La comunidad judía y el peronismo

César Tiempo y el suplemento cultural de La Prensa

Compartimos con nuestros lectores un capítulo del libro Cultura para todos. El suplemento cultural de La Prensa cegetista (1951-1955), donde Raanan Rein y Claudio Panella desafían tres de los lugares comunes en la imagen del peronismo: que los judíos eran antiperonistas, que los intelectuales se alejaban del justicialismo y que el suplemento cultural de La Prensa en manos de la CGT careció de valor por su carácter propagandístico. Sin dudas, la decisión del gran escritor judío César Tiempo de dirigir el suplemento cultural del diario conservador expropiado por el peronismo suscitó mucha polémica en su momento, y continua haciéndolo hasta hoy en día.
Por Raanan Rein *

A finales de los años sesenta Jacobo Kovadloff, entonces Presidente de la Sociedad Hebraica Argentina, decidió invitar al escritor César Tiempo a dictar una conferencia en el club. Esta iniciativa provocó un fuerte debate en la comisión directiva de la institución, donde algunos miembros argumentaron que no había que invitar a un intelectual judío que se había vendido al peronismo. Finalmente, Tiempo dictó la conferencia en Hebraica, pero la identidad ideológica-partidaria del autor no les parecía políticamente correcta a muchos en el establishment judeoargentino.
Unos años más tarde, el intelectual Samuel Rollansky invitó a varios académicos judíos a un encuentro en la biblioteca del Instituto Científico Judío – IWO. En el curso de la conversación Rollansky mencionó el hecho de que ninguno de los libros de César Tiempo figuraba en el catálogo de esta biblioteca. El mismo escritor judío que en los años treinta había liderado la campaña en contra del escritor antisemita y Director de la Biblioteca Nacional, Gustavo Martínez Zuviría, conocido como Hugo Wast, aún no valía lo suficiente para figurar en los anaqueles del IWO.

Estas anécdotas sirven para ilustrar los argumentos centrales de nuestro nuevo libro que acaba de publicarse: Raanan Rein y Claudio Panella (comps.), Cultura para todos. El suplemento cultural de La Prensa cegetista (1951-1955), Editorial de la Biblioteca Nacional. El libro desafía, o por lo menos matiza, tres de los lugares comunes en la historiografía y en la imagen popular del peronismo: que todos los judíos eran antiperonistas, que todos los intelectuales de prestigio o de peso se alejaban del justicialismo y que el suplemento cultural de La Prensa, una vez que el periódico pasó a manos de la CGT, no tuvo ningún valor o importancia cultural por su carácter propagandístico.

Según la historiografía tradicional, a lo largo de la década peronista (1946-1955) Juan Perón fracasó en su intento de atraer el apoyo de sectores significativos de la comunidad judía argentina, pese a sus esfuerzos de erradicar el antisemitismo y de haber cultivado relaciones estrechas con el Estado de Israel. Los judíos argentinos en su mayoría, nos dicen los comentaristas e historiadores, continuaron siendo hostiles a Perón. Los numerosos esfuerzos de Perón por conquistar a la colectividad, por ejemplo mediante la creación de la Organización Israelita Argentina (OIA), de tendencia pro peronista, supuestamente no rindieron los frutos esperados. Este cuadro no es falso, pero es sumamente unidimensional y no refleja una realidad mucho más compleja. No eran pocos los judíos que apoyaban al primer peronismo. Es cierto que el establishment de la comunidad, en su mayoría, tenía sus reservas hacia el gobierno peronista y el movimiento justicialista, pero distintos dirigentes judíos en el movimiento trabajador no solamente se identificaban con el naciente movimiento sino también tuvieron un papel importante en la movilización del apoyo popular para el peronismo (Ángel Perelman, Rafael Kogan, Abraham Krislavin y David Diskin son algunos ejemplos).
El peronismo logró granjear apoyo en varias asociaciones judías (como el Hospital Israelita), entre abogados (como Liberto Rabinovich) y hombres de negocios (José Ber Gelbard, entre otros). Menos estudiado aún es el apoyo o la identificación de mucha gente común, no afiliada a las instituciones comunitarias judías, con este movimiento social y político. Pero lo más interesante es el apoyo brindado al peronismo por intelectuales argentinos-judíos, tales como el equipo responsable del suplemento cultural del diario La Prensa, ya bajo control de la CGT. Los colaboradores principales incluían al director del mismo, César Tiempo, Bernardo Ezequiel Koremblit, León Benarós y Julia Prilutzky Farny.
La imagen del primer peronismo en ambos, la bibliografía común y el imaginario popular, está asociada con un movimiento «plebeyo» y «anti-intelectual». Sin distinguir entre los momentos iniciales del nacimiento y cristalización de este movimiento popular y las etapas posteriores del gobierno justicialista, muchos autores tienden a generalizar y pintar un cuadro de blanco y negro acerca del «divorcio entre las clases letradas y el peronismo durante la década 1945-1955». Según esta visión los únicos intelectuales que apoyaban al peronismo eran los nacionalistas católicos de extrema derecha. Los demás miembros de la intelligentzia lo miraban con desconfianza en el mejor de los casos o con una mezcla de horror y estupor en su mayoría, como si intelectual y peronista representaran dos tipos de identidades que no eran compatibles.
Sin embargo, estudios recientes muestran que, a pesar de ser una minoría, no eran pocos los  intelectuales que depositaron sus esperanzas en Perón y el movimiento que llevaba su nombre, mientras que los nacionalistas, muchos pertenecientes a la oligarquía tradicional, empezaron a alejarse del peronismo hasta romper con él durante el conflicto con la Iglesia católica. Algunos nacionalistas populares como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz o Atilio García Mellid también se alinearon con el peronismo. Entre las nuevas figuras intelectuales que se sumaron al peronismo cabe mencionar a Elías Castelnuevo, Nicolás Oliveri y César Tiempo. Los tres habían pertenecido en los años veinte al grupo literario de Boedo que asignaba a la literatura una función social. En este sentido su relación con el peronismo significaba su constante preocupación por cuestiones sociales y populares.

