A 23 años del Atentado a la Embajada

Instantáneas de la impunidad

La causa por el atentado a la Embajada de Israel está maldita. Sin un Estado atacado que acepte ser querellante, sin una Corte Suprema que haya tenido la dignidad de avanzar en la investigación, sin una comunidad que la haya tomado como propia sino a condición de ser la hermana  menor de la causa AMIA.
Por Leonardo Naidorf

La explosión
A mediados de los ‘80, con el regreso a la democracia sobrevino una ola de amenazas de bomba en instituciones judías, que afortunadamente nunca se concretaban. Salir al patio del shule para preparar la evacuación es un recuerdo que tengo incorporado a mi memoria de la escuela primaria.
Cuando el martes 17 de marzo de 1992 me tocaba volver de los primeros días del colegio secundario que recién empezaba a transitar, estalló la bomba en la sede de la Embajada de Israel en Buenos Aires. Me enteré algunas horas más tarde, cuando llegué a casa y mi mamá recién se tranquilizó un poco. Sin celulares, ni internet, ni televisión por cable, el impacto del ataque a un edificio ligado a la vida judía era un hecho demasiado real para poder procesar rápidamente. Un antes y un después en la vida comunitaria.
En ese entonces me hubiera parecido inverosímil que más de 20 años después, casado y con un hijo, no supiera todavía quienes fueron los responsables intelectuales y materiales. Tampoco que no tener un cabal conocimiento de cómo fue destruida la sede de la Embajada.
Nunca conocí la sede de la calle Arroyo. Dudo haber transitado por esa zona tan paqueta de Buenos Aires antes de 1992. Sin embargo, hoy la esquina de Arroyo y Suipacha la incorporé íntimamente a mi geografía urbana.

Los imprescriptibles
Los actos en reclamo por el esclarecimiento de dicho atentado, hay que decirlo, nunca lograron un nivel de participación muy elevado. Dirigencia comunitaria, algunas delegaciones escolares, algunas autoridades del Estado nacional, unos cientos de integrantes de la comunidad judía y no mucho más. Las causas de esta desolación podrían ser muchas, pero seguramente se pueden sintetizar en que durante largos primeros años la constancia en el reclamo fue motorizado por un reducido grupo de familiares de víctimas y sobrevivientes del atentado, encolumnados tras la figura de Carlos Susevich, un luchador incansable que se animó a ser querellante en la causa y a seguirla sin descanso, aun cuando los expedientes han descansado lo suficiente.
Tanta fue la desidia que en el año 2000 la propia Embajada concluyó que era innecesario continuar con los actos de reclamo. La valentía de los familiares, junto a Herman Schiller, el acompañamiento de las tnuot noar y otras pocas organizaciones evitó la atrocidad de dejar a las víctimas sin un acto que los recordara y reclamara justicia.

Cuando Francisco era Jorge
La Embajada de Israel estaba situada justo frente a la Iglesia Madre Admirabilis, cuyo párroco Juan Carlos Brumana fue una de las 29 víctimas fatales del atentado de marzo del 92. El 16 de marzo de 2007 la juventud convocada por el grupo Otra Mirada se apostaba en la esquina de Arroyo y Suipacha para hacer un primer acto de la juventud que tenía como eje central el reclamo por la imprescriptibilidad de la causa, a quince años de la tragedia. Era domingo, precisamente Domingo de Ramos, lo que valió una protesta por carta del entonces Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, dirigida al Jefe de Gobierno de la Ciudad y a la Embajada de Israel por interferir con los servicios religiosos.
Mayor sorpresa fue cuando al año siguiente el Padre Martin García Aguirre, a cargo de dicha iglesia que había perdido un colega en el Atentado, nos sugirió que buscásemos otro lugar donde hacer los actos porque a los vecinos no les agradaba esas concentraciones; no sin antes sugerir la contratación de baños químicos para evitar que los asistentes persistieran en utilizar las instalaciones de la parroquia.

Cosa juzgada
El pasado 3 de marzo, en la apertura del año judicial, el actual presidente de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti, sorprendió con su definición sobre la causa del Atentado a la Embajada de Israel  como cosa juzgada. A cualquier punto puede llevar la confrontación discursiva con el Ejecutivo nacional. Y viceversa.
El propio Poder Judicial tuvo que indicar en un comunicado posterior que la investigación seguía abierta. Sin embargo, lo que dijo Lorenzetti seguramente expresa lo que es un secreto a voces y que algunos, por prurito, no asumen públicamente: el atentado a la Embajada de Israel no le interesa a nadie. Y en ese sentido, la presencia del tema en el discurso de la Presidenta durante la apertura de sesiones legislativas es una honrosa excepción. Insuficiente, por cierto.
La causa por el atentado a la Embajada de Israel está maldita. Sin un Estado atacado que acepte ser querellante, sin una Corte Suprema que haya tenido la dignidad de avanzar en la investigación, sin una comunidad que la haya tomado como propia sino a condición de ser la hermana  menor de la causa AMIA.
A la causa por el Atentado a la Embajada de Israel le queda (y no es poco) la dignidad de los familiares y sobrevivientes que superando adversidades personales y colectivas siguen de pie reclamando justicia. Vale la pena mencionar al menos a algunos de ellos con los que hemos compartido estos largos años: Lea Kovensky, Ezequiel Cacciato, Leandro Rodriguez, Jorge Cohen, Gabriel Pitchon, Claudia Berenstein. Felipe Droblas. Estamos en deuda con ellos y es hora que empecemos a saldarla, por nuestra propia dignidad.