Los discursos presidenciales: una visión relativista del mundo
Por Guillermo Atlas
“Como todo paranoico se aprovecha de la ilusoria entidad entre verdad y sofisma”
Elementos del Antisemitismo
Dialéctica de la Ilustración
Adorno, Theodor y Horkheimer, Max
No acostumbro escribir acerca de las polémicas declaraciones públicas de la Presidente de la Nación. Primero porque vivo demasiado lejos y temo ser injusto o demasiado polémico, y segundo porque gracias a la brutal polarización que provocó la política de los últimos doce años, algunos queridos amigos y queridos parientes que simpatizan con este gobierno, ven en mi crítica e indignación una suerte de “traición” a la causa de los derechos humanos y a los principios emancipatorios que siempre hemos compartido y, sinceramente, no quiero lastimar a nadie.
Pero como soy ciudadano argentino y nada de lo que suceda en la Argentina me es indiferente, al contrario, me sacude y me conmueve, hoy quiero escribir algo breve después del discurso del miércoles 5 de agosto de 2015 durante el cual la Sra. Presidente se permitió hacer un “análisis” histórico sobre las causas del ascenso del nazismo en Alemania.
Ya en este mismo espacio critiqué las alusiones de corte antisemita de la Sra. Presidente en las que relacionaba los fondos buitres con “El Mercader de Venecia”; también mencioné sus asociaciones verbales del caso Nisman con el Mossad, los judíos y los fondos buitres. Luego siguieron los chistes chabacanos acerca de los “experimentos” de los alemanes durante el nazismo en el laboratorio odontológico del Sur, sus polémicas teorías conspirativas sobre la crisis griega y la columna publicada en contratapa en el diario oficial Página 12, de José Pablo Feinman, en la que compara la conducta de los acreedores de Grecia con las tropas nazis y agrega que esas fuerzas ahora están aliadas con Israel y juntas pretenden destruir a los “pueblos”, etc.
Esto parecería formar parte de una estrategia concertada del Gobierno para aprovechar sentimientos atávicos y antisemitas en la población argentina.
Si bien todas estas “escapadas” no me sorprenden, sí me sorprende que muchas personas que antes se dedicaban con ahínco a desmenuzar el discurso autoritario y antisemita en la Argentina, callen ahora de una forma vergonzosa cuando se suceden discursos y comentarios groseros, sin ningún asidero histórico ni académico y se explota todo el abanico del prejuicio ancestral y sus aderezos conspirativos. Desde los más antiguos y arcaicos, hasta los más clásicos y modernos propios de la batería del antisemitismo “científico” con sus mutaciones correspondientes.
No es mi intención subestimar la capacidad de esta señora en términos políticos, pero a juzgar por lo que dice, sus conocimientos de la historia y su apreciación sobre la realidad internacional, están sesgados por una visión relativista del mundo, una concepción estrecha y nacionalista. Sufre del mal de muchos poderosos: la omnipotencia y el sentimiento de invulnerabilidad. Especula con la ignorancia del público y se jacta de su ignorancia. Un arma populista maravillosa para congraciarse con la masa de palurdos que la apoyan.
CFK dijo en una parte de su discurso:
“Nadie explica estas cosas, todo el mundo dice que Hitler vino por la inflación, no, ¿saben por qué llegó Hitler? Porque habían humillado a Alemania y entonces se montaron en un discurso xenófobo ultranacionalista y así surgió el nazismo, no producto de la inflación, el nazismo fue la consecuencia de las condiciones que los aliados le impusieron a la Alemania vencida en la Primera Guerra Mundial a través del Tratado de Versalles”.
¿Cómo que “nadie explica estas cosas”? Es evidente que el incontable número de estudios serios sobre el ascenso del nazismo no han formado parte de la bibliografía de estudios de la Sra. Presidente. Cualquier observador honesto y medianamente informado sabe que no existe una explicación monocausal para entender un proceso tan complejo como el fenómeno del ascenso del nazismo y de los movimientos fascistas en Europa en los años ‘30 del siglo pasado. El nazismo pudo triunfar, entre otras razones, porque se encontró con una ciudadanía alemana receptiva a propuestas autoritarias y proclive a las teorías paranoicas y conspirativas de un grupo de agitadores que tejieron la leyenda sobre “la puñalada en la espalda” (Dolchstoss: “los judíos nos traicionaron y de esta manera provocaron la derrota alemana a manos del enemigo”) al final de la Primera Guerra Mundial.
