Peronismo y sionismo

La siguiente columna se sumerge en un análisis, no exento de polémica, que consiste en detectar similitudes entre el sionismo y el peronismo. “En parte, el derrotero de ambos movimientos de emancipación social fue similar”, afirma el autor. Estas líneas se proponen entonces analizar desde las similitudes iniciales entre ambas corrientes políticas hasta las divergencias más recientes.

Por Julian Blejmar

Peronismo y sionismo fueron definidos en algún momento como “movimientos de liberación nacional”. Raanan Rein académico israelí experto en peronismo, me señaló en una entrevista que no veía puntos en común en relación al término, ya que si bien este concepto era utilizado por movimientos del Tercer Mundo que al igual que Israel luchaban contra el colonialismo, la esencia del sionismo era distinta. Así que más allá de la llamativa coincidencia en esta definición, probablemente la cosa no venía por allí, aunque no podía dejar de notar paralelismos entre ambos.
Una pista la encontré en “Los orígenes de Israel”, el libro del historiador polaco-israelí Zeev Sternhell, donde refuta el extendido mito de que haya sido la ideología socialista la que primó en los dirigentes del sionismo laborista que gobernaron al Yishuv, es decir a la comunidad judía establecida en Palestina antes de la creación del Estado en 1948. Según Sternhell, lo que verdaderamente buscó esta dirigencia fue generar una cohesión entre las clases sociales con el objetivo de evitar los conflictos internos y fortalecer la empresa sionista, por lo que la ideología predominante fue la nacionalista, sin por ello dejar de aceptar las raíces socialistas iniciales. Incluso, apunta que la Histadrut, el sindicato de trabajadores judíos nacido en 1920 y que trabajaba codo a codo con el Yshuv, no perseguía objetivos revolucionarios y anticapitalistas, sino ganar poder dentro de la estructura sionista para tener la chance de dar empleo y absorber a la mayor cantidad de inmigrantes, sin responder en muchos casos a las demandas materiales de los mismos trabajadores.
De hecho, Sternhell plantea que el inicial primer ministro israelí, David Ben Gurion, quien fuera una figura central en la Histadrut y en el partido político Mapai -conformado por el Hapoel Hatzair, que rechazaba el socialismo, y Ajdut Avodá, que había surgido luego de que el sector nacionalista se impusiera al socialista-, fue un artífice de la destrucción de la organización obrera Gdud-Ha-Avoda, la única sólida en su objetivo de fundar el país sobre verdaderas bases socialistas, así como del combate contra el salario familiar que reclamaba un sector de la Histadrut, y contra la red educativa de enseñanza obrera, sosteniendo que el concepto de lucha de clases “oscurecía el carácter nacional”.
En la Argentina, Juan Perón afirmó en su momento que el suyo no era un movimiento de izquierda, sino que propugnaba una “izquierda justicialista por sobre todas las cosas; no es una izquierda comunista o anárquica. (…) una izquierda justicialista que quiere realizar una comunidad”.
Pero las similitudes pueden observarse también en aspectos más específicos. En su reciente libro «Mi tierra prometida», Ari Shavit plantea la siguiente descripción de los inicios de Israel: “En el corazón del fraccionamiento Bizaron  de Tel Aviv, el partido laborista tiene una sólida y leal mayoría. Incluso el estado mental es el del partido laborista: nacionalismo contenido, socialismo moderado, pragmatismo». Si estas últimas descripciones remiten también a un movimiento autóctono, es sin dudas al partido laborista argentino, que de hecho contribuyó con el 80% de los votos que recibió Juan Perón para acceder a su primera presidencia, y que luego se disolvería para dar paso al partido justicialista.
Shavit ahonda en la tipología de los seguidores del laborismo. «Nadie es demasiado santurrón, nadie insiste en ser absolutamente recto. Lo han visto todo. Creen en el trabajo duro de colocar un ladrillo tras otro. Pero también saben que para llegar al lugar correcto, a veces uno debe tomar una ruta enrevesada».
No parece ser la única afrenta de Shavit contra quienes juzgan desde la platea a un grupo de desposeídos que debió forjar un espacio para sí mismo. Va más allá, y frente a las atrocidades que también ocurrieron en la gesta de Israel, afirma que “una cosa me queda clara: el comandante de brigada y el gobernador militar tenían razón en enojarse con los sensibleros liberales israelíes de años posteriores que condenan lo que hicieron en Lod, pero disfrutan los frutos de su acto. Condeno al Bulldozer. Rechazo al francotirador. Pero no maldeciré al comandante de brigada y al gobernador militar y a los muchachos del grupo de entrenamiento. Al contrario. En todo caso, apoyo a los criticados. Porque sé que si no fuera por ellos, el Estado de Israel no habría nacido, yo no habría nacido. Hicieron el sucio, asqueroso trabajo que permite que mi pueblo, yo mismo, mi hija y mis hijos vivan”.
Ni el nacimiento de la Argentina ni la superviencia del pueblo argentino estaban en juego en la Argentina peronista. Eso está claro, y es por eso que el primer peronismo tampoco tuvo que cargar con muertos. Pero sí con un trabajo sucio, que permitió a muchos descendientes de oprimidos, hoy autodefinidos como liberales, tener un espacio en la sociedad argentina.

