Opinión:

Las llaves para el Medio Oriente

“La pretensión del primer ministro Ariel Sharón de que puede sofocar la Intifada y obligar a los palestinos a rebajar sus aspiraciones y aceptar un acuerdo político acorde con la filosofía de la extrema derecha israelí, ha sido claramente derrotada. Pero sería erróneo suponer que Sharón es capaz de extraer las inevitables conclusiones y sacar a Israel de este atolladero de sangre y decadencia. La trágica situación de Israel -afirma Ben Ami- radica en la incapacidad de la derecha para conseguir la paz con los palestinos y en que la izquierda es incapaz de vencer electoralmente, especialmente mientras dure la Intifada, con sus valores y actitudes de terrorismo suicida y martirio que siguen socavando la legitimidad moral del bando de la paz”. El ex canciller israelí, en tiempos de Barak, publicó -originalmente- este artículo en “The International Herald Tribune”.

Por Shlomo Ben Ami

Israelíes y palestinos han dado suficientes muestras de su incapacidad para llegar a un acuerdo libremente negociado. Sus sistemas políticos (una forma de gobierno palestina fragmentada y en estado de agitación volcánica, y las amplias coaliciones israelíes entre grupos políticos dispares que se neutralizan los unos a los otros y bloquean sistemáticamente la posibilidad de asumir decisiones históricas) siempre corren el riesgo de desintegrarse cuando se enfrentan con los agónicos dilemas de la paz. El informal acuerdo de paz de Ginebra, aunque sea loable, no puede ser entendido como una auténtica alternativa a esta situación.

El Mapa de Rutas y algo más

Hasta ahora, la paz se nos ha escapado no porque los negociadores oficiales hayan fracasado en el planteamiento de fórmulas mágicas, sino porque cualquier fórmula que pudieran haber propuesto hubiera hecho estallar en pedazos sus respectivos sistemas políticos. Ya hemos estado en situaciones así.
Los palestinos y los israelíes necesitan ser salvados de sí mismos. La comunidad internacional no puede permitir que el suicidio colectivo de estas dos sociedades alimente de furia y desesperación a toda la región. La nueva resolución del Consejo de Seguridad de la ONU (que adopta como propia la Hoja de Ruta -o el Mapa de Rutas-) no curará automáticamente las enfermedades políticas que hasta ahora han impedido un acuerdo. Pero podría servir como principio de paz internacionalmente legitimado que no deje salida de emergencia a las partes implicadas. Por lo que respecta al problema palestino, la resolución 242 ya era claramente inadecuada. Hace casi 40 años sirvió como plataforma de paz entre Israel y los estados árabes; la vía palestina era vista, entonces, como colateral respecto a la campaña central.
Sin embargo, se debería ir más allá de la Hoja de Ruta, que es un documento ambiguo abierto a interpretaciones divergentes de las distintas partes. Las ambigüedades constructivas demostraron ser útiles para iniciar el proceso de Oslo, pero se convirtieron en una mina terrestre que explotó bajo los pies de los negociadores del acuerdo final. Por consiguiente, se debe combinar la Hoja de Ruta, como secuencia vinculante de reformas que conduzcan al acuerdo final, con un conjunto de principios precisos sobre los que debería asentarse el acuerdo de paz.

Vías hacia la paz

Los conocidos como parámetros de Clinton conforman dicho conjunto de principios. Estos no respondían al repentino antojo de un Presidente en los últimos meses de su mandato, ni eran un ejercicio de diplomacia independiente y encubierta, aunque alentador, como en el caso del documento de Ginebra.
Los parámetros (dos estados, retirada de los territorios, desmantelamiento de los asentamientos, dos capitales en Jerusalem) establecen un punto de equilibrio cuidadosamente diseñado entre las posiciones que ambas partes mantenían durante los últimos días de la presidencia de Clinton. Fueron oficialmente suscriptos por el Gobierno de Israel y apoyados por la abrumadora mayoría de la comunidad internacional, incluyendo los estados árabes clave.
El apoyo activo de Estados Unidos a una nueva iniciativa de este tipo sería vital. Si se situara al frente de la comunidad internacional en la realización de un vigoroso esfuerzo de pacificación en esta línea, Estados Unidos convertiría el legado de dos presidencias norteamericanas (la Hoja de ruta de Bush y los parámetros de Clinton) en una vía inevitable hacia la paz.
La resolución de las Naciones Unidas deberá ir seguida de un fuerte compromiso estadounidense para forjar una alianza internacional que persuadiera de su aceptación a las partes. Una maniobra así, especialmente si está encabezada por Estados Unidos, no estaría fuera de sintonía con el talante y los deseos de la gran mayoría de israelíes.
El apoyo de Europa y de los estados árabes, clave al plan, ofrecería al liderazgo palestino la legitimidad necesaria para optar por una decisión en lugar de persistir en la desesperada navegación sobre las olas del martirio.