Mauricio Macri presidente

La Victoria del Marketing

El guante arrojado hace años por CFK fue recogido por las fuerzas de la oposición. El conflicto con las patronales agropecuarias como semilla de la flor amarilla. Los aciertos de unos, los errores de otros, y la frustración de todos. El neoliberalismo al poder, tras doce años habitando en las grietas de la cocina.

Por Mariano Szkolnik

Ocurrió durante los meses más álgidos de 2008. El autodenominado “campo”, un sector heterogéneo pero hegemonizado por lo más granado y concentrado de la producción agropecuaria, lanzó el lock out patronal más extenso del que se tenga memoria, cortando rutas y caminos en todo el país. Ganadores entre los ganadores de un modelo asentado en el estímulo a la exportación de bienes primarios, utilizaron su rechazo a la posibilidad de modificar el gravamen a la renta extraordinaria de la tierra, para alinear tras de sí a una difusa oposición, que no encontraba canales político-partidarios de expresión.
La vieja derecha vernácula, que en el pasado movilizaba tanques y blindados, ahora interrumpía el suministro a las ciudades cruzando tractores y cosechadoras en lo que se denominó “piquetes de la abundancia”. Los ruralistas llegaron al extremo de montar barricadas, apilando medias reses sobre el asfalto, sacrificio infame pudriéndose al calor del sol pampeano. Dejaron correr ríos de leche fresca, ofrecieron la cosecha de fruta tanto a las moscas, como a las cámaras de televisión. A ese ritual concurrieron sacerdotes, quienes bendijeron la protesta con crucifijos y menorots.
En las grandes ciudades, sitiadas por la protesta, la agitación también era febril. El desabastecimiento comenzaba a sentirse, y la especulación, sumada a la carencia de los productos de la canasta alimentaria, empujaron los precios al alza. Se sucedían manifestaciones tanto a favor del Gobierno, como en contra. La Mesa de Enlace, reunió en Palermo a una multitud, acto en el que también se dieron cita representantes de la cuasi-izquierda, como Raúl Castells y Vilma Ripoll. El “campo” demostraba su potencia, su capacidad de hacer política económica contra la Política Económica. Clamaba con energía contenida que, con los frutos de la tierra, con la producción social para el consumo popular, podían hacer cuánto les viniera en gana. Pusieron el pie sobre la cabeza del Gobierno para decir “somos los que mandamos”. Serena, pero visiblemente ofuscada, la recién asumida Cristina Fernández pronunció entonces un discurso memorable que, por éstos días de diciembre de 2015, resuena como una burlona profecía: “Si no les gustan éstas políticas, si quieren cambiar de modelo, pues formen un partido político, y ganen elecciones”.

Transcurrieron más de siete años desde aquella invitación-sugerencia-conminación. Hubo manifestaciones callejeras, declaraciones tirabombas, trabas parlamentarias, el accionar constante del Poder Judicial, pero sobre todo, la derecha supo construir, con una ayudita de sus amigos empresarios de medios, un partido político competitivo. Por un pelito de 2.5 puntos, Mauricio Macri ganó el balotaje, y con ello la presidencia de la Nación. Su pírrica victoria es atribuida, de acuerdo a los análisis circulantes por estas horas, a una compleja combinación de aciertos del conglomerado “Cambiemos”, con errores del espacio kirchnerista. Lo cierto es que, con un 51 a 49, puede afirmarse que la moneda arrojada al aire el 22 de noviembre, “cayó de canto”. Una porción ínfima del electorado, unos 670 mil entre 25 millones de votantes, decidió el resultado.

Los aciertos
Empecemos por la palabra, el concepto “Cambiemos”. La teoría keynesiana postula que el consumo crea su propia demanda. Tengo un celular, el cual, como juguete que es, disfruto. Pero el tiempo pasa muy deprisa, y nuevos modelos se suceden, arrojando a la obsolescencia aquello que hasta ayer me inscribía en el campo de “lo moderno”. La necesidad de un nuevo equipo, de un nuevo auto, de un nuevo peinado o una florida camisa es consustancial a una producción desenfrenada, que requiere del paso de la moda o la destrucción de bienes por el consumo, para poder realizarse. En la sociedad de consumo, cambiar es la norma. Las “formas ocultas de la propaganda” descritas por el sociólogo norteamericano Vance Packard en los tempranos ‘70, propician el terreno, haciendo socialmente lícita la necesidad del cambio por el cambio mismo. El deseo, el impulso libidinal, la avidez por la novedad, y un marketing demoledor, hicieron —para una nada desdeñable porción de los electores— del imaginario kirchnerista algo “pasado de moda”.
“Cambiemos” asestó un flechazo en la espina dorsal de un discurso fundado en hechos y razones, pero que necesitaba de la atención durante media hora de cualquier interlocutor no convencido. Macri, ocupando el centro de la escenografía, sólo necesitó de tres metáforas escolares para torcer la voluntad popular a su favor. No se trata de que los votantes sean meros autómatas, sino que la argumentación precisa del ejercicio de la memoria. Desde ésta columna ya se ha postulado que la inadecuada o nula elaboración del pasado traumático (Rodrigazo, Martínez de Hoz, Hiperinflación de 1989, Crisis de 2001…) es el suelo en el que germinan y florecen los apologetas del extremo mercado, quienes sostienen un paradigma que sacrifica al trabajo y al empleo en el altar de la eficiencia.
Por otro lado, cunde entre nuestra población un particular sentimiento de frustración colectiva, de destino de Gloria manifiesto que “no se estaría cumpliendo”. Pocos están conformes o realizados personalmente en el rol que les ha tocado desempeñar. El empleado que se siente nacido para ser jefe, el taxista, ministro de economía o de seguridad, y el panzón que a sus cuarenta juega fútbol 5, y vive amargado porque la vida no lo premió siendo Maradona, Messi, o el dios de turno; sobre cualquier materia de agenda (dólar y tasa de interés, negociación de la deuda, crimen de una adolescente, funcionamiento del Poder judicial, construcción de represas y puentes…) el ciudadano o ciudadana promedio se siente habilitada a opinar con total experticia sobre asuntos que ignora profundamente, o de los cuales sólo se informa mediante el show televisivo —imitadores mediante— del domingo por la noche. En este caldo de cultivo en el que la infelicidad orienta la expectativa general, un discurso como el de Macri en particular, o el de Cambiemos en general, prendió como chispa en bosque seco. “No discutamos más. Basta de enfrentamientos”, “Queremos hacer cosas buenas para la gente”, “Te pido que confíes en mí, porque yo sé cómo armar equipos para resolver tus problemas” y toda una catarata de frases de manual New Age, permitieron a la renovada alianza política opacar lo que para muchos era evidente: la orientación neoliberal-regresiva de su programa de gobierno.