Bifurcaciones
En parte, el derrotero de ambos movimientos de emancipación social fue similar. Para Shavit “el proyecto sionista no se convirtió en lo que se suponía que debía ser: un grandioso proyecto de ingeniería bien planeado como el canal de Suez o el canal de Panamá. No se convirtió en una gran empresa de progreso que resolviera racionalmente uno de los problemas más desagradables de la humanidad. (…) en lugar de eso, el sionismo se convirtió en el proceso rebelde de improvisar soluciones imperfectas ante retos serios, atender nuevas necesidades, ajustarse a condiciones nuevas y crear nuevas realidades. Se reinventó a sí mismo una y otra vez, enfrentando en diferentes formas lo que es básicamente una situación imposible”.
Pero si la situación imposible en la Argentina fue doblegar a la oligarquía, a la que el peronismo incluso buscó sumarse en los ‘90, de la lectura del texto de Shavit, se pueden inferir, sin embargo, las grandes diferencias que se vislumbraron en la última década entre los hijos del laborismo israelí y los del laborismo argentino. Sobre los primeros, señala el autor israelí que: “Ellos fomentaron una cultura política edípica cuyo tema principal era el parricidio. De cierto modo, nunca crecieron. Nunca se convirtieron en líderes. (…) su visión estaba distorsionada y su alcance de la realidad se hizo cada vez más estrecha hasta que finalmente quedaron desconectados de ella. Los bienintencionados líderes de la izquierda israelí y del movimiento israelí por la paz se tornaron irrelevantes”. Sin embargo, la irrelevancia de la izquierda argentina –no siempre bienintencionada-, no significó la disolución final del movimiento que contuvo a una parte importante de la misma, el peronismo, sino que por el contrario lo mostró en su faceta más combativa de las últimas tres décadas.
Por eso, las similitudes iniciales entre estos dos movimientos parecen haber dado paso a las divergencias. Según Shavit, quienes recibieron el legado del laborismo israelí “No recordaron ni entendieron la historia. Sus constantes ataques hacia el nacionalismo, la milicia y la narrativa sionista consumieron la existencia de Israel desde adentro. Los negocios inculcaron ad absurdum la ilusión de normalidad al iniciar una privatización que arrasó con todo y estableció un régimen capitalista agresivo que no satisfacía las necesidades de una nación en conflicto. La academia inculcó ad absurdum una rígida corrección política al convertir los medios constructivos de autocrítica en una obsesiva finalidad deconstructiva por sí misma. Los medios promovieron una falsa conciencia que combinaba el consumismo alocado con una moralidad hipócrita. (…) Engañaron a los israelíes haciéndolos creer que Tel Aviv era Manhattan, que el mercado es lo que manda y que el dinero es Dios. Al hacerlo, les quitaron a los jóvenes israelíes las herramientas normativas necesarias para luchar por su país. Una nación sin igualdad, sin solidaridad y sin fe en su propia causa es una nación por la que no vale la pena luchar”.
Salta a la vista que, a diferencia de los anteriores párrafos, las similitudes no brillan por su presencia, si establecemos la comparación con la Argentina peronista de la última década. Con la excepción de la precisa descripción sobre los medios de comunicación, el punto en el que justamente se apoyó la derecha para regresar al poder.
A esta altura, muchos ya habrán enumerado las también grandes diferencias. Sin dudas serán ciertas. Pero no por ello podrán suprimir muchas de las similitudes.