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El temor a los judíos como componente esencial del antisemitismo

Ante el aumento de manifestaciones antisemitas, resulta imprescindible para combatirlo desmenuzar los diferentes prejuicios que conforman este flagelo milenario, que si bien se mantuvo oculto durante unas décadas después de la Shoá, actualmente vuelve a cobrar fuerza a nivel internacional, en particular bajo el pretexto del conflicto israelo-palestino. Sin embargo, tal como explica el autor de esta columna, la raíz del odio no se origina en ninguno de los argumentos enarbolados tradicionalmente, sino más bien en el miedo a los judíos.
Por José Alberto Itzigsohn, especial para Nueva Sión

En el último tiempo, vemos un aumento del antisemitismo, tanto en sus formas más agresivas con ataques físicos a judíos e instituciones judías, como en formas más insidiosas como películas en las cuales aparecen personajes judíos con estereotipos negativos.
No incluyo en forma automática en las manifestaciones antisemitas a las críticas que se llevan a cabo ante la política del gobierno de Israel. En algunos casos, sí se pueden percibir formas claras o solapadas de antisemitismo; en otras no, y tienen una base ética y o política, como la continuidad de la política de ocupación y sus consecuencias. Valgan como ejemplo de críticas objetivas, las que se realizan en el propio Israel y que provienen, muchas veces, de personas cuyos antecedentes excluyen toda sospecha de antisemitismo o negación del derecho a la existencia del Estado de Israel.
De todos modos, en la actualidad el antisemitismo está a la orden del día, la ocultación vergonzante del antisemitismo de veinte años atrás ha desparecido, y ahora muestra su verdadero rostro. Esto hace que debamos seguir profundizando en sus causas. Una de las causas principales del antisemitismo es el temor a los judíos. Fenómeno conocido y estudiado pero no agotado.
A los judíos del común, se nos hace muy difícil comprender ese miedo. Al fin de cuentas nosotros mismos y los grupos familiares que nos rodean, somos seres falibles, pero no nos podemos sentirnos como temibles. Sin embargo, el espectro del temor hacia nosotros nos ha acompañado  desde el comienzo mismo de nuestra dispersión. El miedo al extraño, la xenofobia, existió y existe a lo largo y lo ancho de la humanidad, incluyéndonos, por supuesto, a nosotros los judíos, que a pesar de haber sido víctimas seculares de la misma, no estamos exentos de ese mal.
Todo miedo al extraño puede tener componentes reales y componentes fantaseados, vinculados a nuestros mecanismos psicológicos más profundos. En este trabajo me referiré a dos de ellos. Uno es el mecanismo psicológico de escisión y proyección, por el cual nos ocultamos a nosotros mismos algunos de los aspectos más temidos de nuestra personalidad y se los adjudicamos a otros, especialmente cuando se trata de un colectivo humano que se nos presenta como un objetivo relativamente fácil e históricamente adecuado para eso.
El segundo mecanismo es la tendencia a estructurar nuestro entorno de acuerdo a una escala de valores de los distintos grupos humanos, colocando a nuestro propio grupo en un lugar prominente de esta escala, lo cual asegura una imagen valorada de nosotros mismos. Este mecanismo, iniciado tempranamente en la historia del pueblo judío, puede interpretarse por la posición del «otro» que clasificaba al judío, y además, coincidentemente por circunstancias de peligro comunal o personal, cuyo origen podía adjudicarse al judío. La persistencia histórica de esa conjunción determinó la creación de leyendas y creencias que fueron afirmándose a lo largo de siglos.
Esta consolidación estableció falsamente su verdad. En la estructura social de muchos países, están al alcance de la población y se manifiestan metafóricamente en producciones literarias y empresas políticas. Con frecuencia, los judíos estamos colocados en un lugar ambiguo en esa escala. Por un lado, muchas veces se nos considera inteligentes, pero con una inteligencia que puede ser malintencionada, ya sea por factores genéticos como lo afirmaba el nazismo y lo afirman sus continuadores, o por factores históricos distorsionantes. Inclusive, muchas personas bien dispuestas hacia amigos judíos concretos, pueden mantener el recelo de que en los judíos, no ya en particular, sino en general, existe un surplus de tendencia hacia el mal. Nos dirán, hay judíos buenos, pero el judío, cuando es malo, es peor… Personalmente he oído esta expresión en boca de personas pertenecientes a toda la gama del espectro político.
Otro componente del temor es el valor otorgado a los ritos de pasaje, que en la cosmovisión del mundo de cada grupo sirven para controlar tendencias arcanas amenazadoras del ser humano. La ejecución de estos ritos permitiría la incorporación del individuo a una grey determinada, con la seguridad de su pertenencia a la misma y garantizaría una conducta aceptable para el grupo. Este es valor del bautismo entre los cristianos que los liberaría del pecado original. En el caso de los judíos, la circuncisión sella un pacto de alianza con la divinidad. Para cada grupo, el rito del otro carece de valor y marca una frontera diferencial que aumenta el recelo.
Así hemos andado por el mundo los judíos, interactuado bien o mal con personas que nos temían y nos odiaban por extraños. Hemos sido excluidos en guetos, obligados a usar vestimentas especiales, expulsados de un país a otro, acusados de envenenar los pozos en las grandes epidemias, acusados de cometer crímenes rituales, hemos sido quemados vivos en la hoguera, sujetos a pogromos, gaseados, etc. Y paro de contar.
Las racionalización de esas conductas fueron múltiples. Desde la época de la Ilustración, en la cual los judíos comenzamos a integrarnos en la sociedad cristiana, hubo quienes afirmaban que el antisemitismo no es un mal, sino una necesidad, incluso una obligación, para defenderse de la actividad disolvente de los judíos y su amenaza contra la cultura o el componente genético de los pueblos. Las consecuencias de este tipo de pensamiento son de todos conocidas.