Si bien el tratado de Versalles impuso condiciones duras, no cabe duda que después de la “Gran Guerra” Alemania quedó sumida en una situación caótica, al borde de la guerra civil y que esa misma sociedad no había logrado, a diferencia de Inglaterra o Francia, consolidarse políticamente como una nación capitalista moderna.
Bastante antes de 1914, durante el período Guillermino en general, este país se debatió en un proceso de industrialización y modernización a trompicones para superar su atraso secular.
La manifiesta ausencia de una burguesía ilustrada que forjara la base de una sociedad civil capaz de arraigar la democracia en forma duradera, constituyó uno de los problemas principales del desarrollo social y político alemán del Segundo Imperio bajo el Canciller Bismark y hasta la Primera Guerra Mundial. La represión al movimiento obrero, los grandes resabios del viejo orden feudal, corporativo y provincial, con gran vocación militarista y un estudiantado encuadrado en las “Studentenverbindung”, corporaciones de estudiantes clasistas y militaristas que representaron después de Versalles el cantero académico de cuadros del futuro partido nazi, configuran los mayores antecedentes para entender el avance de Hitler hacia el poder.
Asimismo, la tradición militarista, la sumisión secular a la autoridad, la propaganda imperial de la guerra que prometía la redención y la gloria nacional, las teorías racistas y antisemitas manifiestas entre grandes sectores de la población, la crisis económica y la inflación galopante, la debilidad de los partidos burgueses y de las fuerzas democráticas, la ceguera de la izquierda, en particular del Partido Comunista de formar un frente contra el ascenso del NSDAP (Partido Socialista Nacional de los Trabajadores), la fascinación por un movimiento que promete un cambio radical y explica la crisis con teorías simples y conspirativas: “los judíos son culpables de todos nuestros males”. La glorificación de la juventud como base del ascenso nacional. El resentimiento de la pequeña burguesía víctima principal de los procesos de modernización, etc.
Decir que el nazismo triunfó debido a las “condiciones que los aliados le impusieron a la Alemania” es simplemente una extrapolación tramposa y canalla que le sirve a CFK para inducir a pensar que los fondos buitres y el FMI están conspirando del mismo modo y con las mismas intenciones contra la Argentina. En este contexto, se entiende también la obsesiva y menesterosa interpretación sobre la crisis griega por parte del régimen kirchnerista y en general su visión sobre la actual constelación internacional.
Un mecanismo alucinatorio de proyecciones fantasmagóricas que deifica el relativismo moral como prisma de análisis para interpretar los conflictos internacionales. ISIS, Putin, China, Hamas, Corea del Norte, Cuba, etc. son los buenos y EE.UU., Israel y la Unión Europea son los malos. Una interpretación maniquea de una ideología populista que se nutre de la teoría del complot y la conjura como herramienta idónea para la captación de nuevos adictos.
No es casual que desde que explotó el caso Nisman -no me refiero en este contexto a las investigaciones sobre el crimen terrorista contra la AMIA ya que no estoy lo suficientemente informado para emitir un juicio-, el gobierno inició una campaña concertada y sistemática de de carácter antisemita que se ajustara a su hipótesis de provecho y oportunidad sobre la concertación con Irán. CFK no desperdició la ocasión para propalar con osadía fanática ese modelo analítico como instrumento para legitimar y justificar su teoría acerca de los verdaderos “enemigos de la patria”.
CFK también mencionó en su discurso la película alemana “La Caída” dirigida por Oliver Hirschbiegel, que considera “muy buena realmente”. No quiero polemizar acerca de los valores artísticos y estéticos de la película. Pero sí quisiera decir que no es una contingencia aleatoria que CFK tenga una impresión tan positiva sobre esta película. La “Caída” es una película que pretende construir momentos humanos y cotidianos en medio de la desesperación apocalíptica en los días finales del régimen hitleriano.
