como los de Bernardo Verbitsky, Marcos Aguinis, Lázaro Liacho, Lázaro Schalmann, Bernardo Ezequiel Koremblit o Jaime Barylko, y advirtió que “gradualmente se fueron desprendiendo de ellos o los mismos escritores y periodistas se alejaron, por no contar con un espacio adecuado para sus inquietudes y posibilidades”.
Luego ejemplificó que “la prensa judía está en lamentable decadencia material e intelectual -salvo excepciones- y los obreros de la compu -o anteriormente de la pluma- circulan por otras redes de la vida nacional”.
Feierstein consideró el tema también como generacional: “Existe una gran cantidad de literatura escrita en idish por la primera oleada inmigratoria, desde fines del siglo XIX y, luego, con los inmigrantes posteriores, hasta 1950. Es muy poco lo que se ha traducido de todo eso, un bloque escritural ligado a la dura aclimatación de los recién llegados al país y sus vicisitudes. Cuando, en 1910, Gerchunoff inauguró la literatura judía escrita en castellano con ‘Los gauchos judíos’ produjo, en los años siguientes, una nueva generación -inmigrante y nativa- que adoptó el idioma del país y fue girando hacia las temáticas nacionales”.
Para dar una dimensión de la cantidad de escritores de origen judío que desarrollaron su obra en castellano, Feierstein estimó “unos 600 autores judíos en castellano con obra publicada, a lo largo del siglo pasado”.
Es que a mitad del siglo XX, en la Argentina ya existían dos y hasta tres “generaciones nativas que manejan perfectamente la lengua y sus variantes, y que están inscriptos en las problemáticas nacionales como cualquier otro ciudadano”, agregó.
Feierstein consideró que la literatura producida por una minoría religiosa o étnica ayuda a sostener costumbres y difunde tradiciones encriptadas.
“Es más significativa en el refuerzo de la identidad para las nuevas generaciones porque la misma se va diluyendo con los años y hace, por ejemplo, que los argentinos judíos -como afirmaba el cantor Edmundo Rivero sobre sus conocidos judíos- hablen todos en lunfardo pero muy pocos conozcan el idish…”.
En menor medida la literatura resulta “difusora de elementos costumbristas. Sin embargo, es habitual que en un país que tuvo tanta inmigración resulte divertido o interesante leer sobre historias de gitanos, gallegos judíos o italianos”.
El autor también advirtió que a pesar de este tipo de transmisión, “existe una especie de disgregación comunitaria porque la transmisión de una cultura es posible a través de la educación y los productos culturales”.
Al respecto, para finalizar, consideró que las instituciones comunitarias “han reducido sus áreas y actividades culturales a proporciones simbólicas y confinadas a una mirada religiosa ortodoxa -en el caso del judaísmo- que no es aceptada por el grueso de la colectividad. La impronta de estos hechos pueden marcar líneas definitorias en la magnitud de la producción literaria de los próximos años”, concluyó.