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El Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas)

El origen del Movimiento de Resistencia Islámico, o Hamás, se remonta a los primeros días de la primera Intifada. Hasta ese momento, funcionaba legalmente en Israel la Hermandad Musulmana, fundada como subsidiaria de la organización egipcia en la década del ‘30, pero que actuaba en forma autónoma. ¿Cómo se desarrolló, en sólo 25 años, esta organización islamista?

Por Enrique Herszkowich

El Origen. Nuevo actor, ¿nuevos objetivos?
La Hermandad Musulmana, reprimida en Egipto y controlada en Jordania hasta 1967, fue tolerada por Israel, desde ese año, por su funcionalidad: por un lado, cubría, con su trabajo social y de base, las necesidades de la población palestina que, de otra forma, se le hubiesen reclamado a Israel; y por otro lado, su proyecto de “islamizar a la sociedad” se percibía como menos peligroso que el de la OLP, centrado en la reivindicación política del establecimiento de un Estado palestino y la destrucción de Israel. De esa manera, podía apostarse a una competencia intrapalestina, en la cual la OLP pudiera, paulatinamente, dejar de ser la referencia política de los palestinos de los territorios ocupados. Así, el Centro Islámico controlado por la Hermandad obtuvo su licencia legal en 1979, y las actividades e instituciones de los Hermanos (mezquitas, escuelas, centros de caridad, etc.) funcionaron sin contratiempos.
Al estallar la Intifada, en diciembre de 1987, los líderes de la Hermandad adhirieron a ella, pero intentando preservar el carácter apolítico de su organización, frente al caso de que la rebelión fracasara. Así, dieron origen a la nueva organización, cuyos líderes, centros de reunión y militantes fueron los mismos que los de la Hermandad Musulmana. Al percibirse el éxito de la Intifada (por su extensión territorial y espacial, por la adhesión en la población palestina, por el impacto que tuvo en la agenda internacional, por la imposibilidad de Israel de derrotarla por la vía militar), aquel sello fantasma, Hamás, terminó predominando sobre su organización madre. En el medio, la prioridad de islamizar a la sociedad palestina antes de cualquier lucha política, mutó: ahora, el discurso se centraba en la creación de un Estado Islámico en Palestina, desde el mar hasta el Jordán.

Entre la religión y la política
La principal característica de la ideología de Hamás fue el islamismo. Es decir, la utilización de un discurso islámico para movilizar políticamente a sus seguidores. Efectivamente, desde la publicación de su Carta fundacional, en septiembre de 1988, el discurso religioso es omnipresente: si Palestina les pertenece, es porque es una tierra destinada a los musulmanes; puesto que el Corán es su constitución, la ley islámica debería ser la ley; se afirma la existencia de una continuidad histórica entre las invasiones cruzadas y el sionismo; se multiplican las citas coránicas y las referencias religiosas, y se confunde, al referirse al enemigo, a los “judíos” y a los “israelíes”.
En la Carta se establece como objetivo la destrucción militar del Estado de Israel y se establece el rechazo a cualquier solución diplomática al conflicto. Además, nuevamente en referencia al enemigo, se le otorga veracidad a los Protocolos de los Sabios de Sión, estableciendo continuidad entre ellos y las políticas de Israel.

