Los mismos sectores que instigaron y bombardearon la Plaza de Mayo en junio de 1955, montaron los campos de concentración, los tormentos indescriptibles, los secuestros de bebes, los vuelos de la muerte, mientras se endeudaba al país para someterlo eternamente a través del equipo delincuencial de Alfredo Martínez de Hoz. A pesar de todo el modelo, muy debilitado, sobrevivió a la dictadura criminal y a la rendición alfonsinista de «la economía de guerra» comandada por el olvidado Juan Vital Sourruille. La implosión se produjo con la hiperinflación que allanó el camino a la voraz plaga menemista. El modelo se aplicó con un fundamentalismo extremo y una perversidad inenarrable. Asoció a franjas mayoritarias de la clase media, sobornadas con el dólar barato, el mundo accesible, los shoppings, los celulares, el cable y las compras en cuotas. La vida por la estabilidad basada en el 1 a 1. El Estado se desguazó y remató. Los sectores populares que permanecían incluidos quedaron asociados con complacencia al nuevo modelo de economía de mercado con reglas de rapiña. La Alianza, en la práctica, fue la continuación recatada del menemismo, cuando la convertibilidad era un cadáver que despedía mal olor y los aliancistas se abrazaban a ella al punto que sería la única promesa que cumplirían. Esa que lo llevaría a salir en helicóptero de la Casa de Gobierno.
El corralito fue la exteriorización palpable que el sueño primermundista se había evaporado y las catedrales económicas de la década, los bancos, se convertían a la luz del día en ladrones protegidos y abucheados. La modernización, el capitalismo avanzado de los delivery, el país sin industrias ni ferrocarriles, con millones de desocupados, pobres e indigentes, estalló ese 19 de diciembre.
Los supermercados Coto, crecidos llamativamente en forma poco clara durante la década infame, arrojaron el contenido de los camiones al piso. Los ganadores consideraban a los derrotados animales, a los que había que contener, hasta que las cosas aclararan, con la brutalidad que engendra la mezcla del desprecio y el miedo. Una avalancha de indigentes, las víctimas visibles del modelo criminal, se arrojó sobre los alimentos. En millones de hogares entró esa imagen capaz de sensibilizar a un muerto, salvo a Fernando de la Rúa que continúo repitiendo la monserga del déficit cero y de lamer la mano de los poderosos sectores internos, de los acreedores y de los organismos internacionales.
Los que se precipitaron a las calles, ese 19 de diciembre lo hicieron por diferentes motivaciones. Pero en conjunto, cuando abandonaron las veredas y comenzaron a caminar por las calles, la historia empezó a cambiar. Los fuegos levantados en cada cruce de calle, como lo hacían los piqueteros con sus neumáticos en las rutas, estaban iluminando el fin de una Argentina donde la locura y la irracionalidad se habían entronizados como paradigmas de la racionalidad liberal. Como el 17 de octubre de 1945, como en el Cordobazo de mayo de 1969, el pueblo estaba cambiando el curso de la historia. Esa que escribe derecho sobre renglones torcidos. En esa noche inolvidable, en esos momentos únicos en que décadas se concentran en horas la consigna atronó la noche: «Piquetes y cacerolas, la lucha es una sola», junto con «Que se vayan todos».
Los protagonistas no eran conscientes que lo que estaban consiguiendo era mucho más que la renuncia de un símbolo de toda esa época como Domingo Cavallo. O la huida precipitada de un Presidente. Estaban bajando el telón a casi tres décadas de ignominia.
El régimen vuelve a asesinar
La brutal e histórica batalla de la Plaza de Mayo y alrededores fue el empujón final a un gobierno muerto, abrazado al cadáver de la convertibilidad. Más de una treintena de víctimas fue el saldo luctuoso de una épica jornada. A partir de allí la historia se precipitaría con un ritmo vertiginoso.
El default proclamado que sinceró la quiebra, la salida traumática del derrumbe del empate monetario con una gigantesca devaluación, con compensaciones asimétricas. Eduardo Duhalde flotando en una crisis sin precedentes y encomendándose a Dios. La aparición de Lavagna jineteando sobre la catástrofe. La implementación de planes sociales misérrimos, pero que establecían la patética y frágil frontera entre la sobrevida precaria y la muerte. Los asesinatos de Kostecki y Santillán, que obligaron a adelantar las elecciones. El inicio de un incipiente proceso de sustitución de importaciones y de reactivación económica en medio de un océano de pobreza. Las cacerolas que se van silenciando. Las asambleas barriales que disminuyen y se achican. Los clubes de trueque que son malversados después de haber ayudado a millones a sobrevivir. Las fábricas autogestionadas que aumentan y se consolidan. Las elecciones que pronostican resultados como si el 19 y 20 de diciembre no hubieran existido. Hay un momento que la historia parece escribir torcido sobre renglones derechos. Gana Menem en la primera vuelta. ¿Habremos sobredimensionado las jornadas de diciembre del 2001?
La historia como continuidad y contradicción
En abril, lo más oprobioso del pasado reciente alcanzó el 24%. El pasado con envase presuntamente más pulcro obtuvo el 16%. Pero cuando hubo que decidir en un ballottage malogrado, entre el arrasamiento final y una tenue y vacilante lucecita, reaparecieron los aires refrescantes del 19 y 20 de diciembre.
Néstor Kirchner entendió el mensaje del pueblo abandonando las veredas y circulando por las calles, escribiendo la historia con los pies y poniendo el cuerpo a la represión.
Es cierto que su despliegue verbal es mucho más promisorio que los hechos concretados, fundamentalmente en el terreno económico. Pero como en la Biblia, primero fue el verbo. Sin discurso de cambio es imposible empezar a entreverlo.
Es cierto también que, como la historia no siempre escribe derecho sobre renglones torcidos, la clase media ha devuelto las cacerolas a las tareas domésticas y, lo que es más grave, mira con creciente rechazo a los piqueteros.
Ha vuelto a caminar por las veredas, buscando en la salvación individual lo que sólo se consigue con un destino colectivo. Ahí hay un regreso al pre 19 y 20 de diciembre. Ni las alianzas son permanentes ni las rupturas perennes.
Sectores potencialmente aliados, hoy borronean torcido sobre los renglones derechos del 19 y 20 de diciembre. Hay una situación política positivamente muy diferente, más allá de la tentación del Gobierno de presentar un cambio de 90° como si fuera de 180°. Con muchas limitaciones. Con omisiones peligrosas. Con retardos de medidas para paliar la terrible situación social. Con carencias de decisiones estructurales que reviertan los oprobios padecidos. Con avances y retrocesos. Aún con todas las limitaciones, nada de lo que se hizo, sería pensable sin el clivaje de los idus de diciembre. La historia, en los momentos de viraje, siempre escribe derecho sobre renglones torcidos. Cuando calma la fuerza de la eclosión, hay que estar precavido. La historia es una dama veleidosa que no siempre escribe correctamente.
Es bueno ayudarla para que no se equivoque, y que las pesadillas que sepultó el 19 y 20 de diciembre no resuciten.