El origen de la disputa actual se encuentra en la cruel dictadura de la familia Assad, que gobernó con mano de hierro Siria desde 1970. El régimen de Hafez Al-Assad se caracterizaba por ser una dictadura laica, modernizante, pan-arabista y populista, que al igual que las dictaduras de Sadam Hussein en Irak y Tito en Yugoslavia, logró unir durante décadas a diferentes grupos étnicos, religiosos e ideológicos. La cercanía histórica con la ex-Unión Soviética, la oposición de Assad a la guerra contra Hussein en Irak y la lucha territorial contra Israel alejó definitivamente a la dictadura de Assad de Occidente y la acercó a los que en forma natural hubieran sido sus más acérrimos enemigos: Hisbollá e Irán.
En Irán gobierna una secta religiosa contraria a la ideología laica del régimen de Assad. En Irán gobierna un partido de ultraderecha contrario al espíritu populista de Assad. Irán es un país persa, considerado por la ideología pan-arabista como una amenaza imperialista externa al mundo árabe.
Hisbollá, por su parte, también basa su accionar en ideologías religiosas y ultraderechistas que en forma natural deberían situarse en la contraparte del gobierno sirio. Sin embargo, el hecho de que la etnia alauí es considerada como parte de la rama chiita fortalece esta alianza.
La etnia alauí es uno de los tantos grupos étnicos que se disputan el control sobre el país. Los alauitas son una etnia minoritaria (el 11% del total de la población), provenientes de la costa mediterránea de Siria, tradicionalmente campesinos y pescadores, alejados de las grandes ciudades: Damasco y Jalab. La dinastía Assad elevó a los puestos dirigenciales de la burocracia estatal y militar a la etnia alauí, transformándolos en la casta dominante en el país y en el destino del odio de las demás etnias sirias: sunitas, drusos, kurdos, palestinos y cristianos, entre otros.
Este peligroso entramado social y político explotó con la llamada “Primavera Árabe”, y lo que comenzó como simples protestas pacíficas de orden económico se transformó rápidamente en una guerra civil militar que ha cobrado más de 120.000 muertos y casi un millón y medio de refugiados en los cerca de dos años de luchas ininterrumpidas.
Durante estos largos y dolorosos meses, el gobierno de Bashar Al-Assad y los alauitas han perdido casi por completo el control del país. El ejército de Assad, a pesar de los bombardeos por aire y de contar con la más alta tecnología rusa, no pudo hacer frente a las grandes masas armadas y al largo proceso de deslegitimación que tuvo su larga dictadura. Hasta hace pocas semanas Hisbollá e Irán habían apoyado sólo pasivamente a Assad, por el miedo de este último a que sus aliados se hicieran definitivamente del poder, cuando la guerra civil haya acabado. Esta situación cambió en el último tiempo debido a que el gobierno de Assad ha perdido casi la totalidad de su poder, y una vez llegado el momento del “sálvese quien pueda”, Hisbollá no está dispuesto a quedarse sin nada. La mejor metáfora para describir la situación es la de los perros hambrientos que intuyen la muerte de su amo: lo intentan proteger, pero a su vez arrancar una quijada.
En frente del (des)gobierno de Assad se encuentra la mayoría sunita (un 74% de la población). Las otras minorías étnicas y religiosas han optado por diferentes actitudes. La minoría cristiana (el 10%), pobremente armada, apoyó a la dictadura de Assad, ya que intuye (con justificación histórica) que un gobierno sunita significaría el fin de cualquier tipo de libertad religiosa. La minoría kurda (el 7%) en un primer momento lideró la revuelta armada contra Assad, pero a medida que pasaron los meses, centra su accionar en defender los territorios del norte, donde es mayoría.
La mayoría sunita ha llevado a cabo una lucha intensa contra el ejército de Assad, uno de los ejércitos más poderosos de Medio Oriente. Los secretos de su éxito son, primero que nada, la valentía sin límites que demostraron sus milicianos, segundo, el profundo odio que sienten las distintas minorías contra Assad, y tercero, el apoyo transversal que recibieron los rebeldes desde distintas partes del mundo. Uno de los principales apoyos de los rebeldes sunitas se encuentra en Estados Unidos y Europa, que ven en el cambio de gobierno en Siria un fuerte golpe al “Eje del mal” (integrado por Irán- Siria- Hisbollá). El apoyo occidental a los rebeldes parece natural si se toma en cuenta que la lucha es entre una cruel dictadura y un pueblo oprimido. Sin embargo, este apoyo es menos natural si se considera que el otro gran aliado del ejército rebelde es Al Qaida, especialmente en su rama iraquí, el jurado principal enemigo de los norteamericanos.
El apoyo de Al Qaida a los rebeldes sunitas tiene una larga historia. Al Qaida desde el control norteamericano a Irak estableció bases sociales y militares en la zona fronteriza iraquí-siria, con mayoría sunita. Además, Al Qaida ha optado por la estrategia de combatir al interior del mundo islámico para rehacerse de una base sólida desde donde continuar su lucha, como en el pasado fue Afganistán. Es así que Estados Unidos y su principal enemigo Al Qaida son hoy aliados en la lucha contra Assad.
Los recientes bombardeos de Israel a Siria tuvieron el objetivo de eliminar armas de destrucción masiva con destino a Hisbollá, pero tienen la consecuencia no deseada de incluir al “Ente Sionista” en la ecuación interna siria. El problema principal de esta intromisión es que Israel debe decidir entre Al Qaida y Hisbollá. Salomónica disyuntiva en la que Israel no tiene ninguna forma de salir victorioso.
Sin embargo, hasta el momento, tanto Occidente como Israel parecen aferrarse al viejo refrán que dice: Los enemigos de mis enemigos son mis amigos, aunque sean mis peores enemigos. La historia demuestra que esta política tiene una fecha de vencimiento muy corta y que sus consecuencias tienden a ser peores que sus causas. No obstante, por el momento no se observa una salida posible al conflicto, pero tanto una improbable e intempestiva resolución, como una eterna lucha étnica, tendrán terribles secuelas para la estabilidad en la zona y sobre todo para el golpeado pueblo sirio.