Un poco de pavor, por favor

Los valores que hoy en día atraviesan al sistema político israelí se encuentran prácticamente en las antípodas a los de la etapa fundacional del Estado hebreo. La aspiración a alcanzar la paz y entendimiento en tanto pilares del sistema democrático, fue reemplazada por una cultura política cuyo eje es el miedo a los adversarios, tanto del exterior como a los del interior del país. Este es el principal logro de las controvertidas gestiones de Netanyahu, infundir en el grueso de la ciudadanía los más variados temores.
Por Moshé Rozén, desde Nir Itzjak, Israel

El triunfo de Netanyahu es, a mi humilde entender, el triunfo del miedo.
El premier logró, en sus ya largos y reiterados ciclos –a veces truncados e incompletos- de controvertida gestión gubernamental, infundir en el grueso de la ciudadanía israelí, los más vastos y variados temores.
El fracaso del propio Netanyahu para enfrentar y resolver los problemas que esgrime como sombras para la normal existencia del país, no le impide presentarlos como justificativo para su reelección.
Tomemos como mero ejemplo la última guerra en Gaza (extensa contienda que Israel denomina «operativo»): los túneles del Hamás eran conocidos desde hace muchísimo tiempo; se cumplen pronto nueve años de la agresión al puesto fronterizo de Kerem Shalom que culminó con el secuestro de Guilad Shalit, pero la amenaza de invasión por vía subterránea no fue resuelta el verano pasado y ya se habla –tanto en Gaza como en Jerusalén- de una próxima reapertura de las hostilidades.
No se trata sólo de perpetuar el miedo al enemigo exterior: Netanyahu se percibe asediado por las «élites»: el enfrentamiento entre la derecha revisionista y ortodoxa (Netanyahu y Benet) con la Suprema Corte de Justicia y con los medios de prensa (el canal 10 de televisión y el diario Yediot Ajronot) fueron algunas de las múltiples señales de confrontación en los recientes comicios.
De hecho, el constante amedrentamiento opera como efectiva munición electoral pero, en el fondo, cumple una estratégica función mayor: destruir lo que todavía perdura del «Estado social» diseñado por el sionismo laborista en la etapa fundacional, para reemplazarlo por políticas privatizadoras de corte neo-liberal y neo-conservador.
El debilitado Estado social de otras épocas cede paso al «Estado de seguridad» cuyo eje es, obviamente, el miedo a los adversarios, de adentro y de afuera: ya en la sesión inaugural del actual ciclo parlamentario (12 de mayo del 2015), Sharon Gal, representante del ex-canciller Lieberman, calificó a la bancada del partido MERETZ como «colaboracionista» (con los enemigos árabes) por denunciar acciones militares –en Gaza- opuestas al discurso ético gubernamental.
En la Israel actual, el ethos sionista constructivista es raudamente desplazado por un sello violento y autoritario: la escala de valores definida por el asesinado primer ministro Rabín, que ubicaba al diálogo y la aspiración de paz y entendimiento como primordiales para el ejercicio democrático, fue sucedida, en dos décadas, por una cultura política que representa el reverso absoluto de aquellos valores; el esquema discursivo de Lieberman y Netanyahu, Benet y Netanyahu, se estructura sobre una reiterada incriminación a los «colaboracionistas» para poder completar el dibujo de la escena –cuyos actores incluyen a Abas y a Obama- como culpables de inminente peligro para el futuro de la nación.