Cuarenta años después del golpe de Estado que instaló la dictadura cívico-militar, hacer memoria sigue siendo un deber democrático. La sociedad civil argentina es un ejemplo del ejercicio de la memoria y la persecución de la Justicia como condiciones innegociables de la reconstrucción democrática. Este es un ejercicio de la memoria doblemente democrático, porque conlleva la crítica de la dictadura y se construye desde organizaciones de la sociedad civil, como Madres, y Abuelas.
La experiencia de la dictadura nos ha permitido, a quienes viviendo aquí en Israel tenemos nuestras raíces en el pensamiento de izquierda en Argentina, hacer una revalorización de la democracia y los derechos humanos, entendiendo e internalizando su valor fundamental, a la vez condición y meta de la actividad política. En el pasado, lecturas acríticas de textos como «La condición judía» de Marx, o «Estado y Revolución» de Lenin, llevaron a la izquierda a menospreciar la importancia de derechos básicos, considerándolos «derechos burgueses», o a una concepción instrumental de la lucha democrática. La experiencia de la dictadura exige comprender lo terriblemente equivocado de dichas posturas.
Pero la experiencia de la dictadura exige una constante extensión –temporal y especial– de la lucha por la democracia -entendida en su forma más radical, como democracia política y social– y los derechos humanos. En ese sentido, es importante no caer en dos tentaciones, una más característica de ciertos sectores de la sociedad argentina; la otra de sectores de la comunidad argentina en Israel. La limitación temporal de los derechos humanos, implica que hay quienes en Argentina los consideran como limitados a los años de la dictadura.
Es por supuesto imprescindible continuar la investigación y el juicio a los involucrados en la represión y las violaciones de los derechos humanos de la dictadura. Pero es no menos imprescindible luchar por la expansión de los derechos humanos –cívicos, políticos, sociales y colectivos– en el aquí y ahora: derechos como el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la protesta, el derecho a la participación política, el derecho a la salud, el derecho a la vivienda, o los derechos de los pueblos originarios.
La limitación especial de los derechos humanos, limitación de la que somos testigos en Israel, implica restringir la identificación con los derechos humanos a lo que ocurrió allí, en nuestro país de origen. No hace falta equiparar los delitos de la ocupación con los delitos de la dictadura, para ver que casi cincuenta años de ocupación de los territorios palestinos –Cisjordania y el sitio a la Franja de Gaza– conllevan la violación constante de los derechos humanos del pueblo palestino: derecho a la libertad de expresión, a la libertad de movimiento, derechos políticos básicos, derecho a la educación, salud y vivienda, derechos de la infancia, y el derecho a la autodeterminación nacional. Para nosotros tiene que ser inaceptable referirse a la memoria de los años de la dictadura sin oponerse a la ocupación y a sus terribles y cotidianas consecuencias.
Para nosotros, nacidos en la Argentina y viviendo en Israel, hacer memoria sobre los años de plomo de la dictadura implica el compromiso ineludible con la lucha contra la ocupación, la lucha contra la violación cotidiana de los derechos humanos que la ocupación conlleva, la lucha por un futuro de paz, libertad, democracia y seguridad para ambos pueblos, y la lucha contra las tendencias racistas y fascistizantes que anegan la sociedad israelí. No hay otra forma posible para nosotros de asumir el compromiso de hacer memoria.