Hirschbiegel desarrolla una lamentable hermenéutica de la empatía perversa y busca generar identificaciones con los mayores asesinos de la historia. Hitler es vegetariano y acaricia a su perro, el arquitecto Albert Speer es una monada de hombre preocupado por las “locuras” de su jefe, el Dr. Ernst-Günther Schenck, médico “abnegado” con los pobres alemanes que sufren los bombardeos (nadie dice una sola palabra de que este señor fue un nazi convencidísimo que entró al partido incluso antes del ascenso de Hitler al poder).
No obstante, debo decir, que Hirschbiegel no carga tanto las tintas empáticas con los personajes del film como la Señora Presidente que restituye el honor y la dignidad de un miembro del staff íntimo de Hitler cuando menciona “uno de los generales dice ‘yo no voy a pasar por otro Tratado de Versalles’ y se pega un tiro”.
¿Cómo se interpreta esta frase? Exagero si veo en el contexto un intento empático, casi solidario con este jerarca que prefiere matarse antes que soportar “otro Versalles”, otros fondos buitres, otros Mossad, otros judíos, otras fuerzas del mal, otras calamidades que tanto daño le infligen a la patria.
“Valiente” este general que llevó adelante con sus colegas el mayor genocidio de la historia y tiene “dignidad patriótica”.
Recuerdo muchas veces las interpretaciones revisionistas de autores afines a la Sra. Fernández (Jauretche, Hernández Arregui, etc.) que condenaron justamente el papel de EE.UU. en Alemania de 1945 e inhabilitaron al Tribunal de Nuremberg como un instrumento de los “vencedores”. Ahora recuerdo en mis épocas de militancia de izquierda, las polémicas que tenía con ciertos “compañeros” peronistas. Volvemos al tema del relativismo moral.
Asimismo, quiero referirme al tema Mercedes, mencionado en la cadena del día 5 de agosto de 2015. Para ser claro, no tengo nada en contra que esa compañía aumente sus inversiones en la Argentina y que se generen de esta forma nuevas fuentes de trabajo. Si se hubiese quedado en ello, no hay problemas.
Pero, ¿para qué menciona el papel de la compañía durante el nazismo y cuando llega a la Argentina se olvida de mencionar el contubernio del jefe fundador del movimiento a través de sus testaferros (Jorge Antonio, etc.) con los jerarcas que no sólo habían fabricado productos para la guerra de exterminio, sino que muchos de ellos estuvieron también involucrados hasta el tuétano con los crímenes? Perón, a cambio de mucho dinero y debido a ciertas afinidades ideológicas, los recibió y les permitió hacer negocios excelentes en Argentina. Además, ¿quién no recuerda el triste rol de la compañía durante la última dictadura militar? ¿Para qué los chistes sobre la “peronización” de la compañía y por el otro lado, el silencio sobre el verdadero papel jugado por la misma empresa?
Por último, quiero mencionar con bastante tristeza, que entre las maniobras del gobierno para exacerbar los antagonismos, se encuentra el desatinado esfuerzo de crear una comunidad judía paralela con el infame y vergonzante título de “Argentinos de origen judío”.
Paradojas de la historia, el gobierno argentino que cuenta entre sus miembros con el mayor número de judíos de todos los tiempos, se propone avanzar como ningún gobierno precedente sobre las estructuras comunitarias y poner una cuña divisoria aún más abisal que la ya existente en la República entre los intelectuales, la izquierda y todos aquellos que luchamos en su oportunidad contra la dictadura militar.
Todos estos aparentes exabruptos y “anécdotas” dichos aparentemente al pasar, sin forma, desarticulados y en forma inorgánica, constituyen un diseño estratégico articulado para extender los espacios de dominación política hegemónica.
Temo que en los próximos tiempos nos veamos confrontados a una realidad muy compleja y hasta angustiante.
De discursos incómodos e interpretaciones
A comienzos de agosto, Cristina Fernández “explicó” el ascenso al poder de Hitler y el nazismo como consecuencia de las humillaciones que el tratado de Versalles impuso a la nación alemana. Desde ya, éste ha sido un tema de debate entre politólogos, sociólogos e historiadores desde hace más de ochenta años. Es claro que no hay una única causa, y que la simplificación de los hechos, inserta por la ventana en un discurso de la presidenta de la Nación, genera interferencias varias.
