Desde entonces, se dieron un conjunto de elementos que fortalecieron la segunda opción. Por empezar, no hubo respuestas acertadas al estancamiento económico, incluyendo inflación, caída de la actividad industrial y deterioro de los salarios. Pero mientras se barría bajo la alfombra el desbarajuste económico con el único plan de llegar a salvo a las elecciones presidenciales, desde el punto de vista político la cosa fue aún peor. Massa no logró erigirse como el nuevo jefe de la maquinaria, pero le bastó con resistir los embates de cooptación de gran parte de sus dirigentes para quedarse con una porción nada desdeñable del electorado, con un discurso cada vez más duro contra el gobierno. El mencionado pluralismo peronista quedaba así en pie.
Pero para empeorar las cosas, en el campo del FPV-PJ se produjo un empate pírrico entre kirchnerismo y el resto. Cristina no tomó mayor nota de la derrota electoral de 2013, y comprendió tarde, sólo en 2015, lo que dos años antes era ya evidente; es decir, que el kirchnerismo sin rentas extraordinarias no era lo suficientemente fuerte como para hacer elegir un presidente del riñón. Pero ocurrió también que el kirchnerismo no fue lo suficientemente débil como para permitirle al peronismo dar vuelta la página, remozarse y, como hizo tantas otras veces, presentarse como novedad bajo un nuevo liderazgo. Así fue como el juego quedó empantanado en este empate inviable entre kirchnerismo duro y peronismo no (o post) kirchnerista.
Una buena parte de lo reflejado en los análisis de los militantes en aquella oportunidad parece haber estado presente en el modo en el que la dirigencia kirchnerista pensó el proceso político de los últimos dos años.
Es notable que el kirchnerismo, tan pragmático en una diversidad de asuntos (Milani, Stiusso, Grondona, etc.), se haya dejado llevar por la ceguera ideológica a la hora de procesar los resultados electorales. En verdad, la evaluación errónea de las votaciones fue una constante del kirchnerismo. Así, el triunfo de 2011 se pensó como el fin de la historia, el momento en el que el pueblo argentino en comunión con su líder había madurado para comprender cuál era su destino en este mundo. 2013 fue un accidente. No había nada enfrente capaz de doblegar la fuerza del kirchnerismo; un poco de marketing podía servir para ganar una elección legislativa, pero no era algo como para preocuparse demasiado. Y entonces 2015 se vuelve un enigma. Recurrir a la idea de los “medios monopólicos” no merece mayor comentario (en todo caso una pregunta algo más productiva apuntaría a por qué tan pocos quisieron creer en los infinitos medios kirchneristas creados o cooptados en los últimos años).
Lo extraordinario es que Cristina continuó jugando el mismo juego después de la derrota. ¿Pudo interpretar acaso realmente que el 49% que no votó a Macri es una mitad de la población deseosa de que al nuevo gobierno le vaya para el traste, dispuesta a seguirla a ella hasta el fin de los tiempos? Es importante recordar que Macri obtuvo en las PASO sólo el 24% de los votos, y que si creció hasta el 34% en primera vuelta y hasta el 52% en el ballotage fue por sobre todas las cosas por el enorme hastío de una mayoría social con el gobierno saliente, antes que por un repentino amor hacia el hasta entonces jefe de gobierno porteño. Es en ese sentido que la táctica del opositor por default de un gobierno en decadencia resultó exitosa.
Pero algo similar es forzoso interpretar respecto a los votos recibidos por Scioli. Con mucha buena voluntad cabría adjudicar una mayor parte de los votos recibidos por el candidato presidencial del FPV en primera vuelta a quienes estaban muy contentos con el gobierno K. Que Scioli pasara de un 37 a un 48 en pocos días tuvo mucho más que ver con el temor o el rechazo a Macri que con una devoción hacia el gobierno saliente. Por eso cabe preguntarse si los kirchneristas sostienen en serio que fue un error no tener un candidato más identificado con el proyecto. Sobre todo cuando aquellos que sí lo estaban sistemáticamente obtuvieron menos votos que el candidato presidencial en sus respectivas candidaturas (Kicillof en CABA o el camporista Julián Álvarez en Lanús, por mencionar dos de los principales, aunque el caso bonaerense de Aníbal Fernández es por supuesto el más notorio). Y cuando, en cambio, les fue bastante bien a varios otros que claramente no fueron la vanguardia esclarecida de la revolución kirchnerista. Algunos de ellos, como Granados, el intendente de Ezeiza, ya explicitan que no tienen nada que ver con el FPV. Y eso por no mencionar a otros que lo anticiparon, como Urtubey, o que no necesitarán siquiera explicitarlo, como tantos gobernadores peronistas.
Existe sí cerca de un 20% del electorado que está dispuesto al menos hoy a defender al kirchnerismo contra viento y marea. Son los que en una encuesta reciente sostienen que Cristina quiso hacer una transición ordenada pero Macri no se lo permitió. En el 80% restante que cree que Cristina entorpeció deliberadamente la transición de gobierno hay muchos votantes de Scioli, y por supuesto muchos votantes de Cristina en 2011.
Siguiendo el más elemental manual populista, durante el kirchnerismo los que no participaban de la fiesta fueron declarados enemigos del pueblo. Este comportamiento faccioso de algún modo podía estar justificado cuando se obtenía el 54% de los votos. Pero las sucesivas derrotas electorales dejan a estas expresiones en ridículo, al igual que ocurre con la pretendida superioridad moral por ser los favoritos del pueblo. Cómo pasar de la exaltación de un pueblo maravilloso (el que los votó en un alto porcentaje) hasta el enojo y el rencor por no reconocer todo lo que se hizo por él demuestra qué elitista puede ser el populista en la derrota. Tal vez como dicen los jugadores de fútbol, ni eran tan buenos antes ni son tan horribles ahora. Se vota por diferentes motivos, pero seguramente son tan válidos los del 2011 como los del 2015.
En cualquier caso, lo interesante es comprobar que una nota de actualidad sobre el kirchnerismo es a esta altura un contrasentido. El fin de la historia no llegó con el kirchnerismo, tampoco con su final.