Es interesante, también, remarcar la posibilidad de pensar en la multiplicidad de hipótesis válidas en contraposición con las nociones oficiales y absolutistas de los “laberintos sin salida”.
De uno y otro lado, los que ofician de voceros de la imposibilidad y los que ejecutan con brazo armado políticas sordas, ciegas y mudas, han fracasado.
Según datos de la Oficina de Prensa del Gobierno israelí, desde la segunda intifada en el año 2001 a la actualidad, 117 terroristas suicidas palestinos mataron a 477 ciudadanos israelíes e hirieron a 3.339.
En cifras más globales, hasta el momento ambas intifadas han provocado la muerte de más de 3.000 palestinos y 800 israelíes.
Como para dejar reflejada la dimensión de la tragedia el saldo de bajas en Guerra de la Independencia de Israel, entre las acciones de 1948 y la acción final de la operación Kadesh (mediante la cual Israel conquistó la Franja de Gaza y el Sinaí), murieron 125 soldados israelíes.
Un fracaso rotundo
La hipótesis única de actuar con mano dura fracasó rotundamente. Y fracasó, además, porque ella misma demuestra que, siempre, el final del camino conduce a una mesa de negociaciones.
La hipótesis única fagocita, también, la otra falacia en la que se sustenta: la de elegir interlocutores según nuestras propias necesidades cuando los interlocutores no se eligen.
Una muestra de civilidad responsable
Pero lo novedoso es la idea de que la ciudadanía se involucre en la transformación del conflicto.
El carácter no oficial del Acuerdo de Ginebra radica, justamente, en este punto: la formación de una corriente de opinión pública, fundada en la capacidad crítica y de observación conciente que permite que ambos pueblos sientan que hay una lógica alternativa a los suicidas asesinos, las bombas, la lucha armada, los asesinatos selectivos, la ocupación o los bombardeos militares sobre población civil.
El Acuerdo de Ginebra funciona como una lógica alternativa al odio, a la humillación, a la muerte y a la sensación de falta de futuro.
El acuerdo firmado el pasado 1º de diciembre tiene, detrás de sí, un trabajo de elaboración y exploración de más de dos años y es interesante ver en esta experiencia cómo, en forma previa o posterior a la negociación o a los acuerdos oficiales, los ciudadanos pueden explorar y trabajar sin tantas ataduras, la proposición de ideas diversas y de hipótesis múltiples que aporten a la transformación del conflicto.
El acuerdo de Oslo, de alguna manera, es fruto de un trabajo de este tipo, ya que a Oslo le antecedieron años de encuentros previos. Aún con más énfasis, la noción de que el involucramiento ciudadano es indispensable caben señalar algunas cuestiones:
– A comienzos del Siglo XX, el 90% de los muertos en conflictos armados eran militares y sólo el 10% eran civiles. A finales del mismo siglo, como hemos sido testigos, esa relación se invirtió dramáticamente. Los conflictos armados, en estos últimos años, no suelen ser entre Estados constituidos, y muchos de ellos no califican de “guerra” según establece el derecho internacional. Por lo tanto, se puede decir que los mecanismos de diplomacia formal son menos efectivos, ya que se está hablando de gobiernos constituidos versus grupos cuya legitimidad no suele ser reconocida por esos mismos gobiernos.
– Los conflictos más prolongados o arraigados, que se sustentan en cuestiones de identidad o legitimidad nacional conllevan, en su complejidad, elementos que no los hacen muy permeables a la negociación formal ni a acuerdos pragmáticos.
Como señala el intelectual francés Paul Virilio, los conflictos como el israelí-palestino “…son guerras de otro tipo. Son guerras civiles, intestinas, que representan el fin de la paz civil. Es la desintegración del cuerpo social. Son guerras de la proximidad inmediata ligada a un odio del prójimo que nada tienen que ver con Verdún o Stalingrado”.
“Make Peace or Build Peace”
Quizás esta noción sustente doblemente la necesidad de conjugar y articular la acción ciudadana para su resolución.
