Obama busca legitimar un ataque, y ganar tiempo

Un Nobel de la paz que anuncia la próxima guerra

Si bien está capacitado para ordenar un ataque en cualquier momento, Barack Obama hizo pública la decisión de atacar al régimen sirio, bajo el pretexto de lo que describió como “el peor ataque químico del siglo XXI”, pero con el fin de obtener más apoyo para su actuación militar, en realidad, para ser más precisos, ganar tiempo, va a someter su decisión al Congreso, que como se encuentra de vacaciones hasta el día 9 de septiembre, retrasará en la práctica varios días un posible ataque, si es que no lo impide por completo.

Se trata de una maniobra muy arriesgada, ya que el presidente Barack Obama está lejos de tener asegurado un voto favorable en el Congreso de Estados Unidos, pero, al mismo tiempo, muy hábil, ya que, sin renunciar a una respuesta firme contra el régimen de Bachar el Asad, le otorga a su decisión una legitimidad, al menos desde el punto de vista nacional, que lo pone a salvo de futuros y previsibles riesgos una vez que la operación militar haya comenzado.
Obama establece, además, un precedente muy relevante: todos los últimos presidentes norteamericanos, de todos los signos políticos, desde Ronald Reagan hasta Bill Clinton, emprendieron sin aprobación parlamentaria acciones militares de muchas más envergadura que la que se espera en Siria, que Obama repitió que será “limitada” y no incluirá el despliegue de tropas sobre el terreno.
Un ataque supone el riesgo de propagación del conflicto en la zona y en la propia Siria, con la posibilidad de que EE.UU. potencie una espiral infernal.

El anuncio oficial, no obstante, abre un proceso plagado de incertidumbres. Obama dijo que comunicó su decisión al presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, a la líder demócrata en esa cámara, Nancy Pelosi, al líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, y al líder republicano en el Senado, Mitch McConnell; quienes le habrían comentado que respaldaban la medida. Falta ahora que esos líderes convoquen a sesiones de urgencia a sus respectivas cámaras, que actualmente se encuentra en receso.
Pero si no se produce una convocatoria urgente, el debate en el Congreso no podría llevarse a cabo hasta el 9 de septiembre. Aun convocándose una sesión de emergencia, el debate podría ser largo y accidentado, sobre todo en la Cámara de Representantes, donde los líderes republicanos no tienen pleno control sobre los congresistas vinculados al Tea Party cuyo odio visceral a Obama es muy conocido.
De modo que si bien es hábil la operación política de Obama, puede abrir la caja de Pandora. Su ventaja es que el público norteamericano no suele ver con buenos ojos una actitud obstruccionista de parte de la clase política ante una crisis militar. Pero tiene en contra que la opinión pública no está aún convencida de la necesidad de atacar en Siria. Sólo un 20% de la población comparte actualmente los argumentos oficiales.

El momento del ataque queda entonces a la espera de la resolución de dos factores: la decisión del Congreso y la opinión pública. Como ya es habitual para política internacional de Estados Unidos, poco importan el resto de los elementos involucrados en la causa, ya que el informe de los inspectores de Naciones Unidas, que también puede tardar varios días, no es considerado en Washington un asunto relevante, así como tampoco lo es el eventual apoyo de otros países.