Debate en torno a Argentinos de Origen Judío

De representaciones, negocios y rebeliones

El autor de esta nota destaca que el surgimiento del movimiento Argentinos de Origen Judío “debe ser bienvenido, porque introduce vitalidad en un mundo comunitario sumido en una profunda mediocridad”. A la vez, señala que si esta iniciativa  “pretende trascender una coyuntura política determinada, y disputar en serio alguna legitimidad frente a la dirigencia, tendrá que ser mucho más que un grupo capaz de enunciar contenidos progresistas, y deberá “tener una propuesta identitaria y cultural judía específica”.
Por Ricardo Aronskind *

El judaísmo afortunadamente es irrepresentable. Quienes pretenden usar una supuesta representación para realizar negocios políticos y económicos bastardos merecen sí, un fuerte rechazo ético. Quienes se rebelan contra esas mezquindades, pueden estar seguros de respaldarse en una larga tradición judía de rebeldía inaugurada ya en los remotos levantamientos contra otro imperio, sin duda más poderoso que las lamentables dirigencias comunitarias argentinas actuales.
El surgimiento a la vida pública del movimiento Argentinos de Origen Judío debe ser bienvenido, porque introduce vitalidad en un mundo comunitario sumido en una profunda mediocridad. Las disputas, las controversias, pueden ser útiles para agilizar las mentes adormecidas y adocenadas.
El choque entre una dirigencia comunitaria acomodaticia con los poderes y la derecha política, y un sector que se rebela, impulsado por su creciente incomodidad con las definiciones y posicionamientos reaccionarios realizados “en nombre de los judíos argentinos”, puede generar un hecho positivo.
La rebelión de conciencia frente a la deriva de la supuesta representación comunitaria hacia el campo de la derecha local, es plenamente justificada. El evidente satelismo intelectual detrás de las posiciones autistas y reaccionarias del gobierno israelí empujó a los judíos que no aceptamos tales posicionamientos a una situación de profundo malestar.
Probablemente, el caso Nisman terminó de detonar una situación ya deteriorada. Para muchos argentinos (judíos también) el fallecido fiscal Nisman protagonizó un intento de golpe institucional contra el gobierno nacional, empujado por factores locales y extranjeros, lo que representa un hecho gravísimo. Lamentablemente no está con vida para exigirle que asuma la responsabilidad pública por protagonizar un ataque injustificable contra la institucionalidad argentina.
La postura política dirigencial -mediante una serie de gestos que los colocaron en el campo de la versión conspirativa de la derecha desestabilizadora-, merece el repudio más terminante y es la prueba de la incapacidad de la actual dirigencia para actuar con mesura y responsabilidad. Sus vínculos políticos y sociales, el imaginario socio-económico del que participan, pesan más que criterios sabios y prudentes.
La construcción de un “Nisman héroe y mártir judío” pasará a la antología de los microclimas profundamente distorsionados en el que viven determinados sectores comunitarios.
Sin embargo, el intento de rebelión contra esa forma de judaísmo burgués nació en forma endeble. Empecemos por el nombre de la agrupación que ha encabezado la protesta “No en mi nombre”: Argentinos de Origen Judío (AOJ). Hay un problema de origen en la distancia que se pone entre argentinos y judíos. Por supuesto que esto es totalmente subjetivo, pero suena a pedido de disculpas, o a toma de distancia de algo que puede desagradar, o a explicación para que “alguien no malinterprete”, o “que no me confundan con…”. No conozco qué discusiones se dieron en torno al nombre, pero el resultado ha sido lamentable.

Entre el malestar y la construcción de identidad
El acto del AOJ fue un acto vivaz, gracias a la presencia de un público numeroso y entusiasta, en parte proveniente de las tradicionales instituciones vinculadas al ICUF, y en muchos otros casos, independientes que buscaban una forma de expresión de su malestar e indignación.
Los discursos icufistas transitaron la corrección política progresista, rechazando el comportamiento de la dirección comunitaria, reafirmando conocidos posicionamientos de la izquierda judeo-argentina en relación a la realidad nacional, y reivindicando una salida pacífica en Medio Oriente basada en el principio de “dos pueblos- dos Estados”.
Quien le agregó un disfrutable toque judío al acto fue Jorge Schussheim, quien con su talento introdujo humor, ironía y un poco de la imprescindible falta de solemnidad.

Un problema que enfrenta este nuevo espacio comunitario es que si pretende trascender una coyuntura política determinada, y disputar en serio alguna suerte de legitimidad en relación a la dirigencia, tendrá que ser mucho más que un grupo capaz de enunciar contenidos progresistas. Para esa misión ya están varias de las agrupaciones políticas que enviaron representación al acto. Tendrá que tener una propuesta identitaria y cultural judía específica, lo que no es fácil ni sencillo.

El otro problema conceptual que deberá resolver AOJ es en relación al mundo de la izquierda. Lo que no puede hacer jamás es asumir un estilo de autojustificación permanente frente a un presunto mundo de izquierda puro e inmaculado, que nos estaría mirando con severidad (“miren qué buenos que somos”). La izquierda real tiene tantos problemas y contradicciones –por ejemplo en relación a su posición frente al terrorismo islámico y a los nuevos contenidos antisemitas disfrazados de antisionismo- como para que nadie necesite estar justificando su derecho a identificarse como judío.
No creo que haya que validar el judaísmo de nadie diciendo que Simon Radowitzky lo fue, o que parte de los 30.000 desaparecidos lo fueron. Porque muchos otros luchadores sociales no lo fueron, y a nadie se le ocurre sustentar en ellos algún orgullo identitario. Y porque muchísimo judíos no fueron luchadores de nada, como tampoco los italianos, los árabes o los armenios. No es la ética lo que sustenta las identidades culturales. Las realidades culturales, étnicas y religiosas, simplemente existen, surgidas de y en la historia. No hay que pedir disculpas por ser judíos, ni demostrar ningún mérito excepcional. Para los antisemitas de derecha o izquierda, eso jamás tendrá importancia.
Si los judíos no somos ni más buenos ni más malos, ni más cultos ni más ignorantes, ni más nobles ni más miserables que el resto de la población, habrá que pensar cuáles son los rasgos interesantes capaces de nutrir la continuidad de una identidad. Una tarea profunda, que trasciende una coyuntura política puntual.

El judaísmo oficial, que reposa cada vez más en un vacío cubierto por prácticas deportivas, amontonamientos en countries y barrios premium o adhesiones incondicionales a la diplomacia fallida del Estado de Israel, no podrá ser cuestionado sólidamente si sólo se le contrapone otro vacío alternativo cubierto de frases progresistas o nacionales y populares.

* Profesor en UBA y Universidad Nacional de General Sarmiento.