La pregunta que emerge es por qué CFK decide abordar estos temas, trazando paralelismos sensibles, extrapolando una realidad histórico-particular –la Alemania de los años ‘30–, a la Argentina actual.
Más allá de algunas expresiones marginales, no hay ningún elemento serio que permita afirmar que, tras treinta años de democracia, haya una política pública de antisemitismo en nuestro país, y de los dichos de la presidenta sólo forzadamente se puede inferir un posicionamiento judeófobo.
Por Mariano Szkolnik
El gobierno nacional no disimula la centralidad política que otorga a la disputa con los Fondos Buitre, empresas financieras que reclaman en fuero judicial extraterritorial el pago del valor nominal de unos bonos soberanos, comprados a precio de remate. Negados a aceptar cualquier acuerdo alternativo, presionan por todas las vías de las que disponen. Saben que el tiempo está de su lado, y que otros países no soportaron sus embates, teniendo que enajenar sus activos, o canjear deuda presente por futura, sin medir consecuencias para la generación venidera. En su lectura (y la de otros, más amigos, como el Pepe Mujica), Cristina es una “vieja terca”, por plantar la bandera intransigente de la defensa de los intereses soberanos.
Éste es el contexto de enunciación de algunos de los últimos discursos presidenciales, los cuales han sido objeto de feroces críticas y acusaciones. Al citado comentario, referido a las consecuencias de las imposiciones del Tratado de Versalles (tesis rubricada por el historiador británico Ian Kershaw, principal biógrafo de Adolf Hitler, quien recientemente declaró: “El resentimiento por el modo en que Alemania fue tratada en la paz de Versalles, agravado por la incapacidad de la nueva democracia –la República de Weimar– de prevenir la miseria económica y social, preparó el terreno para que la sociedad alemana depositara crecientemente su confianza en un nuevo autoritarismo que prometía restablecer el orgullo y la prosperidad alemanas.”), hay que agregar las palabras pronunciadas el 2 de julio en la porteña Villa 20, donde recomendó a los jóvenes la lectura de “El Mercader de Venecia”, de William Shakespeare, como aproximación al carácter de la actual usura internacional.
Inmediatamente, la DAIA saltó a la yugular presidencial. En un comunicado, expresó que “la entidad representativa de la comunidad judía argentina manifiesta su profunda preocupación por las desafortunadas manifestaciones de la Presidenta”, señalando “la connotación profundamente antisemita de dicha obra” puntualizando que “su recomendación, genera justificada inquietud y preocupación”.
Más allá de la sobreactuada representatividad de la Delegación, es claro que los temas aludidos en los discursos de CFK no pasan desapercibidos; tocan fibras sensibles, a la vez que demandan, para su apropiado abordaje, determinada preparación. Dijo alguna vez Eugenio Zaffaroni que ningún libro debería ser prohibido, por más ofensivo que fuera su contenido. Mein Kampf no sólo no debería ser puesto en ninguna lista negra, sino que tendría que ser materia de estudio serio. El propio exjuez admitía que un ejemplar del libro de Hitler se encuentra en su biblioteca. Resulta evidente que no puede abordarse su lectura sin un trabajo preliminar, que ponga el foco en el contexto de su producción, y donde se analicen sus contradicciones y dislates manifiestos, plantando la irrenunciable bandera del respeto a los derechos humanos1.
En un recomendable artículo publicado en el suplemento Radar de Página/12, Carlos Gamerro recorre las diferentes –y diametralmente distintas– lecturas que ha tenido el texto de Shakespeare a lo largo de su historia. Señala, además, la necesaria preparación que requiere la lectura y representación en escena de dicha obra. Y se pregunta: “¿Debemos, como parece plantear la DAIA, dejar de leerla y fustigar a quienes la recomiendan?” (Agregamos nosotros, ¿debemos incinerar ese libro?).
Prosigue Gamerro en la citada nota: “El Holocausto y sus secuelas han convertido esta obra en un campo minado, y es difícil no dar algún paso en falso al meterse en ella. Corrió este riesgo la Presidenta al recomendar su lectura utilizando la palabra ‘usura’, que siglos de prédica antisemita han asociado a la palabra “judío”; pero creo que sólo la mala fe, o la intención de utilizar a Shakespeare en una pelea que viene de más lejos, autoriza una interpretación capciosa como la que sus palabras han sufrido”.