Por otra parte, dentro de nuestra experiencia histórica judía, también se generaron sentimientos negativos frente a los otros que hoy en día se expresan, en especial, en el conflicto israelo-palestino.
Por otra parte, cuando oigo la queja de: “Cómo es posible que Uds., los judíos, que han sufrido tanto proceden de tal o cual manera frente a otros”, me pregunto si el sufrimiento extremo y la humillación son la mejor escuela para desarrollar el humanismo, o si los humillados y oprimidos no desarrollan, en algún momento, formas de violencia extrema.
No justifico esa violencia, pero tenemos que analizar su origen. Pensemos por un momento en la mala conciencia que se ha desarrollado, más no fuera de manera inconsciente, en quienes perpetraron y perpetran atrocidades frente a los judíos y otros, y el temor de que la víctima puede en algún momento tomar venganza. Ese temor aumentará cuando la víctima cobra fuerza y pasa de ser un ser despreciado a ser un ser temido. Eso ocurrió con los judíos en Europa, cuando comenzaron a dar muestras de capacidad organizativa, como fue el caso, por ejemplo, con el Primer Congreso Sionista en Basilea, a fines del siglo XIX. La respuesta no se hizo esperar, en la forma de los famosos Protocolos de los Sabios de Sión, pergeñado poco después por la policía secreta zarista, y en la cual el fantasma vengativo de los judíos tomó forma en la fantasía de que intentaban dominar al mundo, usando armas tan antitéticas como el capitalismo y el comunismo. Ambas formas disgregadoras de lo que quedaba de los valores de la sociedad tradicional, sacudidos en sus cimientos desde la Revolución Francesa.
La fantasía, ligada a la culpa, consciente o inconsciente, hipertrofia el peligro, Eso ha pasado y pasa con los judíos, pasa también con la islamofobia de la que somos testigos hoy en día, pero volviendo a nuestro tema central, el antijudaísmo (expresión más precisa hoy que la de antisemitismo), veremos que la creación del Estado de Israel, que en la  esperanza de muchos judíos y no judíos estaba destinado a hacer desparecer el antisemitismo, no lo ha logrado. No me refiero aquí al antijudaismo musulmán, que ha existido a lo largo de siglos y se ha realimentado con elementos del antijudaismo europeo, si bien nunca alcanzó los extremos del mismo. Ese antijudaísmo ha sido exacerbado por el conflicto israelo-palestino y por las reiteradas guerras y actos de violencia recíprocos que ese conflicto ha engendrado. Aquí me refiero más a la actitud de una parte importante de la población europea y americana.
Los países que en 1947 votaron por la creación de Israel, pensaron que de esa manera podrían exorcizar los fantasmas de su mala conciencia, especialmente después del Holocausto, pero una experiencia histórica tan traumática no se resuelve con un gesto. Y esa frustración exacerba al temor. Israel es hoy un campo de batalla ideológico-político entre sectores muy traumatizados cuyos temores y heridas son revividas de continuo por los factores políticos ultranacionalistas y religiosos mesiánicos y por amenazas apocalípticas del exterior, y la gente que quiere vivir y coexistir en paz con los árabes y crear en todos los órdenes de la vida, de cuya posibilidad la población de Israel ya ha dado muestras.
La derecha israelí utiliza aspectos traumatizantes de nuestra historia para justificar acciones frente a quienes consideran que amenazan nuestra existencia o la realización de nuestro destino, justificando así actos como la ocupación, pero no toman en cuenta los mecanismos psicológicos que esa violencia desencadena en el muchas partes del mundo, su influencia sobre el antijudaísmo y el peligro potencial que eso significa para la misma subsistencia de Israel y de su estructura democrática.
Es común escuchar en Israel la defensa de que hay hechos actuales mucho peores que los nuestros y ellos no provocan las reacciones adversas que nosotros sufrimos. Pobre defensa desde ya, pero es que ningún otro país está en el foco de tensiones políticas y psicológicas como en el caso de Israel. La toma de conciencia de esa situación específica debe llamar a la prudencia. Israel, por supuesto, tiene el derecho a sobrevivir y defenderse, pero sus dirigentes debieran tomar conciencia de la atención especial, de los temores y exigencias específicas de parte del mundo ante nosotros, y actuar en todo momento con la máxima cautela posible, por razones humanas, de psicología histórico social y políticas. Un área en la cual esa prudencia debiera ser extrema, es el área de Jerusalén, por su gran valor simbólico y emocional, para los mundos musulmán, cristiano y judío.

Una consideración final. Me he referido a las reacciones ante el islamismo extremo, cuyos orígenes difieren mucho de la experiencia histórica judía, pero si analizamos los argumentos que se usan frente a la población musulmana de Europa en general, veremos que incluye muchos que se han usado contra los judíos: como que proliferan de una manera vertiginosa, que cambian el carácter del medio social, que cambian el paisaje, que no se asimilan y que constituyen una amenaza para los países huéspedes. Para quienes tenemos memoria de los argumentos que el antisemitismo usó y usa contra los judíos, hallamos una gran similitud. La xenofobia es única y en este caso no es vigente el dicho de que el enemigo de mis enemigos es mi amigo. El enemigo de mi enemigo de hoy, es también mi enemigo de ayer y de mañana. Podemos condenar las formas del islamismo extremo, pero debemos cuidarnos del antiislamismo y del antipalestinismo generalizados, así como debemos cuidarnos del antijudaismo.