‘Mi tierra prometida’, de Ari Shavit

Una mirada crítica a prueba de estereotipos

Un libro que logra transmitir el dolor y el malestar de los vastos sectores que no formaron parte del núcleo humano, político y cultural que estructuró al estado de Israel. Y que a la vez deja traslucir la nostalgia por la vieja Israel Laborista, mucho más homogénea y culturalmente organizada en torno a un conjunto de ideas, a un sistema partidario robusto y a un conjunto de definiciones ideológicas precisas, que han sido prolijamente desmontadas una a una tras largas décadas de liberalismo económico e irresponsabilidad política.

Por Ricardo Aronskind

Quien busque un pasatiempo liviano, no debe tomar este libro entre sus manos.
La densidad, la complejidad temática, la crudeza para encarar temas ríspidos hacen de este material un disparador de debates relevantes para todos los interesados en la problemática israelí. Quien busque un discurso proisraelí fácil, apologético, que asuma posiciones estereotipadas, de izquierda o de derecha, no lo encontrará.
Ari Shavit es un periodista experimentado, con amplio acceso a fuentes y personalidades de la escena política y social israelí, que ha decidido volcar en un libro vivencias, reflexiones y diálogos sustantivos realizados durante su carrera profesional y su vida como ciudadano israelí.
De alguna forma ha tratado de exponer parte de su propia subjetividad, se ha pensado a sí mismo en el contexto de la historia israelí, historia dramática, historia intensa, historia profundamente emotiva. Se trata de un texto que cruza periodismo, autobiografía, introspección emocional y ensayo político.
Shavit se define como un hombre de izquierda, pero critica con dureza los errores políticos, y la “ingenuidad” de la izquierda pacifista israelí. Shavit condena la ocupación de territorios palestinos (“El Estado Judío desmantelará los asentamientos o los asentamientos desmantelarán al Estado Judío”), pero no se ilusiona con la posibilidad de alcanzar la paz si finalmente éstos son devueltos. El ve la región como un territorio que guarda reservas de hostilidad que no se terminarán cuando se funde el Estado palestino, y es sumamente crítico en relación a las oportunidades de fundar su propio estado que la dirigencia palestina, con Arafat a la cabeza, dejó pasar reiteradamente.
El libro aborda temas muy conflictivos, que no constituyen los tópicos habituales de la imagen que la propaganda oficial israelí prefiere proyectar hacia el exterior, como las condiciones trágicas en las que se fundó el Estado en 1948, o las razones de la decisión de construir la central nuclear de Dimona y la producción de armamento nuclear. También Shavit enfrenta con crudeza, aportando valiosos testimonios, el trato injusto y desigual que han recibido –y reciben- los ciudadanos árabes israelíes, y también los judíos de origen oriental o africano, que han recorrido un extenso camino en búsqueda de la dignidad. El libro logra transmitir el dolor y el malestar de estos vastos sectores que no formaron parte del núcleo humano, político y cultural que estructuró al estado de Israel.

Entre los 6 Días y Iom Kipur
Entre las diversas tesis que presenta Shavit en su libro, se destaca su percepción de que la historia israelí tiene un parteaguas entre 1967 (la fulminante Guerra de los Seis Días) y 1973 (la traumática guerra de Iom Kipur, el comienzo del fin del laborismo). Shavit sostiene que al año 1967 llegó un país focalizado en su misión, lúcido, coherente, disciplinado. Pero a partir de 1973 Israel habría entrado en un sendero de deterioro de los factores que le permitieron subsistir y fortalecerse, aquellos que lo llevaron de la extrema austeridad al momento de nacer, al desarrollo en todos los terrenos de la vida social. La declinación aparece explicada por varios motivos, como la sucesión de gobiernos ineficaces, liderazgos sin vuelo intelectual, pereza, confusión: “las siguientes generaciones perdieron la perspectiva histórica y el sentido de la responsabilidad… Un movimiento que acertó en la mayoría de las cosas en sus primeros días se ha equivocado en casi todo en las décadas recientes”.
Resuena en el texto la nostalgia por la vieja Israel Laborista, sociedad mucho más homogénea y culturalmente organizada en torno a un conjunto de ideas, a un sistema partidario robusto y a un conjunto de definiciones ideológicas precisas, que han sido prolijamente desmontadas una a una tras largas décadas de liberalismo económico e irresponsabilidad política.
Dado que Shavit no dedica el libro al desarrollo exclusivo de esta tesis, aunque la misma la ayuda a vertebrarlo, quedan por supuesto muchísimos puntos para el debate. Entre ellos, por qué se produjo el cambio entre aquel país que sabía adónde iba, y este otro, sin identidad precisa ni claridad sobre su destino.
Sin embargo, Shavit no deja de transitar por aquel momento crucial en que se empezó a tolerar el proceso de colonización de los territorios ocupados en 1967 por parte de grupos extremistas, aquel momento en donde el laborismo cedió, como si careciera de fuerza o argumentos para oponerse con firmeza a lo que era apenas un incipiente movimiento que podía ser reprimido legalmente sin grandes costos políticos. Shavit se muestra capaz de conversar con algunos de los ideólogos del movimiento colonizador, pero se advierte su completa lejanía humana y valorativa con dichos activistas de derecha. Su rechazo a la situación de ocupación de Cisjordania, y a los efectos perversos que trae sobre la sociedad israelí es absoluto y total.
La demostración clara de que Shavit no es un pacifista estereotípico se encuentra en su abordaje del tema iraní. Aquí el autor no evalúa salidas negociadas, ni cree en lecturas matizadas. Sostiene que efectivamente el régimen iraní es radicalmente hostil a la existencia de Israel, y que por diversas indecisiones gubernamentales se perdió la oportunidad de enfrentar y neutralizar militarmente la amenaza nuclear iraní. Sorprende, dentro del tono profundamente reflexivo del libro, la contundencia de sus afirmaciones en este punto.
También Shavit deja ver su malestar con la Israel próspera, consumista, mercantilizada: “El imperativo histórico que los había traído de Europa hasta Ramla provocó un caos que nadie podía controlar. Primero demolió la cultura indígena, luego demolió la cultura pionera, luego arrancó de raíz las mágicas arboledas de naranjos de mi niñez y creó ciudades israelíes sin rostro, llenas de insatisfacción”.
Luego de un recorrido tan intenso como diverso, el autor no concluye ni en el desánimo ni el escepticismo. Su identidad, a pesar de las tentaciones de una bucólica vida en Inglaterra, permanece estrechamente entrelazada con su tierra prometida.

* El autor es profesor en UBA y Universidad Nacional de General de General Sarmiento.