Conflicto con Hamas en Gaza

La Fortuna Moral – Kafka y Dostoyevski

El autor aborda la espiral de violencia producida en la Franja de Gaza con un interesante análisis literario y filosófico, y tras considerar que el derecho a la defensa no siempre está en consonancia con la prudencia y con el ideal moral, advierte que la irresponsabilidad del fundamentalismo del gobierno de Israel le da a la cultura europeísta del antisemitismo una razón para atacar al pueblo judío todo.
Por Gustavo Lázaro Lipkin *

Dice la licenciada en letras, periodista y, desde mi muy subjetivo ser, una de las mejores pensadoras “de los detalles” del mundo moderno: Beatriz Sarlo, en un artículo periodístico titulado El mundo inabarcable de Kafka, que: “Kafka representa por medio del detalle. Los gestos son, obviamente, el detalle de lo subjetivo. Así, Benjamin lee en Kafka su propia epistemología: ‘Seguramente lo más inabarcable para Kafka es el gesto. Cada uno de ellos es un suceso, incluso podría decirse un drama, en sí’”. Y continúa: “Con su genio para encontrar y contraponer textos, Benjamin somete esta tesis suya a una fulgurante demostración, que comunica a Scholem en una carta de 1938. La obra de Kafka ‘es una elipsis cuyos focos, muy alejados entre sí, están determinados por la experiencia mística (que es ante todo la experiencia de la tradición), de un lado; del otro, por la experiencia del hombre moderno de la gran ciudad’. El profetismo moderno es contemporáneo del de la ciencia”.
Kafka, representa una de las figuras más polisémicas del arte, literatura, cine, teatro y, del conocimiento moderno. Su obra representa una complejidad que sólo puede ser comparada con la de James Joyce en Ulises, su última obra, incomprensible para su época e inaccesible en el mundo del post consenso de Washington, de las Torres Gemelas y la banalización de la cultura.
Pero Kafka es un personaje de anticipación. No conoció en persona al nazismo, pero lo vivió oníricamente y, sin perjuicio de las precisas investigaciones del profesor Gustavo Daniel Perednik, en “Kafkania, Un recorrido por el mundo de Kafka El ícono, el genio, el judío, el filósofo” (Universidad ORT de Uruguay, Montevideo 2012) quien sostiene: “Pero elevarlo a visionario del nazismo resulta exagerado. Lawrence Langer, en su colección Admitiendo el Holocausto (1995) muestra cómo tanto los agentes que vienen a detener a Josef K al comienzo de la novela, como quienes lo llevan a su ejecución al final, ‘no son clandestinos ni sádicos’. No lo tratan brutalmente ni le asustan. A pesar de ello, los crímenes nazis o comunistas son evocados por ciertos lectores inteligentes como Bertolt Brecht, Klaus Mann y aun Günther Anders (sobre quien volveremos), para quien la máquina del comienzo de En la colonia penitenciaria: “No había sido concebida hasta los instrumentos de asesinato masivo de Hitler”, que arroja suficiente material en contrario, lo desarrollaré para este concepto.
Umberto Eco sostiene que leer El Proceso (1925) puede llevarnos a una gran historia policíaca y, agrego, un policial negro fantástico como lo podemos ver en Dostoyevski: Crimen y castigo (1866), un viaje entre lo jurídico y lo moral, entre lo correcto del procedimiento judicial y lo bueno del ideal moral.
Pero en Kafka, este ideal moral ya está distorsionado, ya que éste está viciado por el modernismo y se anticipa al postmodernismo y, diría, a la banalización del consenso de Washington, la verdad formal y la necesidad total, por sobre encima del ideal moral individual.
Lo banal son los objetivos de las mayorías y sus ideales morales de eliminar opositores, la necesidad de la censura previa para proteger la economía global y la estabilización a través de precios y salarios.
La miseria es un mal necesario para favorecer el mercado. Todo eso está en el proceso y, también, el crimen y castigo.

