Si la causa AMIA fuera una materia del secundario, varios personajes se deberían haber quedado libres. Los responsables políticos y judiciales conforman una larga lista de ausentes. El problema es que la materia se dicta en una Escuela que tiene como profesora emérita a la Justicia: señora mayor, que no se quiere jubilar y que será velada con honores en el propio Salón de Actos de la Casa de Estudios. Esta señorona es permisiva con los alumnos que no abren la boca en clase y con los que repiten en el examen final todo lo que la profesora sentenció durante la cursada. Es así que a estos “niños bien” no se les computan las faltas, motivo por el cual nunca se han se han quedado libres: estos alumnitos vuelven a la Escuela, se pasean impunemente por ella y la recorren sin resquemores, porque cuentan con la complicidad de esta profesora de mucho poder.
La profesora Justicia es toda una Institución. Es de esas criadas a la antigua, que al ingresar al aula pone a todos los alumnos de pie. Sus años en el ambiente le dieron contactos con otros profesores, de otras escuelas, que no quedan tan lejos de Talcahuano y Lavalle. Recibe presiones de profesores más poderosos, que le dicen qué orientación tiene que tener la materia y hacia dónde dirigir las nuevas investigaciones.
Como en toda escuela, los alumnos se comportan con intereses diversos. Claro, no todos los alumnos son iguales. La dirigencia judía, por ejemplo, tiene una íntima relación con la profesora. Nadie termina de saber hasta dónde llega esa relación, pero se sabe que por fuera del horario de clase este alumno y la señora mayor frecuentan el subsuelo de la Escuela: lugar sucio, con olor a bicho podrido, donde se cocina la asquerosa milanesa que después comerían todos los alumnos. Allí, alumno y profesora moldean el programa de la materia de acuerdo a las necesidades de “los de arriba”, un típico ejercicio de manipulación historiográfica: “No hay ningún sirio metido en esto”, “Telleldín le entregó la camioneta a los policías bonaerenses”, “Fueron los iraníes”. Una relación orgánica que destruye los límites que entre unos y otros deberían existir.
La dirigencia judía, en tanto alumno, cuenta con privilegios especiales. En primer lugar, como destruyeron el edificio de la comunidad y se proclama representante de ella, puede decirse víctima del Atentado y, en la materia sobre la causa AMIA, su comportamiento jamás sería juzgado. Por otro lado, su rostro se renueva cada dos o tres años. Laicos, religiosos, con kipá moderna. Aparente diversidad, el cambio de rostro no implica un cambio de esencia. Todos ellos figuran en la lista del colegio bajo un mismo nombre: Rubén Ezra Beraja.
Hace años comenzó a tener visibilidad, a ser el líder de la división -por así decirlo-, un nuevo alumno. El fiscal Alberto Nisman escribe largos trabajos (algunos de los cuales no tienen mucho que ver con la materia) y le gusta vestirse bien para viajar en primera clase a Congresos internacionales. El superhéroe Nisman y la pandilla de “niños bien” se manejan en grupo. Hace pocos días, todos juntos se rasgaron las vestiduras -hasta estuvieron a punto de tomar la escuela- porque le negaron la plata del pasaje para dar una conferencia invitada por sus amigos republicanos. Cada tanto, para llamar la atención de toda la Escuela, tiran una bomba de estruendo en el baño. El rector, la profesora, los alumnos y hasta los medios de comunicación corren asustados para ver qué pasó: nada. Tiran una bomba de mentira, no pueden hacer más que eso.
A Nisman lo llaman el “cazador de iraníes”. Claro, le gusta parecerse a otro cazador, de inmenso renombre y al que no le llega ni a los talones. En el recreo juegan al tiro al blanco sobre la cara de algún ministro del actual gobierno persa. Con frecuencia a Nisman lo retiran de clase, sin explicar por qué y a dónde se lo llevan. Pero siempre vuelve con nuevas figuritas de más iraníes para jugar en el recreo y mantener a los compañeros entretenidos. Mientras juegan en el recreo, Nisman cuenta historias de algo que sucedió en el año 1982, en alguna ciudad del Medio Oriente. Sus amigos le aplauden y se emocionan por la información aportada. Hace poquito tiempo se planteó la remota posibilidad de comprobar –o no- las historias contadas por el fiscal Nisman y, eventualmente, comenzar un juicio contra los sospechosos. Nisman y la pandilla de “niños bien” prefirieron seguir jugando a las figuritas.
La profesora sigue siendo condescendiente con sus amigos-alumnos. Los fiscales tienen la obligación de representar a las víctimas en las causas judiciales vinculadas al Atentado. Sin embargo, en las últimas audiencias relacionadas con la causa Encubrimiento, ninguno de los fiscales se presentó. Nisman y otros fiscales, todos ausentes. Ya pasaron el límite de faltas establecidas por el reglamento, pero a ninguno de ellos lo han dejado libre. Amigos de la añeja Justicia, cómplices de tanto silencio, prefieren montar un circo mediático porque no pudieron irse a Estados Unidos en vez de hacer la tarea que les correspondía.
Existen algunos alumnos que la historia los metió en esta Escuela. Ellos, familiares de las víctimas contados con los dedos de una mano, no quisieran estar ahí. Pero la ausencia de los que sí deberían estar exigiendo justicia los ha obligado a decir presente todo el tiempo, a ocupar un lugar que fiscales, jueces y políticos han dejado vacío. Son los poquísimos alumnos que se animan a decirle “no” a la profesora y a cuestionar sus fallos; no levantan la mano para hablar, discuten y no esconden su compromiso por la Verdad y la Justicia; desechan la historia oficial y se enfrentan a aquellos otros alumnos que se han vendido al poder de turno. El “presente” lo gritan desde hace 19 años. Incluso formaron un Centro de Estudiantes, al que no le dejan hablan en los Actos escolares, llamado Memoria Activa. Combativo, se ganó el disgusto de la rectora y de muchos profesores. La señora Justicia, con el apoyo de algunos infiltrados entre los alumnos, los acusa de “locos, antisemitas y familiares que le hacen el juego al terrorismo”. Entre profesora y alumnos cómplices, les meten la traba en el recreo, para que se caiga; les roban los libros, para que no sepa; les venden pescado podrido, para que no grite. Sin embargo, se levantan, buscan saber la verdad y siguen gritando.
Gustaría pensar que este es un ingenuo relato de ficción. Sin embargo, esta es la escuela que, tal como nos enseña Eduardo Galeano, la encontramos tan solo “con asomarnos a la ventana”. Formadora de generaciones a la sombra de la impunidad es una escuela que sigue sumando personajes a la larga lista de ausentes.