Renacimiento de la ortodoxia en Argentina

Dos, tres, muchos judaísmos

Ante la proximidad de las elecciones en la AMIA, el autor reflexiona acerca de los múltiples judaísmos que conviven en la actualidad, y del hecho de que más allá de los matices, los mismos conllevan dos formas centrales de ser y educar a los futuros integrantes de la comunidad. Por cierto, muy diferentes una de la otra. Y advierte que tener presente esos aspectos diferenciales es de vital importancia al momento de depositar el voto en las urnas.

Por Ricardo Feierstein

Hacia 1980 tuve una experiencia de aprendizaje que me ayudó a diferenciar distintas maneras de entender (y vivir) el judaísmo. A partir del surgimiento de la corriente judía humanista y secular -en Israel, EE. UU. y Francia- se generó una polémica en el periódico de derechos humanos “Nueva Presencia”, que aparecía bajo la dictadura militar. Escribí allí una nota sobre riesgos y necesidades del judaísmo laico para una comunidad de origen no observante como la judeoargentina. Casi enseguida se comunicó conmigo un joven y ascendente rabino, cercano a la ortodoxia. Solicitó “derecho a réplica”, atendiendo a la línea “progresista” del periódico y al “pluralismo” del que hacíamos gala en nuestra ideología.
Me costó poco convencer a Herman Schiller, que dirigía el semanario, para aceptar el convite. Éramos muy jóvenes y la consecuencia entre palabras y hechos ya formaba parte de nuestra razón de existir. El rabino redactó un texto donde explicaba la imposibilidad de mi propuesta y la desaparición del judaísmo que sobrevendría. Yo respondí a mi vez, el número siguiente. Y él volvió a argumentar sobre mis puntos de vista. Cuatro extensos artículos, desplegados sin inhibiciones.

Teníamos buena relación personal y me pareció útil proseguir nuestro debate. “Ahora -le dije- yo escribiré una nota sobre una temática similar para el periódico de los religiosos y vos la publicarás. Repetiremos la secuencia de diálogo para tus lectores”.
Me observó como si yo desvariara: “De ninguna manera -dijo-. Ni lo sueñes”.
-Pero ¿cómo es eso? ¿No hablamos del necesario ‘pluralismo’ entre judíos argentinos?
-No, no. Vos hablaste. O yo lo mencioné como parte de tu ideología. Ustedes son los pluralistas, no nosotros. Jamás publicaremos en nuestras revistas una sola línea que se aparte del judaísmo raigal.

Pobres y ricos, izquierda y derecha
Recordé numerosas “mesas redondas” comunitarias donde los ortodoxos jamás aceptaron compartir una actividad con alguien que no pensara como ellos. Y entendí, con demora, producto de mi ingenuidad, que efectivamente había, por lo menos, dos judaísmos en nuestra comunidad. O tres, o muchos.
Hablamos desde lugares diferentes. Somos judíos de manera diversa y la “unidad” de nuestra descendencia común es necesaria ante situaciones límites, pero imposible (o irrelevante) en épocas normales.

Mi extrañado amigo Simja Sneh- quien vivió el judaísmo polaco de comienzos del siglo XX, combatió a los nazis y finalmente recaló en Argentina, donde desarrolló una extensa carrera como escritor y activista comunitario- me explicó las dos diferencias fundamentales que impidieron su completa integración durante muchos años.
“La primera fue cuando llegué al país, recién terminada la guerra y con la espina de la Shoá clavada en mi alma. Invitado a dictar una conferencia, me encontré de pronto hablando del terror del que estábamos emergiendo ante un auditorio al que le costaba comprender ese drama, tan lejano en el espacio. Eran solidarios con la tragedia del judaísmo europeo, pero estaban sobre todo preocupados por sus familias y sus negocios. Percibí que no nos entendíamos y eso no se debía a la calidad de mi idish”.
“La segunda cuestión -agregó- es que en Europa los judíos nucleados alrededor de la kehilá (comunidad) éramos los pobres, preocupados por la continuidad. Allá los ricos se asimilaban, no querían tener mucha relación con la sinagoga o el gueto espiritual. Aquí en Argentina es al revés: los judíos humildes se asimilan o no pueden participar y sólo los adinerados están en las instituciones, con lo que ello implica de cuotas, donaciones, filantropía, trabajo voluntario sin retribución. Es una colectividad distinta…”.
Simja no mencionaba un tercer elemento, que quizá siempre estuvo presente, pero que en los últimos años adquirió una relevancia singular: el mimetismo político y la utilización de intereses comunitarios para ser aplicados a otras esferas de acción.

Las recientes idas y vueltas de dirigentes de la AMIA, alrededor de la negociación de la Cancillería argentina con Irán sobre el juicio a los acusados del atentado de 1994, parecen señalar que no alcanza con replicar editoriales de Clarín y La Nación o el extremismo de sectores israelíes, para entender la realidad. El vicepresidente de la DAIA, Waldo Wolff, declaró que “esos tres cambios de opinión en 72 horas se deben a la interna política, en función de quienes les dan las órdenes”. Lo hizo en referencia a la insólita alianza entre rabinos reformistas y el ultraortodoxos.
Contra la opinión de los familiares de las víctimas, del grueso de los integrantes de la colectividad y del sentido común, esta obsecuencia rendida a la derecha macrista, que la utiliza para oponerse a la presidente Cristina Fernández, demuestra que, también frente a la política nacional, hay varias colectividades de judeoargentinos.
Pobres y ricos, derecha e izquierda, oficialistas y opositores. Hum.

