Teatro: ‘Tierra del Fuego’, de Mario Diament

Jugar al límite

¿Cómo hablar del enfrentamiento israelí-palestino desde miles de kilómetros de distancia? ¿Cuál sería un acercamiento que eludiera monólogos y tratara de indagar la esencia del conflicto o, mejor aún, los expusiera en paralelo y dejara al espectador juzgar cuál de ellos se acerca más a la “verdad”?
Como dijera Federico Nietzsche, “no hay hechos, sólo interpretaciones”. En Medio Oriente, el escenario amenaza repetir la esencia de la tragedia griega: dos partes enfrentadas, ambas con sus razones, pero con interpretaciones que no son compatibles entre sí.
El autor de la obra, Mario Diament, opta por recuperar una historia real ocurrida en la zona y trasmutarla en términos dramáticos, en una forma es interesante y sugestiva.
Por Ricardo Feierstein *

En julio de 1978, la tripulación del vuelo 016 de la compañía El Al, que había aterrizado en Inglaterra, llega a su alojamiento en el Hotel Europa, ubicado en el centro de Londres. Cuando descienden del ómnibus, la azafata Yael Alón, entonces de 23 años, ve a un par de sospechosos que cargan unos bolsos frente a la entrada y lo comenta con sus colegas. Segundos después, dos integrantes del Frente para la Liberación de Palestina disparan sus ametralladoras contra el grupo. La otra azafata entra en pánico, corre hacia uno de los terroristas y explota junto a él, que tenía en la mano una granada pronta a ser arrojada. Hassan el-Fazwi, el otro palestino, de 23 años, es atrapado por la policía.
Herida en un brazo, Yael vuelve a Israel, se recupera, se casa con Ilán, un arquitecto, tiene dos hijas. Veintidós años después, activando en el movimiento Paz Ahora con madres palestinas e israelíes, viaja a Londres para verse cara a cara con quien intentó asesinarla. Necesita encontrar algún por qué a tamaño desatino, elaborar esa pesadilla que la acompaña día y noche. Contra los consejos de su marido, familiares, vecinos y opinión pública, Yael llega a la cárcel inglesa y reencuentra a Hassan. En las conversaciones que ambos sostendrán -incluyendo un intento inicial de manipulación del abogado y el propio preso para hacerla solicitar la libertad del detenido- y en los ecos de ese gesto en sus afectos cercanos, se estructura la obra imaginada por Diament.
Desde el título -la “Tierra del Fuego” argentina es una alegoría del conflicto mesoriental, pero también de la Argentina de 1978-, las referencias histórico-políticas son sutiles a veces, pero fácilmente comprensibles.

La puesta es ascética. Sobre un escenario simétrico, el eje central lo ocupa una plataforma apenas elevada, mesa y dos sillas, donde conversarán Yael y Hassan. A ambos costados, otras cinco sillas, para los partícipes secundarios. Y un telón de fondo que será, alternativamente, pantalla para proyectar videos o pared y ventana de una celda. Eso es todo.

Con tan pocos elementos escenográficos, una acción sugerida más por palabras y relatos que por acciones físicas y una iluminación que sigue a los protagonistas de cada diálogo para encadenar escenas, el director se las ha ingeniado para montar una coreografía leve y adecuada a la letra, distribuyendo sobre las tablas a estos diversos enunciadores de verdades y cuestionamientos. Ayuda a la progresión del texto que, varias veces, la última frase de una conversación tiene un doble sentido (finaliza el coloquio anterior e inicia el próximo, con distintos personajes). También el excelente trabajo del grupo de actores, creíbles en sus papeles y exponiendo, como se dijo, verdades indubitables, aunque imposibles de encastrar unas en otras. El objeto metafórico que, al final, pasa de mano en mano, sintetiza los diversos escalones del drama.

Contenido e intenciones
La obra de Diament es saludablemente provocativa y roza los límites del desencanto colectivo: pareciera escrita con la intención de no gustar a ninguna de las partes en conflicto sino, a cambio, proponer la posibilidad de un diálogo superador de paradigmas discursivos, de límites que es necesario franquear. Tanto los integrantes de la comunidad sionista como los que defienden las posturas palestinas en este conflicto han sido, en su mayoría, formateados durante años con paradigmas que hoy aparentan ser inamovibles. Ambos creen poseer sólidos argumentos históricos y políticos y para cada afirmación de una parte hay una respuesta de la otra.
Cada uno, atrincherado en lo suyo, no escucha al contrario. Cuando -en el transcurso de la obra- hablan Yael, su padre, su esposo, la madre de su compañera asesinada, la visión de espectadores pro judíos se sentirá reconfortada. Al revés: cuando es el prisionero palestino o su abogado quienes exponen sobre la actitud del actual gobierno israelí, tendrán deseos de abandonar la sala. Y lo mismo a la inversa. Resulta muy difícil desenredar una maraña argumentativa manchada de sangre durante décadas.
Yael -conciencia culposa y confundida- no atina a responder cuando el palestino compara al nazismo con la experiencia israelí, una analogía absurda, aún admitiendo la vigencia de dos derechos equivalentes a la misma tierra. Y queda flotando, como verdad, una desmesura que escapa a cualquier análisis racional.
Tampoco responde el palestino la inocente (y fundamental) pregunta de Yael: “¿por qué querías matarme a mí, una simple azafata?”. Desde su inicio y hasta hoy, el terrorismo árabe ha hecho de la matanza indiscriminada de civiles su signo distintivo, a diferencia de muchos movimientos armados de resistencia y llevando al límite de lo éticamente indefendible atrocidades aisladas como las de la ETA vasca o el IRA irlandés.

Sobrevive, con todo, el eje central de la obra: cuando dos personas desconocidas con semejantes historias sobre sus espaldas se encuentran, pueden intentar aniquilarse, o –de lo contrario- tratar de comunicarse. Bien lo sabían los ingenieros de la Primera Guerra Mundial, que hicieron construir las trincheras de ambos bandos lo suficientemente separadas para que, aún a tiro de fusil, impidieran que cada soldado pudiera ver los ojos del enemigo al que disparaba. No es fácil matar a alguien cuya mirada te enfrenta.

Un discípulo de Jacques Lacan recibió de su maestro, en respuesta a una pregunta sobre cómo es posible construir una sociedad humana, esta lacónica y singular respuesta: “Entre dos sujetos no hay sino la palabra o la muerte”.

 * Escritor y periodista.

FICHA TÉCNICA:
TITULO: “TIERRA DEL FUEGO”. AUTOR: Mario Diament (autor de obras tan polémicas como “Crónica de un secuestro” o “Informe sobre la banalidad del amor” (alrededor del “caso” Hanna Arendt).
INTÉRPRETES: Alejandra Darín, Pepe Monje, Ricardo Merkin, Elena Petraglia, Juan Carlos Ricci y Miguel Jordán.  ESCENOGRAFÍA: Tito Egurza. VESTUARIO: Daniela Taiana. MÚSICA ORIGINAL: Sergio Vainikoff. FOTOS: Gianni Mestichelli. DIRECCIÓN: Daniel Marcove. SALA: El Tinglado.