Nacido en Ucrania en 1906, el verdadero nombre de César Tiempo era Israel Zeitlin, a base del cual adoptó luego su seudónimo: zeit es tiempo, en idish y alemán, lin es el verbo cesar. Antes de cumplir un año ya vivía en la Argentina con sus padres, que habían huido de los progroms y el antisemitismo en la Rusia zarista. Desde su juventud, Tiempo manifestó una clara preferencia por los escritores de Boedo. Su compromiso social lo fue acercando cada vez más a «los de abajo», un acercamiento que años después lo conduciría a colaborar con el peronismo. En este contexto, resulta menos sorprendente el hecho de que su primer libro de poemas, Versos de una…, publicado en 1926 bajo el seudónimo femenino de Clara Beter, fuese el supuesto diario poético de una prostituta judía, con inquietudes sociales.
En 1930, con Libro para la pausa del sábado, publicado por el editor judío Manuel Gleizer, conquista el primer premio municipal. Lo siguen los siguientes títulos, con el sábado como metáfora del homenaje semanal de los judíos porteños a la Argentina, transformada en su verdadera Tierra de Promisión: Sabatión argentino (1933), Sábadomingo (1938) y Sábado pleno (1955). En sus libros, así como las obras de teatro, intenta entroncar a la inmigración judía con la vida nacional. Sábadomingo representaba la unión del descanso sabatino del judío y el descanso dominical de los argentinos. De hecho, todas sus obras exaltan la confluencia entre el componente identitario judío y el argentino. Los dos tenían la misma importancia para él y no estaba dispuesto a sacrificar ninguno en beneficio del otro. Los textos de Tiempo están dedicados también a reivindicar el pluralismo, poetizar lo cotidiano y delinear con ternura y compasión a la gente sencilla. Muchas hojas están salpicadas con voces tomadas del lunfardo o del ídish.
Para mediados de los treinta ya no toleraba la afrenta antisemita de Hugo Wast y sus correligionarios nacionalistas. En 1935 publicó La campaña antisemita y el director de la Biblioteca Nacional, donde denunciaba los libros Kahal y Oro en los cuales Martínez Zuviría novelaba la trama de los Protocolos de los Sabios de Sión en un contexto porteño. Por estos mismos años del auge del nacionalismo xenófobo, Tiempo dramatizó en dos obras teatrales su visión de la integración de los judíos a la sociedad argentina: El teatro y yo (1931) y Pan criollo (1937).