Nuestro mundo está tan lleno de epitafios y grandes frases que todo cae en la necesidad publicitaria de mantenerlos. La moral carece de fortuna, lo correcto está por sobre lo bueno, aunque sabemos que no conduce necesariamente a ello.
Las apotemas políticas reemplazan la paz y las necesidades a los postulados. Las matanzas de las nuevas generaciones son favorecidas por las viejas rencillas, las muertes y las agresiones son la moneda diaria.
Un grupo de fundamentalistas israelíes matan a un joven palestino en clara represalia por el asesinato anterior de tres niños de 15 y 16 años. Una tragedia inacabada de escritura de la violencia.
Los motivos, ¿son el resultado de una decisión causal de los pueblos que interactúan en esta espiralización del conflicto?
El pueblo Judío tiene derecho a su Estado. El palestino, que vivía en esos lugares ocupados por diferentes potencias hasta su liberación total en el año 1947, también. La solución a la “solución final” ideada por Occidente (EE.UU. y Europa) en la Segunda Guerra Mundial, fue favorecer la creación de dos estructuras estatales, pero por otro lado, la propuesta por la cultura wagneriana siempre fue la de seguir matando.
La espiral de violencia en la tierra de Canaán, hoy Israel y aquellos territorios reconocidos a la autoridad Palestina tiene un origen común con las operaciones del régimen nazi, que tuvo un interés estratégico en aquel protectorado Británico.
En ese lugar convivían palestinos mahometanos y una colonia de judíos, pero el origen de esa población está en las mismas raíces de aquellos pueblos relatados en el Antiguo Testamento. Inclusive, es muy probable que muchos de los que pertenecen al pueblo palestino hayan sido miembros de alguna tribu de Israel, y que la expulsión del pueblo judío entre el año 70 y siglo II de la nueva era y la influencia de los intereses nazis con jeques árabes desde 1932 en adelante, haya hecho el resto del trabajo.
Ambos pueblos quedaron en una lucha ajena a sus orígenes y muy lejana a sus necesidades. El exceso de defensa de los Estados y las necesidades políticas de llamar permanentemente la atención internacional por parte del terrorismo llevan a situaciones dramáticas.
El pueblo judío se vio innecesariamente agredido por el secuestro y homicidio de tres jóvenes adolescentes, seguido de una lluvia de misiles librados por un grupo de terroristas enquistados en la Franja de Gaza; con posterioridad, el Estado de Israel ejerció el derecho de defenderse en ese marco de violencia. Pero el derecho no siempre está en consonancia con la moral, con la prudencia, con la política internacional que en muchos casos tiende a un cálculo de consecuencias y, mucho menos, con el ideal moral.

El derecho de defensa no siempre promueve resultados morales. El que se defiende queda por exceso en el lugar de un victimario, nunca con el verdadero papel que le compete en la historia, que es el de víctima, mientras que los efectos que produce la guerra preventiva es un rebrote y un rebote, donde las consecuencias quedan en las espaldas de quienes debieron ver aquella cadena causal de acontecimientos y, por la representación, no pudieron mirar.
No sólo se trata de quién comenzó la escalada de violencia y que en el modo en que lo hizo causó consecuencias. El terrorismo busca eso, impactar, golpear y mostrar una verdad que en su psicópata escalada piensa que es su única verdad; es otra la cuestión, no prestarse a ese juego de lágrimas donde la culpa siempre será del Estado organizado que se monta en la espiral para recorrer un camino que no llevará a nada.
En el terrorismo, el enemigo no es un ejército, un general, un Estado; es un jeque, igual que aquellos que compraron una historia antisemita ajena y la llevaron adelante en el sitio de Jerusalén en 1948.
Hoy la irresponsabilidad del fundamentalismo del gobierno de Israel le da a la cultura europeísta del antisemitismo una razón para atacar al pueblo judío todo. Sobran ejemplos en los diarios digitales donde los comentarios posteados son de altísimo corte judeofóbico, o en las redes sociales, donde desde inocentes mapas hasta encendidas palabras de antisemitismo están regadas por todo lados.

La fortuna moral vuelve a atacar al más débil, la víctima inicial, aquel que no vio el entorno y llevó adelante una escalada ilimitada. En Crimen y Castigo el costo no es para el asesino, es para la mujer que escuchó la historia. El castigo siempre es terrible y quien ocasiona la falta es banal.
El proceso consiste en procesar este modelo espirilarizado (de espiral de violencia prediseñado) y darle un sentido para sentirlo como normal en la venganza social.
Kafka procesó el onírico arresto en un modelo público de venganza, donde el modelo de captación del odio ario y el miedo occidental al comunismo encajaba perfectamente. La película de Visconti La caduta degli dei (1969 -Götterdämmerung- La Caída de los Dioses) representa este modelo, en conjunto con sus dos continuaciones Muerte en Venecia (1971) y Ludwig (1972).
La política entendida como rivalidad, in-humanismo, in-academicismo y economicismo, conlleva a estos espirales de violencia.
Muchos paradigmas sociales, desde el odio, resultan excesivos en corrección y poco éticos, a punto tal que su postulación es contradictoria. Por ejemplo, ¿se puede hablar de derechos humanos sin juzgar a los procesos anteriores que desencadenaron los sucesos de Ezeiza: la amnistía del gobierno del presidente Cámpora? Sin dar una respuesta, lo cierto es que el paradigma inicial termina siendo trivial.
La autonomía universitaria, con exceso de corrección y falta de academicismo, ¿es fin o un proceso?
¿Es posible la paz sin reconocimiento?

Joyce falleció huyendo del nazismo; Kafka murió previamente, presagiándolo solo, esperando en la puerta del proceso correcto; Dostoyevski no comprende cómo el que comete un delito es reconocido y el que no, es castigado moralmente en una fortuna que no tiene contrapartida con las expectoradas.

* Profesor titular de Introducción al Derecho de la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires, Profesor Adjunto de Filosofía del Derecho de la Universidad del Buenos Aires, Doctorando en Derecho (UBA) y Maestrando en Epistemología e Historia de la Ciencia en la UNTREF.