A nivel oficial, los gobernantes firman acuerdos de paz ligados a la noción del “make peace” o “hacer la paz”. Pero, a esta altura de los acontecimientos históricos, cuando los conflictos son tan complejos y se desarrollan durante tanto tiempo, al concepto de “hacer la paz” hay que añadirle el concepto de “build peace” o “construir la paz”. A los acuerdos políticos oficiales, a las construcciones de la diplomacia formal, hay que sumar la construcción de una ciudadanía activa y promotora del cambio.
Muchos intelectuales y analistas que no participaron en la redacción del Acuerdo, han coincidido en señalar que el Acuerdo de Ginebra es, hasta el momento, uno de los documentos, de iniciativa ciudadana, más serios escritos en forma conjunta por palestinos e israelíes.
Bases
Quizás esta característica esté dada por la profundidad con que propone soluciones específicas para problemas puntuales, haciendo un especial hincapié en las cuestiones territoriales.
La esencia del Acuerdo de Ginebra es una solución para dos Estados que provee el derecho a la auto determinación de ambos pueblos; su aplicación hace foco en el fin del conflicto poniendo énfasis en la necesidad de renunciar a reclamos ulteriores.
Es un error considerar al Acuerdo de Ginebra como un fin en si mismo, pero es un valioso instrumento que puede ser reelaborado y enriquecido con la participación activa de otros sectores.
Una de las llaves principales en este tipo de iniciativas es la posibilidad dinámica que conllevan. En ese sentido, sería muy interesante que una de las líneas a profundizar sea justamente el tema de cómo articular acciones que trabajen sobre todo en la recomposición de la confianza y la tolerancia entre ambos pueblos y también en el mutuo reconocimiento advirtiendo -además- que no será posible si ese reconocimiento no conlleva la aceptación de lo que cada parte ha sufrido.
La reconciliación debe ser un compromiso y una obligación ineludible, tan importante como la definición de fronteras y seguridad. Porque la reconciliación es la que basa el conglomerado de significaciones sobre derechos históricos y responsabilidades mutuas.
El trabajo de llevar adelante un proceso de reconciliación entre ambos pueblos, significa primero realizar esa misma tarea hacia “adentro de casa”. Y como judíos en la diáspora, nosotros también somos parte responsable en esta empresa.
La otra realidad
“Puede que este Acuerdo sea virtual, pero los que lo promovemos, somos gente muy real”. De esta manera, Iosi Beilin, el principal promotor israelí del Acuerdo de Ginebra, respondió a las críticas lanzadas por el Gobierno israelí y por sectores derechistas. Tanto Beilin como los que lo secundaron, fueron catalogados como “traidores” y “entreguistas”, calificativos similares a los que dispensaron al Primer Ministro Itzjak Rabin, y que fueron antesala y justificativo de su asesinato a manos de la extrema derecha israelí.
En Israel, la gente que sufre las consecuencias del conflicto (la que convive todos los días con el miedo y la desesperanza; la que perdió sus puestos de trabajo a consecuencia de la crisis económica provocada por la guerra; la que entierra a sus hijos, a sus padres o a sus hermanos por un atentado en un colectivo camino a la escuela o al trabajo) es gente real.
Los cientos de miles de palestinos sojuzgados y humillados que viven en condiciones de extrema pobreza, también son gente real.
Tal como nos cuestionamos los argentinos en diciembre de 2001, si los dirigentes políticos son gente real, si los que tienen en su mano las herramientas para definir políticas sobre cuestiones tan básicas como la vida, los derechos humanos y la libertad también son gente real.
La única forma de mediar en esta cuestión, es invertir el orden del “que se vayan todos” o del “entreguistas y traidores” e involucrarse como ciudadanos en el destino de nuestras propias vidas y comunidades.
Quizá sea el camino para que nosotros, gente real, vivamos una paz real, y para que un mundo mejor y más justo, no sea una utopía, ni aquí ni en el Medio Oriente.