Su trabajo como editor de revistas también es digna de mención. A los 31 años empezó con la revista literaria Columna que contó con grandes firmas, nacionales y extranjeras. Uno de los lemas de la revista era “Dispuestos a todos los sacrificios, menos al sacrificio de la verdad”. Esta consigna reúne tanto la comprensión de Tiempo acerca de la tarea editorial como su  visión del intelectual comprometido. Es precisamente en este doble contexto que debe entenderse la decisión de este intelectual argentino-judío de tomar las riendas del suplemento literario de La Prensa, el matutino conservador que el gobierno peronista expropió y pasó de manos de la familia Gainza Paz al poder de la CGT.
La decisión de Tiempo de dirigir el suplemento cultural de La Prensa suscitó mucha polémica en su momento y continua haciéndolo hasta hoy en día. Hay quienes sostienen, supuestamente para “defender” a este intelectual, que su aceptación del cargo carecía de una dimensión ideológica y estaba motivada solamente por interés personal, cuestiones de prestigio o de dinero. Sin embargo, la identificación de Tiempo con el justicialismo no resulta nada sorprende a la luz de su carrera intelectual antes y después del los años cincuenta. Pareciera que la sensibilidad social y la vocación popular que lo llevaron a alinearse con los de Boedo en la década del veinte, lo condujeron, en las décadas del cuarenta y del cincuenta, a manifestarse a favor del peronismo. Además, el suplemento cultural de La Prensa le ofreció a Tiempo una posibilidad de abrir las puertas a nuevas voces o las que de algún modo estaban en los márgenes de escena cultural porteña.
Según su testimonio, en una conversación con Osvaldo Soriano publicada en La Opinión: “Me aguanté el resentimiento y el odio de todas las fuerzas liberales, pero me di el gusto de hacer un buen suplemento. No me obligaron a afiliarme, llevé como diagramador a un comunista. Publiqué a Quasimodo, a Neruda, a Gabriela Mistral, a Amaro Villanueva, que era candidato a gobernador de Entre Ríos por el Partido Comunista. En 1953… Neruda me dio los poemas de las Odas elementales para publicar. Los poemas levantaron una polvareda bárbara… En esa época llegó mucha gente, obreros, sindicalistas, que traían poemas apologéticos a Perón para que se publicaran, pero nunca los dejé correr”.
Esta cita es muy significativa, pues pone en evidencia la determinación de  Tiempo de perseguir una política editorial acorde con sus afinidades ideológicas frente a presiones de uniformismo partidista. No solo rechazó a los «apologistas» de Perón sino que hizo un esfuerzo consciente de dar cabida a colaboradores de tanto de extracción izquierdista como de distintos grupos étnicos, entre los cuales sobresalía una larga lista de escritores judíos.
La apertura a nuevas voces se acompañaba por la apertura a nuevos temas. Junto a las típicas notas sobre literatura, poesía, teatro, cine, filosofía y música, notas el suplemento de La Prensa incluía comentarios y reportajes sobre tango, deporte, pintura, cuentos para niños, fotografía, ciencia y tecnología y hasta moda. Es decir, una visión más amplia a su parecer de lo que significaba la cultura en la segunda mitad del siglo XX. Semejante perspectiva que combinaba la cultura consagrada y la popular constituía una propuesta cultural alternativa a la línea elitista de intelectuales como Ocampo, Borges u otros de los grandes nombres de la vida literaria argentina.

Conclusiones
¡Yo nací en Dniepropetrovsk! 
No me importan los desaires 
con que me trata la suerte. 
¡Argentino hasta la muerte! 
Yo nací en Dniepropetrovsk.

Con estas palabras intentó Tiempo desafiar el nacionalismo católico de extrema derecha, caracterizado por su xenofobia. Como Alberto Gerchunoff y Carlos M. Grunberg, era profundamente judío por formación y convicción, pero al mismo tiempo estos tres intelectuales optaron por voluntad explícita integrarse en la vida nacional argentina. Sus obras enfatizaron la necesidad de un pluralismo tolerante y generoso en una tierra poblada mayormente por inmigrantes. En este sentido, Tiempo, al igual que otros intelectuales argentinos-judíos o los dirigentes de la OIA, intentaron ofrecer una propuesta identitaria a los judíos en la Argentina que diera un peso similar a los componentes identitarios judío y argentino.
La figura de Tiempo y su trabajo como director del suplemento cultural de La Prensa cegetista sirven para matizar algunos de los lugares comunes en la historiografía, sobre todo el supuesto de que todos los judíos eran antiperonistas, de que todos los intelectuales de peso se alejaban del justicialismo y de que el suplemento cultural de La Prensa no tuvo ningún valor o importancia cultural por su carácter propagandístico. De hecho, no eran pocos los judíos que apoyaban al peronismo, un apoyo por el cual tuvieron que pagar un precio elevado durante la década peronista y después del derrocamiento de Perón en 1955.
Quizás por esto, Tiempo no ha recibido en la escena cultural argentina el reconocimiento que seguramente se merece. La gente culta, así como el establishment judío, no le perdonó nunca su simpatía por el peronismo. Mientras ejercía la dirección del suplemento de La Prensa, las revistas literarias de importancia lo ignoraron. Una vez que cae Perón, los intelectuales que habían colaborado con “el tirano prófugo”, se convirtieron en blancos de ataques y objetos de ridículo. Uno de ellos fue César Tiempo. En los años siguientes se le cerraron muchas puertas en distintas instituciones culturales, en periódicos y editoriales, en el cine y el teatro. Recién en los setenta vuelve de los márgenes del mundo de la cultura. El diario La Opinión lo invita a contribuir con notas y comentarios y el diario Clarín le abre las columnas de su suplemento “Cultura y Nación”. Desde allí, en junio de 1973, reitera su apoyo al peronismo que acaba de volver al poder.
Un mes después es nombrado por el tercer gobierno peronista como Director del Teatro Nacional Cervantes. A esta altura la actitud del establishment judío hacia el peronismo es menos hostil y la Sociedad Hebraica Argentina se une a los que lo felicitan por este nombramiento. En estos meses vuelve a publicar, pero su salud ya es precaria. Su último libro, Manos de obra, que intenta reconstruir el mundo literario contemporáneo, aparece poco tiempo después de su muerte en 1980.

* Vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia de la Argentina. Fue condecorado por el gobierno argentino con el Grado de Comendador en la Orden del Libertador San Martín por su aporte a la cultura argentina.