Seculares y ortodoxos
En estos días se difunde en internet un reciente documental de la TV israelí sobre el judaísmo argentino. Comienza con un paneo del barrio de Once y dice: “Esto no es Mea Shearim ni Brooklyn. Es Argentina”. Se trata de un video sobre la corriente religiosa de los Lubavitcher (la frase “Maschiaj ya” acompaña toda la proyección, arriba a la izquierda). La casi totalidad del material recorre experiencias educativas y sociales del judaísmo ortodoxo, mostrando grandes y bien dotados establecimientos, asimilación a costumbres argentinas (mate, parrilla y choripanes casher para amenizar reuniones de adolescentes) y un catálogo de este movimiento en Argentina -y en el mundo- durante los últimos años, manejando cuantiosos fondos que permiten adquirir escuelas y propiedades para su accionar.
Pueden hallarse aquí, también, algunas explicaciones a la expansión de una ideología medieval revestida con un barniz de contemporaneidad (desde computación a bailes populares), así como su persistente trabajo con diversas capas de la comunidad, en especial las más jóvenes o bien aquellas confusas respecto a su identidad. Los que han pasado por la experiencia insisten en el marco humano y afectivo de quienes cumplen esta labor misionera dentro de las filas judías.
La (premeditada) habilidad de los hacedores del film intercala -para “equilibrar” la mirada- a un joven filósofo secular, que delinea un modelo de judaísmo totalmente opuesto al anterior. Pero esos brevísimos tramos -que no llegan a cronometrar tres minutos del total de veintiocho que tiene el film, menos de un décimo del total- están recortados e intercalados de tal forma, que sus impecables consideraciones quedan subsumidas en un fárrago de realizaciones y propuestas ortodoxas. Puedo equivocarme, pero esa es la sensación.

Como dicen los psicoanalistas, a la gente hay que dejarla hablar para conocerla. Ya que “no hay hechos, sólo interpretaciones” (Nietzche), observar desde una visión moderna y reflexiva este film es revelador.
Comienza por el sistema de enseñanza: idéntico al de los jedarim polacos y rusos de más de un siglo atrás, hay un maestro que lee en voz alta, línea a línea, los textos clásicos. Los niños repiten a coro, desde los 3 ó 4 años de edad. Tal cual, sin saltearse una coma. No hay elaboración ni pensar propio, tampoco cuando llegan a la adolescencia.
Todo es reiterar lo escuchado hasta el infinito, una monodia chamánica de efecto hipnótico que termina por barrer de las mentes cualquier posibilidad de reflexión personal. Hay afecto de maestros hacia alumnos, pero también manipulación. Nenes y nenas estarán rigurosamente separados y, en la juventud, las mujeres no usarán pantalones ni darán la mano a ningún hombre y caminarán dos pasos detrás del esposo.
Las preguntas a los adolescentes tienen connotaciones cercanas a la instrucción militar, para quienes la recuerdan. Por ejemplo, una voz se jacta, frente a cámara: “Acá pueden decir que nosotros les estamos lavando el cerebro. ¡Que levanten la mano los que crean que es así!”. Remite a la inquisición de un sargento, frente a toda la compañía, sobre si alguno de la tropa está descontento con la instrucción o la comida que reciben del ejército. A ver si aparece algún valiente que dé un paso al frente.

Son reveladoras del grupo social e ideológico al que pertenecen los chicos ciertas respuestas. “¿Ustedes tienen parientes en Israel?” La mayoría contesta que sí. “¿Qué es Israel para ustedes”. Responden: un lugar santo, la tierra donde llegará el Mesías, allí hay cementerios de tzadikim (judíos justos). Ni mencionar un Estado político ni una realización del sionismo. “¿Ustedes irían a vivir a Israel?” y los chicos responden: “Sí, tal como están las cosas aquí en Argentina, ahora, ya no se puede vivir…” o bien: “Sí, porque ahora no se pueden comprar dólares”. Tampoco falta la nota emotiva, sin duda verdadera y legítima: una pareja “regresa” al judaísmo porque una “cadena de oración por el mundo” hizo que se salvara su hijo recién nacido.
Todas estas “formas” modernas, atractivas y con todos los medios técnicos a disposición para transmitir “contenidos” tan rigurosamente dogmáticos, tienen poco que ver, entiendo, con otras formas de ser judío en la contemporaneidad, ligadas a la mente más brillante de la pedagogía contemporánea, Jean Piaget, quien recordaba que: “El principal objetivo de la educación es generar personas que puedan transformar la realidad y no sólo repetir lo escuchado”.

Ante las próximas elecciones en la AMIA, pareciera razonable aceptar que los judaísmos del siglo XXI son múltiples pero, más allá de los matices, hoy se dirimen dos formas centrales de ser y educar a los futuros integrantes de la comunidad. Sería bueno tenerlo en cuenta, antes de depositar el voto en las urnas.
La condición existencial judía requiere no recibir esa herencia cultural sin beneficio de inventario. Prefiere elegir. Tener la posibilidad de optar por los profetas bíblicos, antes que por los reyes y sacerdotes de su tiempo. Así de simple.