Presentación de Nueva Sión

Judaísmo líquido

Junto con el sociólogo Sebastián Stavsky, y Gustavo Efron, director de Nueva Sión, el autor de “Judaísmo líquido. Multiculturalismo y judíos solitarios”, el historiador Pablo Hupert, presentó su obra en Tzavta, en un evento que contó con gran afluencia y participación de público. A continuación, compartimos con nuestros lectores dos segmentos que el autor consideró disparadores de los principales conceptos que atraviesan su libro. Por un lado, en lo que refiere al mundo judeoargentino, la contratapa ofrece una excelente síntesis; mientras que por otro, un segundo segmento recoge otro interés, bien importante en estos tiempos globalizados y progresistas: percibir la subjetividad producida en el consumo, entendido como un modo de relación con las cosas, las personas, las identidades, las religiones y las instituciones.
Por Pablo Hupert *

En lo que a judaísmo respecta, grandes variaciones han aportado los tiempos recientes. Tres alteraciones, tres licuaciones.
Primero, la posibilidad de consumir “identidad” judía. Quien quiera sentirse judío no debe ya asistir a instituciones comunitarias judías, pues puede encontrar afectos judíos en el mercado y sus redes.
Segundo, la adaptación de las formas institucionales a condiciones de cultura mercantil. El judío cada vez menos reside necesariamente bajo el techo institucional y cada vez más circula a cielo abierto. Donde había instituciones sólidas aparecen fundaciones, festivales, interfaces.
Tercer proceso de transformación: la posibilidad de ser judío sin comunidad. El consumidor judío no está confinado a lazos comunitarios de obligación mutua, y puede derivar a gusto esquivando lo que no le place. La novedad es llamativa: si por milenios no se podía ser judío sin una comunidad, hoy aparecen judíos solitarios.
En medio del frondoso bosque de novedades mercantiles que describe, una apuesta y un deseo toman aquí la forma de pregunta. ¿Qué actividades colectivas judías pueden inventar procedimientos que escapen tanto al disciplinamiento identitario como a la banalización mercantil y afirmen otra subjetividad judía? Aparecen la responsabilidad por la marca, el entramado, la transmisión a dos puntas, y la enumeración queda abierta.

El consumo como experiencia identitaria no-comunitaria
Hay algo de intraducible en las identidades grupales y comunitarias. Hay algo de incomunicable, de “incompartible”. Algo que, apenas se lo intenta hacer compartible, comunicable para los que no pertenecen a ese grupo, parece desvanecerse (es de esas cosas que se entienden mientras no se las piensa). Y me parece que este desvanecimiento ocurre porque lo que le pasa a un grupo en su constitución tiene nombre propio. Lo que lo constituye no es, por ejemplo, un idioma sino el ídish, no unas comidas sino los latkes, etc. Aquí está lo que una identidad tiene de obstáculo para la universalización, para lo genérico, para lo activo: que es un enjambre de nombres propios, más que de sustantivos comunes.
Pero aquí hay que preguntarse por qué la identidad sí permite globalización. Parece que es porque el mercado globalizado y multicultural ofrece experiencia de consumo, ofrece goce, ofrece objetos que no requieren concepto comunicable, sino intimidad gozosa de consumo. Los nombres particulares, identitarios, encuentran su realización como goce en el consumo distintivo de lo étnico-estético. Puede ser que sea un mercado que con su funcionamiento disuelva lo comunitario, pero lo disuelve como comunidad práctica al confirmarlo como target estético. Se trata de una segmentación mercantil que, por un lado, recorta un público, y por otro, a la vez, individua sin formar grupo (una operación cuyo efecto es asimilable a lo que Bauman llama hiperindividualización). La individuación hiperindividualizadora no exige, al menos aparentemente, ninguna constitución subjetiva instituida, sino que se limita a horadar los vínculos comunitarios.
Citemos a Bauman: “’No más salvación por la sociedad’, proclamaba el famoso apóstol del nuevo espíritu comercial Peter Drucker. ‘No existe la sociedad’, declaraba más rotundamente Margaret Thatcher. No mires hacia arriba ni hacia abajo; mira hacia adentro tuyo, donde se supone residen tu astucia, tu voluntad y tu poder, que son todas las herramientas que necesitarás para progresar en la vida”.
Consumiendo “identidad” étnica o partidaria o nacional, el “miembro” individual de una comunidad cultural puede revivir sus vivencias individualmente, puede sentirlas resonar íntimamente, y vive eso como confirmación de sí, como realización personal; no tiene forma de advertir esto destituyente de la época: que la confirmación individual es una disolución de lo grupal que lo disuelve como individuo, que lo desola y lo deja al borde de la nada.

Posdata: Que haya tantos y tantos judíos no institucionalizados diciendo que la pregunta por lo judío no es necesaria porque alcanza con sentirse judío, con asumir ese sentimiento y punto, es efecto de la individualización producida por el consumo. El mercado provee los ecos de una vivencia individual (que no “experiencia”, aunque los eslóganes publicitarios la llamen así) de las identificaciones insufladas en los años tiernos del sujeto, que habilita para sentirlas evitando la complicación y el laburo de estar con otros. Parece ser que la individualidad desolada recurre (¿fuga?) al pasado para alivianar con la familiaridad de antaño su incierta circunstancia; pero no demasiado: a veces los ancestros se ponen pesados…

* Historiador. Autor del libro “Judaísmo líquido. Multiculturalismo y judíos solitarios”. También escribió “El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo” y “El bienestar en la cultura y otras composiciones precarias”.