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Nuevos clivajes y encrucijadas en Medio Oriente

El acuerdo entre Irán y las potencias occidentales marca el fin de una época y el inicio de otra. Por un lado, sella el fin del predominio de Estados Unidos de una región que controló durante 60 años. Por otro, es la consolidación de Irán como potencia regional, lo que va a profundizar la disputa ya abierta por la supremacía en el Medio Oriente con dos potentes competidores que no se van a quedar de brazos cruzados: Arabia Saudita e Israel.
La desaparición de los Estados Nación en la región y de las fronteras que los delimitaban, diseñadas artificialmente por los europeos hace 100 años, ha dejado indefenso a poblaciones enteras que lo único que pueden hacer para no ser asesinados por los fundamentalistas es escapar. Sin una intervención de la comunidad internacional para frenar la matanza, la situación tenderá a descontrolarse aún más.
Por Damian Szvalb *

Al haber sido el principal impulsor de este acuerdo, Barack Obama se transformó en el presidente de Estados Unidos que decidió desenganchar a su país de una región que controló desde el fin de la Segunda Guerra. Culminó un proceso que verbalizó apenas asumió pero que recién pudo empezar a concretar a partir de 2011 cuando retiró sus soldados de Irak. Luego soportó las presiones para volver a llevar tropas a ese territorio para frenar el avance asesino y desenfrenado del Isis. Lo intentó resolver con algunas incursiones aéreas que sólo parecen hacerles cosquillas a los fundamentalistas.
Desde el 2003, cuando Bush hijo le sacó de encima a Saddam Hussein, su peor enemigo, Irán viene haciendo las cosas que tenía que hacer para disputar el liderazgo regional. Y llegó hasta aquí sin disparar un tiro. Para eso tenía a Hezbolla y Hamas. Además, el plan nuclear que puso en marcha no pudo ser frenado a tiempo ni por Estados Unidos ni Israel. Sólo le faltaba que alguien lo legitime. Ahí llego Obama. Más allá de si el acuerdo recientemente firmado se cumplirá o no, el gran éxito iraní en estas negociaciones con Occidente, es que su programa nuclear seguirá su curso. Y sin el peso de las sanciones económicas encima.

La vuelta de Irán a Occidente
El regreso de Irán al “mundo” lo volverá más fuerte en todo sentido. Además de aliviar su situación económica con el quite de las sanciones, ampliará su musculatura política que lo hará jugar en la región, ahora sí, a cara descubierta. Ya está legitimado para intentar estabilizar un vecindario que arde. Estados Unidos y Europa lo necesitan para eso. Irán lo intentará hacer a su gusto pero no le será tan sencillo. Allí tiene a dos competidores que quedaron tambaleando pero que de ninguna manera van a renunciar a sus espacios de poder.
Uno es Arabia Saudita, con quien Irán ya viene protagonizando una guerra fría que ahora amenaza profundizarse. El antagonismo religioso-ideológico entre estos dos países es evidente. Arabia Saudita es un régimen sunita, conservador y pro occidental que compite con un Irán chiita y antiimperialista.
Para mantener el statu quo, los saudíes ya intervinieron en Bahrein para sostener al gobierno que era amenazado por los chiitas, también ayudaron mucho para que fracase la experiencia de gobierno de Morsi y los hermanos musulmanes en Egipto, y en Siria financiaron a los opositores al presidente Al Asad. Yemen es quizás el caso más evidente de lo que está dispuesto a hacer Arabia Saudita para no regalarle un ni un centímetro de poder a Irán.
Allí ha hecho todo para evitar que ese país, su patio trasero, caiga bajo el dominio iraní. Para frenar el avance de los rebeldes chiitas huthi, Arabia Saudita encabeza una coalición militar que no escatima violencia para lograr su objetivo. En este enfrentamiento entre Arabia Saudita e Irán se está jugando el posicionamiento geopolítico y estratégico que moldeará el Medio Oriente en los próximos años: se disputan la supremacía regional.
El otro enemigo de Irán es Israel, que ha quedado aislado luego de haber sido la cara visible contra cualquier tipo de acuerdo que no contemple llevar el programa nuclear persa a cero. Eso no sucedió. Ahora Irán no sólo podrá seguir con su desarrollo nuclear sino que logró legitimarse frente al mundo. Tendrá más fuerza para fortalecer su estrategia contra Israel, que consiste en evitar la caída de Bashar Al Asad en Siria para mantener un corredor chiita que incluya también a Irak y Líbano. Esto implica un Hezbollah bien activo, lo que siempre es para Israel una amenaza.
El gobierno de Israel, y gran parte del arco político del país, están convencidos de que Irán, tarde o temprano, utilizará su desarrollo nuclear para alcanzar la bomba. Eso significaría el fin del monopolio nuclear israelí en la región. Y si se llegase a ese punto, serían dos los posibles escenarios: uno es que se produzca un equilibrio nuclear en la región, al estilo del de India y Pakistán. Una parte de la teoría de las relaciones internacionales dice que ahí donde surgen las capacidades nucleares, se ha demostrado que también surge la estabilidad. El otro escenario, el que más teme Israel y que cree más probable, es que Irán cumpla su amenaza de intentar hacerlo desaparecer del mapa. El gobierno de Netanyahu no ha dado aún demasiadas muestras de su estrategia frente al nuevo escenario regional.

El juego de los “peso pesados” y la indefensión de las multitudes migrantes
Detrás de esta competencia geoestratégica entre Irán, Arabia Saudita e Israel, las grandes potencias juegan sus fichas. Estados Unidos se desengancha físicamente pero no quiere regalar influencia en una región que conoce muy bien. Sabe que Rusia está muy atenta para ocupar espacios de poder. Putin ya ha mostrado suficiente cintura política y militar para hacer lo que considere necesario a fin de recuperar el brillo que su país tuvo en el siglo pasado.
Y quizás también ha llegado el momento para que los países europeos abandonen su tibieza e indiferencia política a la hora de involucrarse para resolver los problemas en el Medio Oriente. La dramática oleada de inmigrantes que golpea sus puertas, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, es consecuencia de la desprotección en la que han quedado miles de personas ante las matanzas de grupos fundamentalistas, principalmente el Isis. La inacción de Occidente para frenar la matanza es insoportable.
Europa siempre ha mostrado desprecio para intervenir con firmeza y decisión en el Medio Oriente. Nunca se involucró de lleno para intentar encauzar el conflicto entre israelíes y palestinos en momentos en que su aporte podría haber sido crucial. Tampoco hicieron mucho para apoyar a los movimientos surgidos del corazón de las sociedades árabes y que lograron derribar regimen dictatoriales que parecían eternos. El proceso de las primaveras árabes fue una oportunidad histórica perdida para intentar un cambio institucional y democrático en el mundo árabe.
La desaparición de los Estados Nación en el Medio Oriente y de las fronteras que los delimitaban, diseñadas artificialmente por los europeos hace 100 años, ha dejado indefenso a poblaciones enteras que lo único que pueden hacer para no ser asesinados por los fundamentalistas es escapar. Sin una intervención de la comunidad internacional para frenar la matanza, la situación tenderá a descontrolarse aún más.
Quienes escapan lo hacen hacia Europa, que reacciona de la peor manera. Si no se logra un acuerdo sobre el reparto de las cuotas de refugiados entre los socios del bloque, muchos Estados miembros de la Unión Europea avisaron que cuestionarán el acuerdo de Schengen, que permite el libre tránsito entre los países del bloque. Esa es por ahora la respuesta europea a quienes están escapando de la muerte.

* Magister en Relaciones Internacionales (UTDT)