Desde su origen, Hamás se diferenció de la OLP, más allá del discurso, en su relación con Israel. Cuando esta última encaró las negociaciones bilaterales, que condujeron a los Acuerdos de Oslo, Hamás se propuso como objetivo el fracaso de tales negociaciones. Así, cuando esas conversaciones avanzaban, fortaleciendo a la OLP en la lucha intrapalestina por el liderazgo, Hamás comenzó, en 1993, su campaña de atentados suicidas, que recrudecía cada vez que se vislumbraba, en ellos, algún rédito político.
Efectivamente, y más allá del discurso, el motor de las acciones de Hamás siempre fueron los cálculos políticos. No fue el fanatismo religioso, ni los imperativos coránicos, ni los dictámenes de ningún líder extranjero, sino los cálculos que cualquier organización, partido o Estado realizan. En esos cálculos se sopesan las relaciones intrapalestinas (la competencia con Al-Fatah), el enfrentamiento con Israel, la situación regional, y las condiciones internacionales. Como cualquier actor político, Hamás es lo suficientemente pragmático como para condenar las elecciones o participar de ellas, rechazar cualquier posibilidad de diálogo o comprometerse a una tregua, mantener un discurso maximalista o sugerir (tímidamente) la posibilidad de la existencia de dos Estados. Todo esto ha sido, en estos poco más de 25 años, parte de la estrategia de Hamás. Pretender reducir al Hamás a delirio de los Protocolos de Sión, o al fanatismo religioso, es como reducir al sionismo a los discursos más delirantes y violentos de la derecha israelí, religiosa o laica. Esa derecha, en todo caso, habla del sionismo, como los discursos violentos y antijudíos islámicos lo hacen de Hamás. Pero de allí a decir que Hamás es sólo eso, es desconocer la lógica que ha demostrado esta organización, y autosatisfacerse con la demonización del enemigo.

Hamás hoy. Enemigo o demonio
En poco tiempo, Hamás se ha convertido en un actor fundamental del campo palestino. Desde su irrupción, a comienzos de 1988, diversos hechos han contribuido a fortalecerlo. En primer lugar, en el contexto de la Intifada que lo vio nacer, su presencia en la calle palestina (presencia real, con instituciones de ayuda social, caridad, asistencia, etc.), le permitió convertirse en una alternativa a la OLP de los “tunecinos” (tal como llamaban a los líderes de la OLP exiliados en Túnez desde la guerra de El Líbano, alejados de los problemas reales de los palestinos). En segundo lugar, las fortísimas acusaciones de corrupción que pesaron sobre los líderes de la OLP y de la Autoridad Palestina, quizás constituyeron el principal factor de las victorias electorales de Hamás a partir de 2006 (una vez muerto el líder histórico de la OLP, Yasser Arafat). Por supuesto, en el éxito de Hamás también debemos considerar el propio discurso islámico, cuyo crecimiento excede las condiciones del conflicto palestino-israelí, la posibilidad de levantar las banderas de la moral (no sólo por la religión, sino también por no haber sido nunca parte de los gobiernos corruptos o fracasados; no es menor el hecho de que los discursos basados en la “moral” permiten esquivar cualquier definición acerca de proyectos políticos concretos, así como posibilitan la llegada más allá de barreras de clase.), y el fracaso de los Acuerdos de Oslo.
Sin embargo, quizás el mayor éxito de Hamás se deba al fortalecimiento de sus aspectos militares. Y en ese fortalecimiento, no es menor la responsabilidad de Israel. A pesar de todas las contradicciones de los dirigentes de Hamás, de sus posiciones diferentes en torno a la democracia, de las negociaciones, de los gobiernos de unidad con Mahmud Abbas, los sucesivos gobiernos de Israel siempre rechazaron cualquier estrategia en relación a Hamás que no fuera la presión militar.

Más allá de nuestra posición al respecto, el resultado es inexorable: la solución militar ha fracasado una y otra vez. La eliminación de Hamás por la lucha armada no parece posible: no ha funcionado la ejecución “selectiva” de todos sus líderes, ni un bloqueo que sólo ha empobrecido hasta la muerte a la población de Gaza, ni los bombardeos masivos, ni las invasiones terrestres, que multiplicaron las muertes israelíes por más de diez, en el momento de escribir estas líneas, en relación a los muertos causados por el lanzamiento de cohetes desde Gaza. Por el contrario, todas estas medidas han tenido efectos contrarios a los propuestos: aumentaron el aislamiento y la condena internacional a Israel, profundizaron el apoyo de la población palestina a Hamás y, dada la imposibilidad de la victoria final sobre la organización islamista, la continuidad de los ataques desde Gaza fortalecerán a las alas más duras de la derecha belicista israelí.
Independientemente del deseo y los gustos, cualquier opción diplomática o política deberá contar con los interlocutores capaces de generar cambios reales en el terreno. La desaparición de Israel ya no es una opción para los Estados árabes. La prescindencia del Hamás como interlocutor para Israel, tampoco.