Según el libro “Ser judío en los años setenta: Testimonio del horror y la resistencia durante la última dictadura”, que este autor acaba de publicar junto al rabino Daniel Goldman y que Nueva Sion adelanta en exclusiva, “el accionar de los dirigentes pudo haber sido otro: vale decir, que pudieron haber ofrecido un marco de resistencia mucho más firme y tenaz de lo que fue”.
Hasta el momento, este es un tema del que se hablaba siempre dentro de la comunidad judía pero nunca se había hecho demasiado público. Incluso, la DAIA evitó hacer cualquier tipo de mención al rol que jugó durante esos años en el acto homenaje que les hizo a los 1.500 desaparecidos judíos en Buenos Aires el pasado 7 de abril, el primero en 31 años de democracia.
Uno de los puntos que más les cuesta abordar es el desprecio que mostraron los empleados de la entidad hacia los familiares de las víctimas que acudían a pedirles ayuda para encontrar a sus hijos. Todos los testimonios coinciden en lo mal que los atendían Naum Barbarás, su director de Relaciones Públicas y su operador político, Bernardo Fain, cuando se presentaban en la sede de Pasteur al 633.
“Había una falta de sentimientos hacia uno, nos atendían mirando el reloj, parecía que los minutos de ellos valían mucho más que la vida de un desaparecido”, afirma Fanny Bendersky, madre de un desaparecido y María Gutman, Madre de Plaza de Mayo, coincide y agrega: “Mi hermano fue a la DAIA a hacer la denuncia cuando desapareció mi hijo y le dijeron: ‘Lo hubiera traído antes, así se lo sacábamos a Israel”.
¿Desaparecidos “de primera y de segunda”?
En su gran mayoría, los familiares nunca más volvieron a recurrir a la institución. A este malestar se le sumó que en 1977 fue secuestrado Marcos, el hijo de Nehemías Resnizky, presidente de la entidad en ese momento, quien utilizó todos los recursos para rescatarlo y sacarlo a Israel en pocos días. A partir de allí, consideraron que para los dirigentes comunitarios había desaparecidos “de primera y de segunda” debido a que el esfuerzo que habían hecho en ese caso no era el mismo que con sus parientes.
Pero los golpes más duros provinieron del periodista Jacobo Timerman, quien después de haber sido secuestrado y torturado acusó a la DAIA y sus directivos de complicidad con la dictadura y haber actuado como los Jüdenrat durante el nazismo, algo que dista bastante de ser cierto, según palabras del rabino Marshall Meyer, uno de los más fervientes luchadores por los derechos humanos en esa época.
“La palabra complicidad es muy fuerte para endilgársela a la dirigencia comunitaria judía; creo que fundamentalmente lo que tenían era miedo y además una diferencia de enfoque -afirma en una entrevista con el periódico Nueva Presencia-. Yo no creo en la diplomacia silenciosa en épocas de aguda crisis, y tampoco pienso que sólo con gritos en la calle se puede hacer mucho. Las dos formas de lucha tienen que complementarse para lograr un buen resultado. La complicidad, más que a la dirigencia judía, le cabe al pueblo argentino, a los millones de argentinos que sabían muy bien lo que pasaba”.
El libro resalta que “con sus aciertos y sus errores, Nehemías Resnizky, el más cuestionado de los presidentes de la DAIA (1974-1980), fue superado por los acontecimientos cuando pretendió afrontar la problemática de los desaparecidos. Además, tuvo que soportar los embates de ciertos sectores reaccionarios de la comunidad y, en especial, el del aparato burocrático de la institución que le tocó conducir, que públicamente denostaba a los familiares”.
La entidad trató de manejarse de puertas hacia afuera con cautela, a la hora de enfrentar al gobierno por las violaciones a los derechos humanos, e intentó evitar cualquier tipo de confrontación con las Fuerzas Armadas. Al mismo tiempo realizó gestiones para pedir por los jóvenes israelitas secuestrados, pero nunca las hicieron públicas ni tampoco las comunicaron a los familiares de las víctimas.
En las distintas reuniones que sus directivos mantuvieron con los ministros del gobierno de facto, especialmente con el del Interior, general Albano Harguideguy, presentaron listas en las que solicitaban información tanto de personas que estaban detenidas a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) como de desaparecidos.
Con los primeros lograron ciertas concesiones, como el permiso para que los rabinos pudieran acceder a las cárceles para visitarlos y prestarles apoyo espiritual y, en algunos casos, hasta obtuvieron su liberación. En cambio, la suerte de los desaparecidos fue muy distinta ya que no pudieron salvar a ninguna otra persona, excepto a Marcos Resnizky.
Los defensores de la institución sostienen que sus dirigentes hicieron todo lo posible para tratar de salvar gente, especialmente en conjunto con la Agencia Judía y la Embajada de Israel, sacando del país a quienes corrían riesgo de desaparecer.
En cuanto a los reclamos de los familiares de las víctimas por el silencio público que mantuvieron frente a lo que estaba ocurriendo, los directivos de la época explican que actuaron de esa forma para salvaguardar la seguridad y la continuidad de la vida comunitaria. “Teníamos que asegurar la educación y la asistencia social, y trabajar para quienes querían optar por salir a Israel”, explica Mario Gorenstein, presidente de la AMIA entre 1973 y 1978 y de la DAIA entre 1980 y 1982.
¿Estrategia o miedo?
Lo cierto es que buena parte de la población judía local se refugió en las diferentes instituciones en un intento por protegerse individual y colectivamente e intentar desligarse de cualquier tipo de vinculación que pudiera ponerlos en peligro. Fueron años de florecimiento de los countries y las entidades vinculadas al Movimiento Conservador, liderado por el rabino Meyer que nucleaba a sinagogas como Bet El, Benei Tikvá, Nueva Comunidad Israelita, entre otras y al Seminario Rabínico Latinoamericano.
Sin embargo, hubo sectores de la comunidad que se enfrentaron al régimen públicamente como los rabinos Meyer y Roberto Graetz y el periodista Herman Schiller, desde su periódico Nueva Presencia. Por eso, muchos familiares de las víctimas se preguntan si la DAIA no podría haber hecho algo más frente al drama que vivían centenares de desaparecidos judíos.
“¿Por qué la entidad, sabiendo lo que sabía sobre la cantidad de desaparecidos judíos, no actuó como se hubiese esperado que lo hiciera? ¿Es posible seguir creyendo que su actitud fue parte de una estrategia o simplemente una muestra más del miedo que reinaba en esos tiempos? -concluye el libro-. El accionar de los dirigentes pudo haber sido otro: vale decir, que pudieron haber ofrecido un marco de resistencia mucho más firme y tenaz de lo que fue. El rabino Roberto Graetz nos ganó de mano cuando lo dijo de manera directa en una entrevista: “Estaría más orgulloso si la DAIA hubiese actuado con un poco más de bolas”.
* Coautor del libro “Ser judío en los años setenta: Testimonio del horror y la resistencia durante la última dictadura”.