La hora de empezar a caminar

Por Hugo Presman

Entramos a la democracia por la puerta de servicio. Por una guerra perdida y sobre miles de cadáveres desaparecidos. El gobierno de Alfonsín, en un hecho memorable, juzgó a las tres primeras juntas de la dictadura criminal. De esa manera se sentaron en el banquillo los autores materiales, pero no a los instigadores intelectuales, beneficiarios directos de las políticas de Alfredo Martínez de Hoz. Se accedió a la democracia, pero en su interior quedó el Caballo de Troya de las políticas neoliberales, apoyadas por los ganadores de los años de plomo. Cuando el Muro de Berlín cayó para los dos lados, el pensamiento único invernó al planeta. En una alquimia política pocas veces vista, el partido que hizo de la justicia social su bandera, las cambió por las del liberalismo. El radicalismo asociado a la devastadora imagen de la hiperinflación, se abrazó en un reparto de favores al menemismo, en un contubernio que empezó a sellar y culminar el vaciamiento del sistema político. Los dos partidos mayoritarios sucumbieron a la peregrina idea del » fin de la historia». La experiencia denunciativa del Frepaso se pulverizó en una Alianza frustrante, después de haber ayudado a resucitar al radicalismo del incendio del Pacto de Olivos. Rodríguez Saá sinceró el default a que condujeron tres décadas de irracionalidad económica, de la cual la convertibilidad fue su piedra angular. Eduardo Duhalde gambeteo con suerte y cierta habilidad la eclosión social y Néstor Kirchner ha recogido embrionariamente algunos reclamos implícitos en las históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre. Es en esa fecha que se exterioriza una divisoria de aguas con las políticas económicas desarrolladas, con muy pequeñas excepciones desde el 2 de junio de 1975 con el célebre Celestino Rodrigo.
Pudimos votar sin proscripciones, divorciarnos, tener la patria potestad compartida, la ley de salud reproductiva, expresar nuestras ideas sin el temor de morir ametrallados en un descampado o desaparecer después de un paso forzoso por un campo de concentración. Se pudo acceder a lo que se publica en el mundo, ver las películas sin Tatos de por medio, y la actividad teatral, cinematográfica y cultural en general se desplegó con exuberancia.
Esos derechos pueden haber sido simples concesiones para instrumentar las políticas económicas más criminales, la destrucción social más sistemática, el avasallamiento al trabajo más despiadado. La continuación potenciada del endeudamiento de la dictadura criminal que tuvo su fiesta obscena con el menemismo, es la viga maestra de la exacción sistemática. El 10 de diciembre de 1983 se recuperaron valores esenciales pero junto a esos beneficios se continuaron políticas económicas que han conducido a un pavoroso cuadro donde el hambre, la desocupación, la marginalidad, la exclusión, la indigencia constituyen emblemas paradigmáticos.
No es cuestión de despreciar lo que se consiguió ni de ignorar lo que se depredó. El sistema democrático es el marco en el cual se pueden instrumentar políticas que destruyan al país, incluso con apoyos mayoritarios, o apoyarse en las mayorías para revertir décadas de retroceso e ignominia. Después de muchos años, remedando los primeros días de la democracia recuperada, el futuro parece mejor que los días aciagos padecidos. Pero no hay democracia posible cuando es corroída por el hambre. En el interior de las urnas están aguardando las políticas que le devuelvan la dignidad, el trabajo, la comida, las salud y la educación a los argentinos. Dentro de veinte años, no habrá justificativos para mantener estas deudas pendientes. O levantamos las hipotecas o la democracia implosionará.
Es la hora de empezar a caminar.