Claroscuros del líder histórico palestino

A 10 años de la muerte de Arafat

Se ha cumplido una década de la muerte del Rais palestino, luchador de la libertad para algunos, terrorista brutal para otros. Ha sido una figura controversial de la historia moderna. Como uno de los principales impulsores del nacionalismo palestino, su accionar no puede ser dejado de lado en lo que fue y es  el conflicto palestino-israelí.
Por Guido Feld *

Nacido en 1929 en Egipto, Yaser Arafat participó en la guerra contra Israel de 1948 y veinte años después se convirtió en líder indiscutido de la OLP. Desde ese momento, Arafat fue un actor imprescindible para discutir la cuestión palestina. Ya sea por conveniencia o necesidad, Arafat apeló a una retórica oportunista en la cual se alió con diferentes líderes del mundo árabe para que patrocinaran su causa. Bajo esta lógica, la OLP se acercó a Egipto, a Jordania, a El Líbano e incluso la ex URSS. Cabe destacar que la OLP clamaba por la destrucción de Israel por cualquier medio.
Cuando el patrocinio del Egipto de Nasser se diluyó, Arafat se estableció en Jordania y aprovechó ese territorio para formar un Estado dentro de otro Estado y atacar a Israel. Tras la batalla de Karameh, en 1968, en la cual el ejército Israelí se retiró de una incursión militar contra la OLP ocurrida en la frontera con Jordania, Arafat consolidó su posición y prestigio dentro del mundo árabe. Sin embargo, tras una serie de atentados en 1970, el rey Hussein decidió la represión y expulsión de la OLP y los refugiados palestinos en el sangriento episodio conocido como “Septiembre Negro”. A raíz de esto, Arafat y el resto de la dirigencia palestina se exiliaron en El Líbano, país al que sumergieron en una guerra civil debido a la tensión étnica que la OLP ayudó a fomentar.
En 1974, Arafat dio un discurso en la ONU en el que se presentó como un luchador de la libertad. En aquella época, decía que tenía un arma en un brazo y un ramo de olivo en el otro, y pedía que la comunidad internacional no dejara caer el ramo de olivo. Esto consolidó a nivel mundial una imagen de héroe y revolucionario, lo que le generó numerosos apoyos políticos, aunque no necesariamente de Estados que les importaba causa palestina, sino más bien perjudicar a Israel.
En 1982, tras la intervención de Israel en la Guerra de El Líbano, la OLP se trasladó a Túnez, donde Arafat continuó proclamando la destrucción del Estado de Israel, hasta que en 1988 el líder palestino decidió cambiar de estrategia y renunciar a la violencia para conseguir sus objetivos políticos de un Estado palestino. No obstante, en 1991 Arafat cometió un terrible error político al apoyar a Saddam Hussein contra EE.UU. y aliados en la guerra del Golfo, un factor que sumado a la disolución de la ex URSS de ese mismo año, debilitó a la OLP.

Regreso a Cisjordania
La llegada de Clinton a la presidencia de EE.UU. contribuyó aún más al aislamiento de Arafat, ya que esa administración demócrata fue mucho más empática con Israel que con el lado palestino. Es en este marco que se llega a los acuerdos de Oslo en 1993, en los que se creó la ANP y se sentaron las bases para un futuro Estado palestino. Arafat regresó a Cisjordania en 1995, y asumió la presidencia de la ANP, pero durante su gestión mantuvo un rol ambivalente acerca de sus intenciones para colaborar con el proceso de paz. Según varios analistas políticos, en las conferencias de prensa el Rais palestino pronunciaba en ingles un discurso moderado y conciliador, mientras que en árabe despotricaba contra Israel y alababa a los mártires que realizaron atentados contra población civil israelí.

La falta de decisión política para controlar a los grupos armados palestinos fue foco de permanente conflicto durante esos años, en los cuales no se podía avanzar en la implementación de los acuerdos de Oslo. Al mismo tiempo, las numerosas denuncias de corrupción contra la ANP y sus funcionarios debilitaron al liderazgo tradicional palestino frente a los ojos de su población y fortaleció a las agrupaciones más extremistas como Hamas, que se oponían a cualquier tipo de negociación con Israel y continuaban realizando atentados contra la población civil.
Es por esto que algunos analistas ponen en duda las verdaderas intenciones del Rais palestino de terminar con el conflicto y lograr la paz. Para Arafat, esto hubiera implicado terminar con la única vida que había conocido, la de la lucha armada y la destrucción del mito de combatiente por la libertad que él había logrado construir. Eventualmente, Arafat podría haber modificado algunas de sus posturas y aceptar la existencia de Israel, pero, tal vez, en el fondo sus intereses de finalizar el conflicto nunca habían cambiado por completo. El fracaso de Oslo y Camp David II probablemente encuentre relación con su dogmatismo.
Sin embargo, no solamente Arafat estaba en contra del tratado de paz. Amplios sectores de la derecha israelí tampoco lo apoyaban, y la visita de Ariel Sharon a la Explana de las Mezquitas en el año 2000 sólo ayudó a tensar la situación. Lo anterior, sumado a la decepción de las partes debido a que los acuerdos de Oslo no se habían terminado de implementar, allanaron el camino para el estallido de la segunda intifada, que tiró por la borda cualquier intento de lograr la paz duradera.

Arafat pasó sus últimos años encerrado en su cuartel general en Ramallah sitiado por Israel y murió en el 2004. Hoy, a diez años de su muerte, el conflicto con los palestinos parece lejos de haberse resuelto, con el agravante de que todavía no ha logrado surgir un nuevo líder con su carisma y capacidad de unir a todos los palestinos bajo una sola voz política.

Para algunos, Arafat fue un líder que demostró su capacidad de supervivencia a lo largo de muchos años, sabiendo cómo adaptarse al contexto geopolítico que lo rodeaba. Logró incluir a la problemática palestina como uno de los temas más importantes de la agenda internacional, y a diez años de su muerte su figura continua siendo reivindicada como símbolo de revolución. Sin embargo, para otros analistas fue un terrorista brutal y despiadado, que no tuvo reparos en utilizar la violencia para conseguir sus objetivos políticos. De acuerdo con esta perspectiva, fue el responsable de la muerte de varios miles de personas y su falta de interés para lograr en forma verdadera mejoras en la calidad de vida para su pueblo quedaron plasmados en la corrupción de sus funcionarios y en el sistemático rechazo que hizo de la propuesta de Camp David, que hubiera implicado gestionar un Estado palestino y no recibir más la dadiva internacional. En esta visión, Arafat nunca tuvo la intención de terminar con el conflicto sino mantenerlo en el tiempo, para poder prolongar su imagen de revolucionario y conservar el poder que esta situación le generaba.

Desde una mirada israelí, no debería evitarse una reflexión acerca de la necesidad de contar efectivamente con un socio dotado del liderazgo de Arafat en un proceso de paz, con una visión a largo plazo que permita sentar las bases de una negociación que satisfaga ambas partes. Mahmud Abbas tiene hoy un legado muy complejo, ya que carece del carisma de su antecesor y lamentablemente debe disputar con grupos extremistas el liderazgo político de los palestinos. Probablemente, el mejor camino hacia la comprensión mutua entre israelíes y palestinos radique en un liderazgo de ambas partes con capacidad para comprender intereses primordiales en las negociaciones, y no estancarse en posiciones políticas cerradas, el resentimiento y la desconfianza.

* El autor realizó seminarios del CARI de la Universidad Hebrea de Jerusalén.