La comunidad desde sus libros

Compartimos con nuestros lectores fragmentos del libro “Póker y ajedrez: cambios en la comunidad judía desde sus libros”, de reciente aparición. La obra de Ricardo Feierstein propone una mirada abarcadora sobre la producción editorial judía argentina de los últimos 36 años, con el propósito de establecer relaciones con otras modificaciones que atravesaron el entorno comunitario, como el recambio generacional e ideológico de la colectividad, así como la irrupción de la globalización política y estética de la sociedad.
Por Ricardo Feierstein *

Hizo girar la joya de la memoria y faceta a faceta ésta lo hirió con su brillante hermosura. Este dolor, aunque agudo, era a medias placer.
D. H. LAWRENCE

“Lo que foi, foi; lo que stá, stá” decía la tía Rebeca, pionera de la filosofía posmoderna (muchos hemos tenido alguna similar), con su entrañable gracejo casteidish, para referirse -hace décadas- al suceder del tiempo y el presente perpetuo.
¿Sirve de algo revisitar el pasado? Lo único cierto que podemos afirmar sobre él es que no volverá. Sobreviven entonces dos argumentos posibles para esta compleja excursión: uno, el entendible y angustioso deseo de aprehender la totalidad. El otro, la posible enseñanza que puede surgir de ese rastreo siempre incompleto de lo que fue. Se trata de perspectivas (e intenciones) individuales, más ligados a una visión existencial que a los meandros de la filosofía de la historia.
(…) Se tratará en las páginas que siguen de entender una pronunciada parábola de sentido que, en apenas algunas décadas, modifica radicalmente la composición e ideología de las capas dirigentes en la comunidad  judía en la Argentina.
La base de observación incluye las siguientes etapas (o estaciones):
Editorial Nueva Presencia/ Pardés: 1979-1985.
Judaísmo Laico: 1987-1992.
Editorial Milá/ AMIA: 1986-1997 y 2000-2009.
Editorial Acervo Cultural: 1997-2000 y 2009-2015.
Cuatro sellos y/o casas editoras, el trabajo como editor a lo largo de treinta y seis años prácticamente continuados, alrededor de 350 títulos en variadas colecciones, una tirada total que bordea el millón de ejemplares. Realizado en empresas privadas, instituciones centrales de la colectividad o proyectos individuales. Todo girando alrededor de un idéntico proyecto ideológico, que fue haciendo más nítidos sus contornos a medida que transcurrían los años y variaban las posibilidades o limitaciones. Y conservando un norte: documentar la cultura judía contemporánea, con especial puntualización en la producción judeo-argentina a través de varias generaciones, durante el siglo XX.

Una historia literaria
(…) ¿Puede una “historia literaria”, con sus interminable variedad, sus especulaciones y divergencias, interpretar nada menos que la “historia social y material” de su tiempo? Dicho de esta forma taxativa, la respuesta es no. La verdad política no es necesariamente análoga a la que surge de las creaciones humanísticas. No se explica una novela sólo por el tipo de sociedad que la escribió ni se juzgan con idénticos parámetros sus alternativas, pero sí puede relacionarse esa ficción con el imaginario del momento que refleja, el espíritu colectivo, la existencia y el lenguaje de algunos personajes representativos. Iluminar con su trama dramática -que incluye tanto grandes mitos como sentimientos individuales- un aspecto complementario de la “totalidad” de la época.
¿Cuál es entonces la intención de este libro? ¿Enumerar una lista de publicaciones? ¿La discusión sobre formas y contenidos? ¿El escorzo ideológico de un proyecto editorial?
Todo eso, claro. Pero, además y sobre todo, la posibilidad de utilizar el par significativo de “figura” y “fondo”. Una mirada abarcadora sobre la producción editorial judía argentina de las últimas décadas del siglo pasado y las primeras del actual (“figura”) permitirá, tal vez, establecer relaciones y contactos con otras modificaciones (“fondo”) que atravesaron el entorno: recambio generacional e ideológico de la comunidad y sus dirigentes, irrupción de la globalización política y estética de la sociedad global, modificación de las percepciones de lectores y escritores sobre ideas de totalidad y fragmentación, relato histórico y cambio perpetuo.
Y, sobre todo, examinar a la luz del primer siglo de vida judía en el país no sólo las nuevas expresiones de la identidad de la cuarta o quinta generación de argentinos de ese origen, sino también las “dificultades de transmisión” que presenta una colectividad de inmigrantes después de que, por el transcurso del tiempo, se agotan los elementos culturales (en sentido antropológico: idioma, comidas, gastronomía, familia, costumbres, creencias). La convivencia sincrónica de modelos del pasado reciente y su contraste con los veloces cambios de la actualidad requieren un abordaje multimodal que no se explica con facilidad.
Como lo definiera el psicoanalista Jacques Hassoun, cada generación utiliza los conocimientos y costumbres de las anteriores como “andamios” sobre los cuales apoyarse para construir su propia casa. Pero, una vez levantadas trabajosamente las paredes, puestas las ventanas que comunicarán el interior con el exterior y finalizado el techo que cubrirá a esa vivienda del desgaste y los embates de los otros, el nuevo propietario de esa vivienda -es decir, de su propia identidad, única e irrepetible como él mismo- deberá retirar los andamios y habitar el espacio que construyó. No se puede vivir en los andamios. El lugar del hábitat es la propia morada.
El tránsito de comienzos del siglo XX del judaísmo a la modernidad, especialmente contextualizado en la obra de Franz Kafka, incluyó una catarata de discusiones a través de la palabra impresa, característica esencial de comunicación del Pueblo del Libro durante dos milenios y reforzada en la nueva época de impugnación de verdades que sucedió a la Revolución Industrial y el avance de la ciencia. “La edición fue uno de los escenarios privilegiados de confrontación en las posiciones que pugnaban por imponer la definición última de ‘lo judío’. En dicho sentido, la experiencia judía moderna es inseparable del libro y, según Dujovne, “impensable por fuera del universo social de escritores, lectores, imprenteros, editores, viajantes, libreros, traductores, y de las geografías de producción y circulación de lo impreso que le dieron vida”.
¿Cómo se llega a esta construcción identitaria, que nunca puede ser la misma de generaciones pasadas? Libros editados durante estos 36 y las circunstancias que los rodearon enriquecen la comprensión de un escenario que, por detrás o desde arriba, expresó esos cambios en diversas actividades, siendo la editorial una de ellas. Lenguas, estilos, tendencias, autores, catálogos, la propia producción de quienes constituyeron el Pueblo del Libro -según una denominación histórica- hoy asisten, confundidos, al debilitamiento o desaparición de esa actividad, por lo menos en sus términos tradicionales. Podrán trazar analogías en este pasaje, encontrar “relaciones” entre actividades aparentemente dispersas y sin vinculación entre ellas.

