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Debates que subyacen y estrategias que se hacen evidentes; más allá de ‘continuidad o cambio’

Las opciones para las próximas elecciones de octubre parecen orbitar en torno al eje “Continuidad vs. Cambio”. Más allá de este debate binario, el análisis preciso debería focalizase en la discusión “Justicia vs. Impunidad”, en referencia a la política que deberá seguirse en los próximos años en relación con los crímenes cometidos por la última dictadura militar. Por lo demás, el rol político de la falacia y la denuncia sistemática, que soslaya discursos políticos vacíos de contenido, abonan la estrategia que pretende la deslegitimación del futuro gobierno.

Por Mariano Szkolnik

En tono jocoso, cual niño pavo jactándose por la travesura cometida, el economista Federico Sturzenegger relató los consejos recibidos del principal “political advisor” del PRO, Jaime Durán Barba. Lo hizo en una conferencia que tuvo lugar el año pasado en la Universidad de Columbia, en los Estados Unidos, pero el video trascendió a fines de julio de este año. En un correcto inglés, el actual diputado enumeró –entre risotadas y morisquetas–, la estrategia sugerida por el asesor de cara a un debate televisivo. Ésta se sintetiza en cuatro simples reglas: “No propongas nada”, “No expliques nada”, “No ataques a nadie”, y “Si alguien te ataca, no te defiendas”. El medio: vaciar de contenido toda discusión, casi alegando demencia. El fin: lo importante no es ganar el debate, sino los votos de los televidentes.
A un cuarto de siglo de la célebre declaración de Menem, aquella en la que espetó que “Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie”, los “Tripe X” de la política local explicitan lo indecible. Es necesario reconocerle al expresidente la virtud de la prudencia: durante el desarrollo de la campaña de 1989, sabiendo que la verdad podría piantarle unos cuantos votos de la base social peronista, se disfrazó de nacional y popular, ganando la contienda contra un “sincero” Angeloz. En este presente, el electorado acepta esas estratagemas como reglas normales del juego. Bajo el paraguas de una ideología que se propone no ideológica, el público ha aflojado todas las riendas de la racionalidad, y vota a aquellos que en público, o en privado, (ya no hay más secretos en la era de los smartphones dotados de cámara de video) les proponen la conculcación lisa y llana de sus derechos (o los de los demás). El fenómeno, sociológicamente relevante, remite a múltiples y complejas razones.

El huevo de la gallina
A la salida del Proceso, tras una breve primavera política, la democracia sustantiva se demostró un sueño irrealizable, condicionada por corporaciones nacidas o fortalecidas al calor de las políticas de la dictadura cívico-militar, tanto como por la presión asfixiante del capital financiero transnacionalizado. La crisis de un Estado cooptado por intereses particularistas, y la imposibilidad de resolver aspectos básicos de la vida cotidiana de la población (servicios públicos prestados en la urgencia permanente), tornaron al florido período en un invierno nuclear, abonando el caldo para la emergencia de un nuevo modo de ejercicio de la política: el de las “ideologías desideologizadas”, que postulaban la eficiencia como el bien social supremo y derecho humano fundamental, relegando al trabajo, a la realización personal, a la información y a la justicia a un lugar subsidiario, rémoras de un pasado pisado.
La renuncia expresa de los partidos políticos a formar cuadros, a educar al soberano, y el reemplazo del compromiso militante por una tecnodemagogia que tan bien encarna actualmente el antes mencionado asesor amarillo, dificultaron la comprensión colectiva de los problemas sociales y la adecuada evaluación de las razones de la debacle. A río revuelto, ganancia de pescadores, y en plena crisis del Estado de Bienestar, se colaron por la ventana los intereses de sectores corporativos que prescribieron una chamánica solución: había que seguir la receta de las privatizaciones, la liberalización financiera, la apertura comercial, la fiesta sustentada en un endeudamiento externo irresponsable, y sobre todo, y quizás fundamental, la garantía de impunidad para los perpetradores del genocidio durante el Proceso.

Senderos convergentes
Hoy, la misma prédica retorna remozada, camuflada en escenarios multicolor. En las últimas semanas, Elisa Carrió, un personaje menor de la política vernácula, y el diario La Nación a través de sus editoriales, se manifestaron a favor de una “revisión completa” del pasado. Resucitando la ya superada “Teoría de los dos Demonios”, las editoriales equiparan a víctimas con genocidas, y exigen para éstos últimos el cese de la “persecución” judicial: “Es imperioso reemplazar las ansias de venganza por la disposición a perdonar desde el conocimiento íntegro de la verdad, midiendo a todos con la misma vara”. ¿Cuál es la razón y oportunidad para retomar este viejo y oxidado reclamo de impunidad?
Ya lo decía Guillermo Francella en las recordadas líneas de la película “El secreto de sus ojos”: “El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios; pero hay una cosa que no puede cambiar… No puede cambiar de pasión…” El planteo de La Nación no sólo responde a su inclaudicable pasión por parecerse a sí mismo, sino que evidencia un movimiento de pinza, cuyo objetivo es condicionar la agenda del presidente que surja de la elección de octubre, sepultando con la mayor cantidad de tierra posible cualquier intento de continuidad de lo que denominan despectivamente “populismo” (cóctel que incluye la revisión y enjuiciamiento de los crímenes cometidos por los uniformados). La otra banda de la estrategia es el cacareo sistemático que pone en duda la trasparencia de los actuales y futuros comicios.

La fragilidad como condición del ejercicio del poder
La última tanda de elecciones provinciales resultó amañada, empantanada por denuncias mediáticas de fraude por parte de los partidos de la oposición. La huella dactilar de Durán Barba se aprecia detrás de esta sobreactuación infundada, sin correlato judicial ni evidencia real. Cualquier jugador amateur de ajedrez podría adivinar el siguiente movimiento: deslegitimar la elección presidencial de octubre, conscientes de que el candidato del Frente para la Victoria probablemente sea –en primera o segunda vuelta– el definitivo ganador. El nuevo presidente, portador de una “debilidad de origen”, derivada del modo “espurio” que teñirá el proceso electoral, sería pasto para la imposición de una agenda ajena, dominada por los medios hegemónicos, y cuyo objetivo central consistirá en congelar para siempre varias de políticas más emblemáticas del actual ciclo político. La primera, simbólica, fundamental, es la referida a la Memoria Verdad y Justicia. Los editoriales del diario de Mitre así lo confirman.
Detrás de las mentiras y las falsas denuncias, detrás de los discursos vacíos, se muestra una verdad incontrovertible. Lo que apasiona a la derecha, aquello que ninguna máscara demócrata le permite ocultar, es su rechazo a reconocer el derecho de las mayorías. Esto es, finalmente, el núcleo de lo que se juega en las próximas elecciones.

* El autor es sociólogo y profesor de la UBA.