Democracia israelí y conflicto con los palestinos

De lo que realmente nos separa el muro

En tanto siga existiendo la ocupación y colonización de Cisjordania, la pervivencia del conflicto israelo-palestino afecta a la legitimidad de uno de los estandartes más fuertes del Estado de Israel: su sistema democrático. Inexorablemente, y a pesar de la división artificial de espacios que desde el discurso público y académico separan la democracia del “adentro” de la ocupación del “afuera”.
Por Miriam Christen *, especial para Nueva Sión

Según la cultura judía, en Rosh Hashaná empieza una etapa de juzgamiento propio y divino sobre nuestros actos como individuos y como colectivo. Esta etapa empieza con la toca del Shofar y acaba en Yom Kipur. Como no tengo definición sobre el juzgamiento divino que pasamos en estos días, me focalizaré solamente en el propio, el que nosotros podemos hacer.
Este Rosh Hashaná los invito a cuestionarnos sobre el carácter democrático de Israel en el contexto del conflicto israelí-palestino. Quiero aclarar, para que se entienda correctamente, que el significado literal de la palabra cuestionarse no implica negar. No es mi objetivo criticar totalmente la democracia israelí, sino resaltar algunos puntos que de alguna manera son cuestionables, y en mi opinión, desprestigian su nivel.
En su Declaración de Independencia, Israel se define como el estado del pueblo judío, al mismo tiempo que garantiza los derechos de todas las minorías no judías que viven en él.
Cuando un país es definido como democrático, eso no sólo implica la separación de poderes, el poder de la mayoría y la representación del pueblo, sino que detrás de estos tres grandes principios existen muchos otros, dignos de un país democrático. Por ejemplo, mecanismos para limitar al gobierno, fortalecimiento de los derechos humanos y civiles, la defensa de las minorías, pluralismo social, libertad civil, la existencia de una fuerte oposición. La democracia de un país no es solamente su definición o su forma de gobierno, el espíritu democrático debe predominar en todos sus ámbitos. Tales principios y mecanismos, sean ellos más o menos eficientes, existen en Israel.

Con respecto al conflicto, definiré cuáles son mis líneas básicas, y las de la ley internacional. Los territorios de Cisjordania y Gaza son territorios ocupados desde 1967. Desde los Acuerdos de Oslo (1993) la autonomía sobre ellos se dividió entre Israel y la Autoridad Palestina (AP). Israel, desde los años 70, construye asentamientos ilegales en parte de los territorios, y aunque se haya retirado unilateralmente de Gaza, sigue controlando todo movimiento civil en ella, así como la entrada y salida de cualquier tipo de productos.
Hace un par de meses se unieron Fatah y Hamas para gobernar juntos la AP, gobierno que Israel no reconoció. Los palestinos que habitan los territorios no tuvieron hasta hoy derecho a la autodeterminación nacional mediante la creación de un estado, lo que ha imposibilitado que disfruten de plenos derechos. Con respecto a los intentos de tratados entre Israel y la AP, o a los auges violentos que tuvo el conflicto, no detallaré, porque asumo que están informados.
¿Cuál es la relación entre ambas temáticas? Se preguntará el lector. ¿Qué tiene que ver la democracia Israelí con la ocupación Israelí de los territorios palestinos?
 
El “adentro” y el “afuera”
Una de las mayores características del discurso público y académico sobre Israel es la separación entre ambas: Israel, por un lado, y la ocupación, por otro. Como si se trataran de dos cosas independientes y como si no existiera entre ellas una relación de «productor» y «producto». Bajo este paradigma, cuando se analiza el nivel democrático del país, se analiza lo que acontece «dentro» de Israel, lo que a mi parecer es un error, debido a la gran responsabilidad que Israel tiene sobre lo que acontece «fuera» de él. Es obvio que la definición de Israel como país democrático se desprestigia mientras sigue manteniendo una ocupación que involucra a millones de personas carentes de estatus civil y soberanía, violando de ese modo sus derechos humanos y civiles.

