-¿Cómo te llamás?
-Mi nombre es Guillermo Rodolfo Fernando Pérez Roisinblit. Desde el año 2004, este es el nombre que aparece en mi DNI, año en que la justicia argentina me devolvió mi identidad. La justicia, en este caso, reparó lo que se había hecho conmigo, que era suprimir mi identidad y falsificar todos los datos filiatorios. La diferencia con el nombre que tendría que haber tenido se da en dos detalles: en primer lugar, Guillermo, mi primer nombre, que no tenía que haber existido; en segundo lugar, Roisinblit, mi segundo apellido, que es el apellido materno y que yo pedí que me lo agregaran.
-¿Y le recuperación de tu identidad cuándo fue?
-El año en que me encuentra Abuelas es el año 2000. Al año siguiente, anunciaron que me habían encontrado. Pero recién en el año 2004 me devolvieron la identidad. Existen diferencias: una cosa es saber que sos hijo de desaparecidos, que lo supe desde el momento en que me dio positivo el análisis de ADN, y otra cosa es que te devuelvan la identidad.
-¿Por qué pasó tanto tiempo entre un acontecimiento y el otro?
-En el medio existieron muchas complicaciones, y encima hace 14 años nos encontrábamos en otro contexto, tanto político como social, donde la temática de los Derechos Humanos estaba vista de otra manera. En ese entonces, la jueza que a mí me tocó fue Servini de Cubría, una jueza que no terminaba de comprender cuál era mi situación: yo era una víctima. Pero en vez de darme el trato que me correspondía como víctima, lo que yo sentía era que se me revictimizaba en cada una de las medidas procesales que ella tomaba. Desde el año 2000 hasta el año 2004, momento en el que ella se excusa de seguir en la causa porque su marido era un brigadier retirado de la Fuerza Aérea, fue un lapso terrible, nefasto, la peor época que tuve en cuanto a mi relación con mi familia biológica. Cada medida que ella tomaba, me hacía alejarme de mi familia biológica. Por ejemplo, a mí se me notificaba que se me requería en su juzgado al domicilio legal de mi apropiadora, domicilio que estaba mal, entonces las notificaciones a mí jamás me llegaban. De repente un día, la justicia me busca y, como se habían agotado las instancias de notificación, me mandan a buscar con la fuerza pública. Por este motivo, me trasladaron desde mi casa (donde yo vivía con mi apropiadora) hasta los tribunales de Comodoro Py en un patrullero con dos asistentes policiales, como si yo no quisiera colaborar con la justicia, cuando en realidad lo que había sucedido era que jamás me habían llegado las notificaciones. En este ejemplo, como tanto otros, se observa cómo, en vez de tratarme como víctima, me revictimizaba: la jueza tendría que haber tomado ciertas consideraciones especiales, porque yo estaba pasando por un proceso en el cual la culpa de lo sucedido no era mía. Me terminaron llevando a Comodoro Py como si yo también fuera un delincuente. A todo esto hay que sumar que quien estaba querellando en la causa era mi abuela Rosa, lo cual tornaba la situación mucho más complicada.
-Vos te referís a una primera etapa “nefasta”. Si tuviéramos que encontrar el primer obstáculo en este proceso de encuentro con tu verdadera identidad, ¿se lo asignaríamos al accionar de la jueza?
-La jueza… y también existen otros factores. Tuve un fuerte sentimiento de culpa y de obligación para con quienes me criaron. A su vez, es mucho más fácil negar algo que te están diciendo que asumirlo. Es un combo de cuestiones que hicieron que yo, durante casi tres años, sufra con este proceso.
-¿Cómo te enteraste de tu verdadera identidad y cómo fueron los primeros momentos?
-Yo no buscaba mi origen. No tenía dudas, me consideraba hijo de mi apropiadora. De hecho, hasta encontraba parecidos con algunas sobrinas de mi apropiadora. En relación a la historia de cómo se acerca Abuelas a mí, o principalmente mi hermana, es una historia conocida: ella es una de las personas que recibe los dos llamados telefónicos anónimos que realiza una persona a Abuelas. Uno se realiza el 7 de abril de 2000, el otro una semana exacta después. A los diez días, mi hermana no aguanta más la ansiedad y se dirige a la dirección que le aportaba el denunciante. Se va a buscar qué parecido podía encontrar entre ella y yo, o bien entre mis padres y yo.
