Algunas reflexiones tras la muerte de José Martínez de Hoz

El 2 de abril de Joe

El dos de abril de 1976, seis años antes de que la dictadura militar invadiera Malvinas iniciando su final, el personaje civil más relevante del Gobierno, José Alfredo Martínez de Hoz, anunciaba las líneas del programa económico que llevaba tanto en su formato como en su espíritu, la corriente económica que se empezaba a imponer en el mundo desarrollado tras la crisis mundial desatada en 1973: el neoliberalismo. Una ideología que se instaló para quedarse en la sociedad argentina y que aún hoy forma parte de una importante corriente de opinión centrada en la utopía financiera, antiestatal y contraria a la redistribución de la riqueza.

 

Por Guillermo Levy

En nuestro país, imponer una brutal caída del salario real, desindustrializar, e iniciar el ciclo del endeudamiento externo sólo era posible a punta de pistola, pero la pedagogía neoliberal, exitosa a partir de un goteo retórico constante de tantos expertos, caló hondo en una parte no menor de nuestra sociedad, que ahora podía dar rienda suelta a sus estigmatizaciones previas antiperonistas, antiindustrialistas y antiestatales, integrándolas en un relato serio, racional y que retomaba para sí la idea de progreso y modernidad.

El 2 de abril de 1976 se fue constituyendo de manera sistemática y masiva, una mirada particular según la cual la Argentina, teniendo todo para ser potencia mundial, estaba al borde de la ruina. Una mirada que planteaba que nuestra economía, con tanta riqueza y potencialidad, era constantemente empobrecida por estar aislada del mundo y conducida por un estado populista grande e ineficiente.
También este relato incluye una mirada acerca del supuesto fracaso de nuestra industria: nuestra industria nacional era en 1976 para este discurso, artificial, cara e ineficiente y sólo sobrevivía al calor de la protección estatal más allá de que todos los datos mostraran cómo la industria nacional estaba vital, en crecimiento y con sectores que fuertemente estaban exportando.
Las transformaciones culturales que se implementaron con la represión fueron parte del programa e incluyeron nuestra entrada masiva en el mundo financiero: el plazo fijo y la compra y venta de divisas hizo su ingreso triunfal en la cultura del ahorro y la inversión, desplazando a las formas tradicionales como el terreno, la caja de ahorro o directamente, la inversión productiva. La obsesión por la tasa de interés y la cotización del dólar fue esculpiendo espíritus a  medida que se incrementaba día a día nuestra deuda externa.

El discurso del 2 de abril habla de una Argentina sumida en la peor o una de los peores crisis de la historia, pero al mismo tiempo nos plantea que nuestro país tiene mucho potencial: «recursos humanos y naturales… la calidad de nuestra población, su índice de cultura, su bajo nivel de analfabetismo, la calidad de nuestros profesionales, de nuestros técnicos, de nuestros obreros. La ausencia de problemas raciales y religiosos…»  hasta en esa disgregación final tan progresista, la argentina tiene todo para ser un país rico y moderno como nos enseñaron que fue a principios del siglo XX. Los problemas son para este discurso, la política, las divisiones ideológicas, el Estado que oprime la actividad privada, el exceso del gasto público, el control de precios, de importaciones y el aislamiento del mundo moderno. La inflación, que se había desatado en el año 1975, aparecía por primera vez mencionada como el mal de todos los males de una economía a la que sólo se combatía frenando el consumo y las subas salariales.
Los salarios, reconoce el discurso, son excesivamente altos, y esto no sería malo en sí mismo –razona- pero en «el ejemplo de la torta y los comensales, resulta obvio que si la torta es siempre del mismo tamaño, si un sector desea mejorar su situación (…), sólo lo puede hacer a expensas de otro sector», una verba que apela a la racionalidad económica, al fin de un Estado que garantiza un bienestar ficticio sin crecimiento real a costa de producir una inflación que impide en definitiva un desarrollo sostenible y armónico. La única manera de distribuir es creciendo y ese crecimiento sólo será posible, nos enseñaban, con la entrada masiva de inversiones extranjeras y el ingreso de crédito externo.