Manteniendo estas dos situaciones a través del tiempo, la ocupación y la colonización en los territorios ahondan las heridas en la democracia israelí, comenzando a surgir de nuestro lado un  muro de separación: real por un lado, que hemos construido para sellar los límites entre los territorios y nosotros, y mental –por otro- que no nos permite encontrar soluciones pacíficas.
Tampoco tomaré en cuenta el hecho de que recién al final de 1966, seis meses antes del comienzo de la ocupación militar de los territorios, Israel canceló el régimen militar que mantenía desde 1948 sobre los palestinos ciudadanos israelíes. Esto implica que en  66 años que tiene el estado, solamente durante seis meses no ha controlado militarmente a otro pueblo. Y justificado o no, esto no deja de deteriorar nuestra democracia.

Retomando a Yeshayahu Leibowitz
El daño que Israel causa a su propia democracia mediante la ocupación no es invento mío. Yeshayahu Leibowitz, uno de los grandes pensadores judíos del siglo XX, dijo un año después de la guerra de 1967 que en poco tiempo, el estado que mantenga el control de una población de 1.5 millón de personas, se convertirá en un estado manejado por su servicio secreto, y con todo lo que esto implica sobre la educación, la libertad de expresión, pensamiento y obviamente sobre su democracia.
Leibowitz, quien ya no vive para ver la realidad actual, tenía razón. En Israel del 2014 es visible el deterioro democrático y social, a causa de la ocupación y el conflicto. Es importante resaltar que el deterioro es un proceso que no empieza y termina de repente. Por suerte, nos da la posibilidad de corregirnos. Eso es lo que ocurre en Israel, por lo tanto al mismo tiempo que ocurren cosas que son completamente no democráticas, siguen ocurriendo otras que son producto de cierto nivel de democracia existente a este respecto.
Mismo así, deberíamos darle a lo no democrático la atención que requiere, sin cegarnos por las cosas positivas del país. En Israel de 2014, organizaciones de derechos humanos como B’tselem, son limitadas en la cantidad de recursos que reciben a causa de su agenda política. Existen algunos políticos que incitan al odio, al racismo y a la violencia cuando se expresan sobre los palestinos. Hay intentos de remover los derechos de la población palestina árabe israelí como minoría nacional, de anular el árabe como idioma oficial. Existen también crímenes originados en el odio, vandalismo hacia instituciones árabes o de izquierda, por ejemplo en la sede de Hashomer Hatzair. Los ataques que sufriera el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Ben Gurión, y el intento de cerrarla, a causa de las opiniones de sus profesores.
Estos son algunos de los ejemplos que demuestran que Leibowitz tenía razón. Estos fenómenos son causa directa del sostenimiento de la ocupación y colonización institucionalizada israelí en los territorios. Y aunque también existan crímenes de odio realizado por árabes a judíos, son en gran parte indiscutiblemente el resultado de la ocupación, aunque sean inaceptables. ¿Fue realmente acertado pensar que la ocupación iba a dañar a la sociedad palestina y a proteger a la nuestra?

Israel es un país que en los últimos años juzgó y castigó a ex presidentes y primeros ministros por corrupción y otros crímenes, lo que nos demuestra no el nivel de corrupción, sino el alto nivel democrático que se requiere para juzgar personas de tal estatus. Israel tiene mecanismos democráticos fuertemente consolidados; sin embargo, tiene otros que no paran de debilitar nuestro carácter democrático a nivel político y social. El muro que nos separa de los territorios ocupados no es una barrera firme. No impide que nuestras acciones no democráticas en los territorios se extiendan hacia dentro de Israel, quebrando así cualquier intento de separación entre los dos lados. Un muro no es solución digna de ninguna sociedad que se respeta; por el contrario, debería ser una gran señal de advertencia que nos haga cuestionarnos si estamos realmente en el camino correcto. ¿Son la ocupación y sus influencias en nuestra sociedad dignas del país democrático que queremos ser?

Por un año bueno y abundante de nuevos cuestionamientos. Shana Tová…

* La autora es argentina, formada en Políticas y Gobierno y Medio Oriente por la Universidad Ben-Gurion; y en Políticas Públicas en la Universidad de Tel-Aviv.