Hay una anécdota graciosa en el momento de nuestro primer encuentro. Ella llegó al lugar donde yo trabajaba acompañada de una amiga que acababa de tener un bebe. En esa época yo tenía 21 años, salía a bailar viernes, sábado y domingo, y el sueldo casi todo me lo gastaba en pilchas o en salidas. Imaginate que de golpe caen en tu trabajo dos mujeres absolutamente desconocidas, una de ellas con un bebe recién nacido en brazos, preguntando por mi nombre. Lo primero que pensé fue: “¿De dónde conozco a estas dos chicas? ¿Cuándo estuve tan borracho como para no acordarme quiénes son y cómo no me acuerdo de una con la que tuve relaciones?”. Lo primero que pensé era que venían a hacerme cargo de una paternidad que nada que ver. Yo las miraba y decía: “¡No puede ser! Ninguna de las dos me gusta”. A esto se tiene que agregar que el resto de mis compañeros de trabajo, todos pasaban y me felicitaban por el bebé. En medio de esta situación rara, mi hermana quería hablar conmigo y yo no quería saber nada. La respuesta de ella, en vez de darse vuelta e irse, fue: “¿Puedo sentarme y escribirte una carta?”. Ahí se tornó todo mucho más raro.
Me escribe la carta y me la entrega al rato adentro de un libro clásico de Abuelas, que reúne todos los casos de nietos que tiene Abuelas, los resueltos y los faltaban resolver. Yo no miro el libro. Directamente saco la carta, y la empiezo a leer. A grandes rasgos, decía: “Mi nombre es Mariana, soy hija de desaparecidos, estoy buscando a mi hermano, que podés ser vos…”. Ahí era otra la cuestión: me acerqué, le pedí disculpas por cómo la venía tratando y le dije: “Yo estaría haciendo lo mismo que estás haciendo vos si tengo un hermano perdido”. Me acuerdo patente de haber usado esa palabra, “perdido”. También recuerdo haber sacado de mi billetera el documento y decirle: “Pero yo no puedo ser tu hermano porque mirá la fecha en que yo nací”. En ese momento, ella sonrió ingenuamente…
Yo sabía que había habido una dictadura. Sabía que había desaparecidos, pero no conocía el caso de los bebés desaparecidos, y mucho menos que uno de esos pudiera ser yo. Tampoco imaginaba la capacidad que podían tener para manejar absolutamente todo, como por ejemplo falsificar un documento. Mi hermana me dejó su número de teléfono y el de Abuelas, y me dijo que si me quería comunicar porque tenía dudas, que la llame. Cuando se fue miré el libro, donde encontré una foto de mis padres. Allí vi una foto de mi papá, que en verdad era una foto mía en blanco y negro. Me asusté mucho, y ese mismo día, a las seis de la tarde, estaba en Abuelas, haciéndome el ADN.
-¿Esto significa que la primera reacción no fue la negación frente a lo que te estaba planteando esa persona que decía ser tu hermana?
-Después de ver la foto de quién podía ser mi papá, no tenía mucho más que hablar. La reacción fue en la foto, porque realmente soy muy parecido a mi papá.
-¿Cómo era tu vida hasta el año 2000?
-Yo tenía una vida bastante “normal”. Era hijo único de padres separados, me crié con ella. La mayor cantidad de recuerdos que tengo de mi infancia con relación a mi apropiador es escapándonos de él o teniéndole miedo cada vez que venía a la casa de mi apropiadora, una vez por mes, para dejar una mensualidad que le imponía el juez después de que se divorciaron. Era una persona muy violenta: a mí jamás me puso una mano encima, pero a mi apropiadora en varias oportunidades estuvo a punto de matarla a golpes. Me crié siempre sólo con ella, quien era empleada de servicio doméstico, se dedicaba a limpiar casas de familia. No recuerdo que me haya faltado nada, pese a que tampoco nos sobraba.
Mi vida transcurrió en el conurbano bonaerense, en la localidad de José C. Paz. Fui a un colegio católico, fui monaguillo, tomé la comunión y la confirmación. Fui boy scout. Bastante solitario, siempre me gustó la idea de tener un hermano o una hermana, me aburría mucho siendo hijo único.