Instituciones y generaciones
(…) En los años aquí considerados se produjeron grandes mutaciones, tanto en las instituciones judías de la Argentina como en los integrantes de esta colectividad. También sucedieron profundos cambios en el panorama internacional (caída de la Unión Soviética y visión de un mundo unipolar, nuevas estéticas para reflejar cambios tecnológicos e instrumentales, dramática evolución de la situación de Israel y Medio Oriente), un “fondo” escenográfico cuyas refracciones influyeron notablemente en la “figura” -las ediciones de libros judíos en el país- que intentaremos documentar.
El primer salto de significado consistió en el recambio generacional de la dirigencia comunitaria, aquí señalado en la medida en que buena parte de la producción a analizar estuvo ligada al marco institucional que legalmente contiene a la colectividad. La generación que asumió las riendas en las primeras décadas llegó con una edad biológica considerable. Para tomar el ejemplo de la AMIA, la lista de presidentes -que a menudo se alternaban en el cargo- revelaba edades que oscilaban entre los 60 y los 80 años, un promedio parecido al de sus socios.
Quienes los sucedieron a fines del siglo pasado, gradualmente instalados en todos los estratos de decisión, tenían algo más de cincuenta años y su propia condición existencial era muy diferente de la de sus antecesores. Primera, segunda y hasta tercera generación nacida en la Argentina, poco permanecía en ellos del bagaje cultural y organizativo de los primeros inmigrantes, activistas voluntarios que construyeron una admirable red institucional, comerciantes y empresarios, empleados y algunos universitarios, que compensaban su tal vez escasa preparación formal para las complejidades institucionales con una vocación de servicio y una imaginación que conseguía objetivos casi imposibles. Ahora, la camada más joven llegaba con preparación profesional sistemática (abogados, contadores, algún médico o un empresario muy exitoso) y una imagen organizativa distinta, que revalorizaba la posibilidad de construir un equipo de empleados rentados para hacerse cargo del manejo cotidiano de la institución, dejándoles a ellos más tiempo libre para sus relaciones sociales, políticas y, por qué no, a veces económicas.
La creciente influencia de esa tecnocracia en cada centro comunitario modificó los modelos de gestión. Hacia los primeros años del siglo XXI, la ambivalencia estaba superada. En este nuevo encuadre, publicar libros, mantener una biblioteca o centralizar esfuerzos educativos no constituían prioridades en la etapa que se iniciaba.
(…) Como eje hipotético adelantamos una metáfora: póker y ajedrez. Dos juegos que podrían resumir -también- una actitud ante el acontecer. Se juega igual a como se vive, con prudencia o con temeridad, arriesgando poco o mucho.
Hoy parecen imponerse en la sociedad los jugadores de póker, con su estilo de improvisación, simulación, resolución de problemas inmediatos y empecinado pragmatismo. Los ajedrecistas, en cambio, acostumbrados a la visión del proceso total antes que a la fragmentación, a la planificación y a una visión de horizonte más alejada, comprenden mejor la época, pero les cuesta manejarla en lo cotidiano. El espacio ajedrecístico tiene una dimensión táctica y otra estratégica: el primero condicionado a una buena jugada que depende de la posibilidad material del movimiento de la pieza; y el segundo al desarrollo lógico de las fuerzas representadas por todas las piezas, es decir, a la visión del tablero donde se juega. “Si el ajedrez mecánicamente no difiere de la guerra -escribió Martínez Estrada-, tampoco difiere de nuestra vida burocrática que, en definitiva, es otro aspecto de la misma guerra”.

* Escritor y periodista