Los errores
Los análisis postelectorales hacen pie en los errores que cometió el espacio del Frente para la Victoria, lo cual es razonable, ya que en los términos de la competencia electoral, es necesario dar cuenta de por qué perdió el candidato que era “número puesto”. No es intención de éste espacio ahondar demasiado en ello, sino enumerar brevemente algunos de los aspectos liminares que puedan explicar el ajustado resultado.
En primer término, tanto la militancia como la dirigencia (generalización demasiado amplia, útil sólo a los fines de plasmar en pocas palabras una impresión particular) parecen haber confiado demasiado en las encuestas. Hasta el día de la primera vuelta electoral, se pensaba que el balotaje era una posibilidad lejana. Y con las elevadas chances de ganar la presidencia “caminando”, las acciones proselitistas se circunscribieron a los avisos radiotelevisivos establecidos por la ley, actos en polideportivos, y unas pocas mesitas azules, en comparación con la omnipresencia de stands con globos multicolores que pulularon en cada esquina. La repetida frase “El candidato es el proyecto” resume la confianza en las “fuerzas de la historia”, en el liderazgo de la presidenta, y en la extendida convicción de que con la simple enumeración de los “highlights” del kirchnerismo bastaba y sobraba para retener el poder político. A la luz de los resultados, el candidato era Daniel Scioli. Recién tras la primera vuelta, una militancia efervescente, inorgánica, poco teledirigida ocupó el centro de la escena.
Confiar demasiado en la propia fuerza y en el sentido progresivo de la historia, redundó en la subestimación de la capacidad ajena. El kirchnerismo, mal que les pese a muchos, ha tenido un carácter pedagógico, al visibilizar problemáticas que durante décadas permanecieron en las sombras, ampliando la esfera de los derechos más allá de lo imaginado alguna vez. ¿Cómo imaginar que un contradiscurso vacío, y a la vez ecléctico (“hoy somos privatistas, mañana estatistas”, diría Macri) podría concitar las preferencias de una exigua mayoría?
El juego de Sergio Massa y sus electores también fue soslayado. Se creyó que la estrella fugaz del intendente de Tigre sería diluida en el escenario de la polarización, lo cual no sucedió. Jugando el juego de la ambigüedad, la tercera fuerza arbitró la elección, aportando votos más para uno que para otro candidato. El “volver al redil del peronismo” no surtió el efecto esperado, o al menos en la cuantía necesaria. Con más de un quinto de la voluntad popular a su favor, Massa podrá presentarse a la presidencia en el próximo turno electoral, sin exhibir mácula alguna.

El gobierno de los CEOs
Reducir las retenciones a los productos agropecuarios de exportación, liberar el mercado del dólar, eliminar los aranceles a las importaciones, bajar el gasto público, colocar las paritarias en el freezer del recuerdo… todas medidas anunciadas que atentarán contra el salario real, el desarrollo industrial, y la distribución progresiva del ingreso. Esto era sabido desde antes de las elecciones. Como en un procedimiento de “consentimiento informado”, el votante tomó conocimiento de cuáles serían las consecuencias de sus actos.
Los antecedentes de los postulantes en las áreas clave del gobierno de Macri, sus declaraciones y acciones en el pretérito ejercicio de la función pública así lo corroboran. Gobernar es tomar decisiones a sabiendas de que se afectan intereses. No hay manera, en éste sentido, de gobernar sin contentar a unos y enfrentar a otros. Es decir, no hay tal cosa como una “Argentina indivisible”, sino que un abanico interminable de intereses atraviesa a los distintos sectores y actores sociales que componen el universo nacional.
El gobierno saliente ardía en contradicciones, pero su orientación estructural era clara: el sostenimiento del nivel de empleo y el consumo popular, distribuyendo la riqueza de modo tal de potenciar la demanda agregada. Si lo hizo bien o mal, la historia –afecta a las comparaciones– lo dirá. Pero lo que no queda claro es cómo el nuevo gobierno podrá compatibilizar su promesa de bienestar general, con la concentración particular de los recursos en pocas manos.