Para llamar un poco de su atención, me fui a estudiar en un colegio en la localidad de Palomar, dentro de la Primera Brigada Aérea, y de ahí salí como técnico aeronáutico. Mi destino como estudiante de ese lugar era Córdoba, para meterme en la Escuela de Oficiales de esa provincia e introducirme finalmente en la milicia. De todas formas, entendí que no era lo mío la Fuerza Aérea, y ya a los 16 ó 17 años había entendido que lo mío era la abogacía. De hecho, hoy estoy en el cuarto año de la carrera de abogacía.
-¿Cómo es tu relación actualmente con tus apropiadores y cómo fue mutando dicha relación desde el 2000 hasta el presente?
-En el año 2000 trataba preservarlos, así como que esta historia afectara lo menos posible mi relación con ellos así como su situación procesal. Me sentía muy responsable de ellos. Hasta diciembre de 2003 yo lo iba a visitar a mi apropiador, que se encontraba en la cárcel. En ese momento era un preso VIP: estaba en una dependencia de la Fuerza Aérea que estaba detrás del Planetario, detenido sólo y acompañado por sus camaradas, sus compañeros de armas de aquellos años. Tenía heladera, televisor, un teléfono de línea, una habitación grande, sus compañeros les proveían vinos, asados, mujeres…
En uno de esos días que él había estado tomando, yo llego a verlo. Me empieza a cuestionar el hecho de que esté privado de su libertad: me decía que la culpa era mía por haber ido hasta Abuelas, por haber dudado de mi identidad para querer saber cuál era mi verdadera historia. Me terminó diciendo que él no iba a estar preso para toda la vida, que en algún momento iba a salir y que el día que saliera, él tenía reservada una bala para mis dos abuelas, una para mi hermana y una para mí. En ese momento me abalance encima suyo… y desde ese día no volví más a verlo. Hace casi once años que ya no lo veo, y tampoco siento que tenga que verlo. Esta situación fue un cierre con respecto a él, al mismo tiempo que un empujón que me ubicó donde tenía que estar. Dejar de verlo significó la posibilidad de replantearme algunas cuestiones, fue un punto de inflexión: ¿qué hacía yendo a ver al tipo que me había robado? ¿Cómo podía seguir yendo a ver a un tipo que me estaba amenazando a mí, a mi hermana y a mis dos abuelas? ¿Qué delito habían hecho mis abuelas? ¿Buscarme?
En relación a mi apropiadora, tengo la sensación de que la última vez que cumplió su rol de madre (falso, pero rol de madre al fin) fue unas semanas antes de que la detuvieran, en marzo de 2001. Empezó a tomar medidas en la casa, ordenándola por si a ella la detenían. Me daba instrucciones sobre lo que tenía que hacer. Eso fue lo último que ejerció como madre, porque después me hice cargo yo de ella: a partir de ese momento, fui huérfano por segunda vez.
Todo esto significa que desde el año 2001 no tenía ni siquiera el falso rol de mi apropiadora. En relación a mi apropiador, nunca lo perdí, porque en verdad nunca tuve la figura paterna presente. Los últimos recuerdos que tengo de él cumpliendo el rol de padre son de mis cuatro años. Él me roba para teatralizar un papel que después nunca cumplió. En el año 2004, cuando mi apropiadora quedó en libertad yo sentí un gran alivio: con ella en libertad pude retomar el vínculo que tenía cortado con mi familia, más que nada con mi hermana, con quien hasta ese momento tenía una relación con picos de tensión muy fuertes.
En el año 2005 falleció mi abuela paterna, a la cual yo quería mucho pero no pude disfrutar por culpa de toda esta negación. A partir de ese momento, me prometo a mí mismo que no pasaría lo mismo con mi abuela Rosa. Es desde allí que empecé a tratar de tener una mejor relación con Rosa, que no fue siempre fácil, pero que seguro que tenemos una relación mucho mejor que la que tuvimos cuando nos conocimos.
-Si tu apropiador nunca cumplió el rol de padre, ¿por qué seguías yendo, entonces, a visitarlo a la cárcel?
-Yo seguía yendo a verlo, pero era una cuestión más que nada de obligación para con él.
-¿Seguís manteniendo vínculos con tu apropiadora?
-Sí, la veo y hablo por teléfono. Lo cierto es que yo nunca tendría que haberla conocido a ella.
-¿Cómo definirías ese vínculo?
