La muerte de Ariel Sharon

No hay con quién hablar

El reciente deceso de Ariel Sharón reabre  un debate ya conocido en otros momentos similares de la historia de Israel: ¿cómo se recordará al ex-primer ministro?, ¿cuál es su registro indeleble en la memoria colectiva de Israel?
Por Moshé Rozén, desde Nir-Itzjak, Israel

En realidad, la premisa de este interrogante es cuestionable: no existe un sello único, y la distancia entre las percepciones está marcada por la perspectiva ideológica de los múltiples sectores –étnicos, generacionales, clasistas, políticos- que componen el mosaico social israelí.
Para los colonos de Gaza y de la Samaria sepentrional, evacuados a la fuerza como resultado de la «Desconexión» de agosto de 2005, Sharón traicionó su compromiso de perpetuar los asentamientos («Netzarim es como Tel-Aviv» prometió, liderando el ala «halcón» de una intransigente derecha nacionalista).
Para muchos de los soldados que combatieron en Líbano en 1982, Ariel Sharón es el responsable del empantanamiento de Israel en uno de los mayores desastres bélicos, emblematizados por la expansión del operativo y la alianza con las falanges locales, responsables de masacres perpetradas en campamentos palestinos.

Es que no hay un sólo Sharón: con el mismo temperamento que caracterizó las represalias que comandó en la década del ‘50, implementó, medio siglo después, el histórico viraje de la «Desconexión».

¿Cuál será, entonces, la inscripción sharoniana en el panteón de próceres de Israel? Seguramente el Estado -que modela la simbología política- pondrá el acento en los aspectos consensuales; pero la biografía toda de Ariel Sharón, en el ejército y en el gobierno, en el Likud y en Kadima, es un espacio de ácida controversia y amarga confrontación.
No obstante, en su enmarañado bosque de contradicciones, Sharón del Líbano en 1982 y de Gaza de 2005, fue fiel a un nítido escepticismo: a fines de 1999 reconoció, en un reportaje concedido a The New Yorker, que: «no habrá paz, lo único posible son acuerdos de no-beligerancia». Efectivamente, con la retirada unilateral, no negociada, de la Franja de Gaza, pocos meses antes de sumegirse en un coma de ocho años, Sharón demostró ser consecuente con el típico lema, repetido inclusive por ministros en los últimos días: «no hay con quien hablar».