La libertad de comercio relacionada con la libertad humana en el comienzo del terror estatal sistemático, se nos plantea como una contraposición a recetas viejas, que dice «quizás sirvieron hace treinta o cincuenta años, pero que pasaron de moda». Claramente lo viejo que pasó de moda son el Estado desarrollista industrial, la economía protegida y el alto consumo sostenido por altos salarios.

Una punta de lanza hacia el presente
Más adelante, Martínez de Hoz nos hablaba de una Argentina dividida: «La Argentina se ha visto sumida en un estéril debate ideológico de ismos con etiquetas estereotipadas, con las cuales algunos sectores han tratado de descalificar a otros (…). Es absolutamente indispensable superar esta situación, adoptando una actitud de gran pragmatismo y considerar y adoptar sin tardanza todas las medidas prácticas requeridas, sin perder tiempo ni esfuerzo en justificar un encasillamiento doctrinario teórico».
¡Cuánta vigencia tiene hoy esta mirada sobre la Argentina que produce las condiciones para que los sectores que la han depredado puedan una y otra vez lanzarse otra vez sobre nosotros!
Martínez de Hoz fue por lo que hizo, pero mucho más por lo que representó. Fue «el civil» de un gobierno lleno de civiles que gestionaron y aplaudieron la muerte y la depredación.

Martínez de Hoz fue un dirigente empresario que representaba la vanguardia empresaria que iba a formatear la nueva Argentina, que él anunciaba en su discurso, y que era expresada en su síntesis personal: miembro de una importante familia de nuestra elite terrateniente, presidente de una importantísima empresa industrial nacional, y con vínculos aceitados con los organismos de crédito y la banca internacional. Expresaba en sí mismo la síntesis del nuevo sector que crecería y que condicionaría la democracia, que sobrevendría una vez terminadas todas las tareas que el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” tan bien definía ya en su nombre.

Sin embargo, tanta tarea histórica lo dejó expuesto a la repulsa general que tantos otros eludieron. La revolución se come a sus hijos, decían en la Revolución Francesa, y parece que las contrarrevoluciones también.

En ese sentido, la muerte física de Martínez de Hoz no debería engañarnos sobre la desaparición de la utopía financiera, antiestatal y antiobrera consolidada en esos años. Hoy entre sus seguidores, que se niegan mezquinamente a citarlo, están los que atacan el gasto público y a los intentos del Estado de poner límites al sector privado. Los que atacan todas las políticas distribucionistas, los que se sienten convocados a defender el derecho de los ruralistas a no pagar impuestos, los que luchan por la libertad de compra y fuga de dólares como si fuese un derecho humano básico, los que gritan que les paguemos a los fondos buitres y nos volvamos a endeudar y los que, sobre todo, quieren que la política vuelva al lugar que la dictadura militar le legó: la gestión pasiva y sumisa de los negocios y los programas del sector privado nacional y extranjero más concentrado.
Lugar de la política que intentaron profundizar en democracia, nuestros sectores de poder económico junto con sus técnicos, expertos, periodistas y lobbistas siempre ajenos a las pasiones de la ideología.
La Argentina del gasto público, de la política y las pasiones, del Estado que intenta ser medianamente autónomo y que amplía derechos, está todavía muy lejos de sus pesadillas y de nuestros sueños; aún así, para los inspirados lejanamente en ese discurso, nuestro país está al borde del precipicio.
El programa de Martínez de Hoz ya no es el programa de una dictadura genocida en ciernes. Hoy constituye sólo un conjunto de miradas sobre la Argentina que conducen a entender nuestros problemas de la misma manera que nos enseñaron, con bastante éxito, a mirarlos nuestras clases dominantes en 1976. Ya no es el programa económico de un genocidio planificado, es sólo la vuelta a la sumisión que nos lleva sí o sí a ese lejano y cercano 2001.