-Es muy difícil. No es mi mamá. Mi mamá es Patricia, pero queda todavía un sentimiento que yo todavía siento como genuino de mi parte. Dejé de luchar contra lo que el otro esperaría de mí, para hacer lo que yo tenía ganas. Desde ya que a mí me cuesta mucho mantener ese vínculo, por un montón de contradicciones. Pero también me cuesta mucho cortarlo. En Abuelas jamás me dijeron que era una condición sine qua non para acercarme, por lo que no me siento presionado de dejarla.
-¿Por qué no cambiaste completamente tu nombre, manteniendo el nombre que te pusieron tus apropiadores, si bien no el apellido?
-Guillermo es el nombre que me pusieron mis apropiadores. Yo me llamaba Guillermo Francisco Gómez. Francisco Gómez es como se llama mi apropiador. Yo podía (y de hecho pude) aceptar que soy hijo de dos personas que hoy son más jóvenes que yo, por lo menos en las pocas fotos que tengo, que me robaron 21 años de relación con mi familia, que llegué 21 años tarde a una relación con mi hermana, que quienes creía que eran mis padres en verdad me estuvieron mintiendo toda mi vida, pero no podía aceptar dejar de llamarme Guillermo. Es como si el nombre Guillermo fue el nexo entre lo que había vivido y lo que venía a partir de la restitución de la identidad. Más allá de que yo sabía que esos 21 años estaban basados en una mentira, yo también había vivido 21 años reales. Todo lo que viví, sentí y recuerdo es real, no son inventos de mi imaginación. Era lo único que no estaba dispuesta a resignar. Ese nombre era la esencia de mi persona en ese momento. Entregar el nombre hubiera sido entregar todo lo que había vivido. Además, decidí dejar el Guillermo por una cuestión sencilla: tenía que pasar a explicarle a todos mis conocidos que no me llamaba más Guillermo, era 21 años de llamarme de la misma manera. En consiguiente tenía que empezar a contar toda mi historia, y la verdad no tenía muchas ganas de contársela a todo el mundo. Yo se lo contaba nada más a las personas más cercanas. A todo esto, Rodolfo es un nombre horrible, terrible. Fernando podría ser. Por suerte, Ballestero, el juez que tomó la causa en el año 2004, me permitió quedarme con el Guillermo, así como llevar el apellido Roisinblit.
-En relación a tus padres biológicos, ¿fuiste reconstruyendo sus historias?
-Muy de a poco. Lo que tengo son fotos, que no son muchas y no son todas las que yo quisiera que fueran, y la memoria de todos los que los conocieron, que son percepciones muy subjetivas. Todas estas personas tuvieron más de veinte años para procesar la desaparición de mis padres. Entonces, yo lo que tengo son pareceres individuales sobre los acontecimientos y anécdotas de sus vidas, pero no me da la magnitud de lo que fueron mis viejos. No me alcanza. Mis viejos son eternamente jóvenes, inmóviles, en fotos blanco y negro. No puedo realizarles preguntas. Lo que construí es un castillo de naipes, muy endeble.
-Y más allá del dato de que ellos son tus padres, ¿pudiste adoptarlos como tales?
-Aprendí a amarlos, aún desde su ausencia. Es muy difícil de explicar. Estoy pasando por un momento idílico con mis padres, donde para mí son héroes. Más allá de que puede venir alguno y contarme alguna que otra operación en la agrupación, para mí siguen siendo héroes. Estoy absolutamente enamorado de mi vieja, me parece una morocha divina, y admiro profundamente a mi viejo, por su capacidad de liderazgo y por las convicciones que tenía.
-Pero es muy difícil volverlos personas…
-Exactamente. La única que vez que soñé con ellos, soñé con mi papá con la cara que tiene en una de sus fotos. Ni siquiera mi inconsciente le puede dar movimiento a esa imagen. Esto es lo que me dejó la dictadura de mis padres. Ni siquiera me permitieron hacer el luto: siguen desaparecidos y no tienen ninguna tumba, un lugar donde procesar su ausencia. El duelo para mi arranca el 6 de octubre, que incluso fue una fecha para mí fue una fecha horrible. La fecha de mi cumpleaños, mi nacimiento significaba firmar la sentencia de muerte para mi mamá, porque lo único por lo que la tenían viva era porque yo estaba adentro de ella. Llegué, en ese sentido, a odiar mi fecha de cumpleaños. Después descubrí que no se puede poner como fecha de mi cumpleaños la fecha de su asesinato, porque yo no sé si mi papá estaba vivo o no al momento de mi nacimiento, y mi mamá seguro que estuvo viva un par de días más, al menos…
-¿La relación que mantenés con tu apropiadora afecta en este proceso?
