El fallecimiento de Manuela Fingueret: su paso por Nueva Sión

El adiós de Manuela

El autor de este sentido homenaje conoció a la escritora y periodista Manuela Fingueret a través de Nueva Sión. El retorno de la democracia posibilitó la reaparición del periódico y Manuela, invitada por el director, Eliahu Toker, participó desde entonces en la mesa de redacción, donde aportó su bagaje intelectual y el profundo conocimiento de la gestión cultural.
Por Moshé Rozén, desde Nir Itzjak, Israel

Manuela Fingueret traía consigo un rico y variado portafolio intelectual: escritora y periodista de renombre, a los cuarenta años ya había ganado una amplia experiencia en gestión cultural, en el ámbito porteño e inclusive en el nacional argentino, al abrir el gobierno de Raúl Alfonsín las puertas a la difusión artística y literaria hasta entónces clausuradas por el silencio represor.
Nos reuníamos en el subsuelo de Tzavta Centro Comunitario, en aquel momento situado en la calle Junín, a metros de Sarmiento. En las reuniones de redacción, el director Eliahu Toker buscaba el equilibrio entre criterios y expectativas a veces dispares. Manuela bregaba por expandir la inclusión de temas locales, tanto culturales como políticos, mientras que otros compañeros centrábamos el interés en el escenario  comunitario judeoargentino y enfatizábamos la vocación ideológica del periódico hacia Israel y el apoyo a los movimientos israelíes que levantaban banderas de paz y cambio social.
De algún modo, esta tensión precedía a nuestro equipo, diría que nace con Nueva Sión. Desde nuestro primer número, hace 65 años, en marzo de 1948, ya se iniciaba el debate y el deseo de encontrar el equilibrio entre las múltiples preocupaciones que hacen a la razón de ser del periódico.
Con Manuela recuperamos la sensibilidad hacia el entorno social, asumimos que la democracia política no alcanza para poner coto a la miseria. Gracias a Manuela conocimos más de cerca el dolor de familias cuyos hijos quedaron sumergidos en la niebla dictatorial bajo el rótulo de desaparecidos.

Mis padres, como los de Manuela, eran oriundos de Lituania y Polonia: la angustia por seres queridos que no conocimos, aquellos que desaparecieron en las sombras del Holocausto, era motivo de horas de café. Manuela enhebraba el hilo desde la persecución nazifascista en la Shoá en Europa hasta la dictadura militar en Argentina.

Nos volvimos a encontrar al cabo de veinte años, cuando regresé a Argentina como emisario de Israel y colaborador de Nueva Sion.
En octubre de 2006, en vísperas de Iom Kipur, Manuela hizo una brillante y lúcida reflexión sobre su condición judía en un panel que convocó a un público tan numeroso que excedió la capacidad de la sala en Tzavta de la calle Perón.

La última vez  que me encontré con Manuela fue hace cinco años, creo que en «El Olmo», en Pueyrredón y Santa Fé. Manuela estaba entusiasmada con la reedición de sus «Blues de la Calle Leiva» y de «Hija del Silencio» y se aprestaba a publicar nuevas obras.

Las voces de Eliahu Toker y Manuela Fingueret son parte de la melodía judía que se percibe en los pasillos de Tzavta y en las páginas de Nueva Sión.