Antisemitismo de Estado
Lejos estamos de vivir bajo un Estado que haga del antisemitismo su orientación política. Si bien el antisemitismo es un fenómeno capilar, de largo arraigo, claramente no es impulsado en esta etapa desde el aparato estatal, ni por el elenco gobernante. Un raudo paseo por la historia permite cotejar ésta afirmación:
• El primer pogrom registrado en nuestras tierras fue perpetrado en enero de 1919, en lo que se conoce como “La Semana Trágica”. Durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen, bandas civiles de la Liga Patriótica actuaron con la anuencia de las fuerzas de seguridad, atacando y masacrando a un número aún no determinado de “rusos” del Once.
• Una vuelta por cualquier hemeroteca bien provista arroja luz sobre un hecho quizás olvidado: durante la Década Infame, el Estado tenía una presencia destacada en la pauta publicitaria de diarios y revistas de corte explícitamente antisemita y anticomunista.
• Ya en los años ‘70, bandas armadas de la organización terrorista Triple A, y luego las patotas del Proceso, no ocultaban su predilección por cazar, martirizar y masacrar a militantes de origen judío. Sobrados son los testimonios del “trato especial” deparado a los prisioneros judíos por los miembros de las Fuerzas Armadas y de seguridad en las mazmorras clandestinas, como si fuera posible recibir un tratamiento distintivamente degradante en el mismísimo Infierno.
Quizás nunca falte el Alberto Pierri que correlacione abiertamente pediculosis y judaísmo. Pero, más allá de este tipo de expresiones, no hay ningún elemento serio que permita afirmar que, tras treinta años de democracia, el antisemitismo sea política pública. Por el contrario, es posible contabilizar la presencia significativa de ciudadanos judíos en las estructuras del Estado, tanto como en el campo de la cultura, el arte y los medios, opinando libremente y sin concesiones.
De los dichos de CFK, sólo forzadamente se puede inferir un posicionamiento judeófobo. Hay algo que persiste en las personas, que es su coherencia, su identidad. Y nada en los antecedentes de la anterior senadora y actual presidenta, indican trazas de antisemitismo alguno. Un carnicero como Videla, que en sus actos de gobierno demostró un visceral antisemitismo de cuño integrista, no concitó en su momento las críticas y señalamientos a la que es sometida CFK, cada vez sus palabras transitan sobre arenas movedizas.
Palabras y Palacios
Ya no como jefa de Estado, sino como figura pública, pesa sobre Cristina una responsabilidad. Sus palabras tienen efecto sobre la realidad, puesto que se trata de la palabra oficial (vicio del presidencialismo, esto de asociar a una persona con el Estado). Las comparaciones históricas y los paralelismos a los que es tan afecta, no siempre resultan efectivos, o atinados. Desde esta columna se cuestionó alguna vez a Sergio Bergman, por su participación en convocatorias que también aglutinaban a grupos neonazis. Del mismo modo, las declaraciones elogiosas hacia Hitler (aquí sin ningún ánimo de hacer pedagogía, sino expresando su admiración plena) de parte de Jaime Durán Barba, asesor estrella de Macri, también fueron motivo de un artículo.
En el cuento “Parábola del Palacio”, Borges ensaya sobre la materialidad de las palabras: un poema y un palacio son equivalentes, sino idénticos. En algún sentido, las palabras son tan grávidas como el concreto y del acero. Las palabras no son inocuas, sino que fundan realidades. Éste es el riesgo en el que incurre la Presidenta quien, sin ánimo manifiesto, se expone a ser comparada con sujetos que hacen de la apología a la desigualdad y el racismo, la razón de sus vidas.
1. Nota del autor: en mi propia biblioteca conservo interesantes volúmenes que fungen como un compendio de la intolerancia humana: Los Protocolos Secretos de los Sabios de Sion, Mi Lucha y El Judío Internacional. En los años ‘80, adquirí algunos ejemplares del periódico Alerta Nacional, dirigido por el hoy “demócrata” Alejandro Biondini.