-No, no afecta, porque trato de relacionarme desde otro lado. Ella, insisto, no es mi mamá. No le asigno mayor responsabilidad de la que tuvo. Lo cierto es que la persona que estuvo en contacto directo con mis viejos es mi apropiador, no ella.
-Pasando a algunas cuestiones vinculadas a la identidad judía, ¿te acordás qué significaba para vos lo judío hasta el año 2000?
-Yo tuve una educación católica. Y los católicos dicen que fueron los judíos los que mataron a Jesús. Partí de una enseñanza donde los judíos son malos. Después cuando fui más grande me empecé a dar cuenta que incluso Jesús era judío. De todas formas, no era lo más importante. En el conurbano no tenía contacto con la comunidad judía, no me significaba nada. Lo único que conocía era la bajada de línea que me hacían desde la religión. Y encima yo tampoco le daba mucha bolilla a la religión: una vez que hice la confirmación y terminé séptimo grado, nunca más fui a ese colegio católico. Los judíos eran algo ajeno a mí, sólo conocía algunas cosas suyas, como por ejemplo que había habido un genocidio o bien que algunos apellidos y algunas comidas que eran típicamente judíos.
-¿En qué momento te enteraste que tu abuela y tu mamá eran judías y qué significó eso para vos?
-Claro, mi abuela es judía, y mi mamá también lo fue. Y de hecho, entiendo que según la ley tradicional, tal como me dice mi abuela, yo soy judío. Yo me enteré inmediatamente que mi abuela era judía, porque Mariana, mi hermana, a mi abuela le dice baba, porque no le salía bobe en idish. Cuando ella, en los primeros días, me dijo: “Mirá que yo a la abuela Rosa le digo baba”, ahí inmediatamente me di cuenta que era judía. Y también fue allí que me dijeron que, por ley, yo sería judío también. Igual en mí no generó ningún tipo de contradicción, ni algo terrible ni una mancha.
-Lo judío en estas redefiniciones identitarias, ¿comenzó a significar algo o quedó relegado a un lugar secundario?
-Tengo familiares que me dicen que como manipulo mucho refiriéndome a la culpa, tengo mucho de judío. Pero es más que nada un chiste. Nunca tuve la posibilidad de conectarme con el lado religioso del judaísmo. De hecho, hasta ahora, no entré nunca a una sinagoga, y eso que tengo una a dos cuadras de mi trabajo. Me llama mucho la atención desde la curiosidad, me gustaría muchísimo aprender idish y hebreo; estuve en Rosh Hashaná buscando información en internet sobre su significado. También le pregunté a mi abuela sobre el ayuno, porque yo pensé que el ayuno se hacía la misma noche cuando terminaba Rosh Hashaná, pero Rosa me dijo que era la semana siguiente. De hecho, estuve a punto de hacer el ayuno, pero me desperté, desayuné y me acordé al mediodía que era el día del ayuno.
-En tu blog, publicaste un breve artículo titulado “Herencia moishe”…
-Sí, es un relato gracioso. Yo empecé a relacionarme con mi familia, que en principio era muy chiquita. Mis abuelos cuando yo aparecí ya habían fallecido, por lo que estaban mis abuelas nada más. Por ese motivo, empecé a relacionarme con familiares más lejanos, como los primos de mi papá y mi mamá, y sus hijos. Una de esas primas es Carolina, con quien comparto el apellido Roisinblit. Con ella una vez jodíamos porque yo tenía en el celular llamadas gratis, y ella también, y nos reíamos sobre quién hacía llamadas más gratis… ella se mataba de risa y me señalaba que yo tengo más de judío de lo que creo.
-¿Conocés la relación que tuvo tu mamá con el judaísmo?
-No lo hablé nunca esto con mi abuela. Pero creo que habrá tenido la misma relación que tiene actualmente mi abuela. Rosa va sólo dos o tres veces por año a la sinagoga, y desde ya que no es ortodoxa. Lo que sí sé es que mi papá era bastante católico, y de hecho la militancia le nació por su participación en los boy scouts, un grupo cristiano donde a él le abren la cabeza a nuevas maneras de ver las cosas.
-Muchas gracias por la entrevista.
* Estudiante de Historia.