Reflexiones en torno a los incidentes del 21-12-2012

El saqueo y sus circunstancias

El autor de esta columna plantea las diferencias entre los saqueos que se produjeron este año con los de diciembre de 2001, y desarrolla una interesante comparación con el más grave de los saqueos de las últimas décadas en Argentina: el desguace del Estado que se produjo durante el ciclo privatizador de la década del ’90.

Por Mariano Szkolnik

Los saqueos, de los cuales hemos tenido noticia en varias ciudades del país durante los últimos días, siempre despiertan preguntas, estremecen y descolocan al observador. Como todo evento de magnitud, requieren de una precisa logística: planificación, comunicaciones, desplazamientos y articulación de actores. El saqueo no deja de ser un evento, una “contingencia organizada. Discutir por el supuesto carácter espontáneo o planificado de los actuales atracos, o señalar el conjunto de fuerzas que operan en la penumbra, habilitando el asalto a tal o cual supermercado en ésta o aquella localidad, excede el objeto de esta columna.

Televisación y Barbarie en las pampas argentinas
Los saqueos y la televisión forman una pareja perfecta. La tele adora las escenas de violencia, anomia y descontrol, se engolosina con los encapuchados cargando plasmas y LCD, goza de la consecuente represión, gases y corridas. Transmitido en vivo y en directo, pinta el ethos universal del saqueo. Con micrófono en mano, el cronista televisivo imputa palabras a esas desordenadas imágenes: reprocha a los saqueadores el hecho de actuar en una delgada línea, que es la que separa la necesidad básica insatisfecha del delito contra la propiedad. Los hambrientos, dice y supone, deberían procurarse alimentos. En vísperas de Navidad esperaría verse un hormigueo incesante de personas que, pisoteando una desvencijada cortina metálica, entran y salen del supermercado cargando panes dulces, garrapiñadas y sidras. Cualquier otro bien adquirido por ese medio, es robo. Desconoce el movilero la lógica del saqueo, que es la del “vale todo”: solo un tonto se llevaría diez kilos de arroz, pudiendo hacerse del mismo peso en teléfonos celulares de última generación. En el saqueo hay que cargar lo más valioso, en la cantidad que permitan los brazos.

Sin duda, el saqueo es descarnado, grafica a la barbarie sin mediar metáforas. Conmueve las bases sobre las cuales se asienta el orden social vigente, sin por ello proponer cambios radicales o modelos alternativos. Quizás esa sea su potencia, y el motivo principal para que se le de uso político, aún cuando se lo presente como espontáneo y apolítico, fruto de la desesperanza de los humildes.

Cultivando un caldo
Que persisten ámbitos sociales en donde la pobreza hace mella es un hecho reconocido, inclusive (y sobre todo) por el propio gobierno nacional. No se trata de aquella administración necia y criminal que cayó hace exactamente once años con la mecha disparada por los sucesivos ajustes fiscales (recortando salarios nominales a docentes, estatales y jubilados), el corralito y los saqueos. Por el contrario, en estos años el Estado ha asumido un rol activo en la distribución del ingreso, sea entre capital y trabajo (vía negociación paritaria), incorporando al régimen jubilatorio a adultos mayores antes excluidos, y universalizando las asignaciones familiares hacia los trabajadores informales y desocupados.
Los saqueos de hoy se inscriben en el llamamiento a la desobediencia civil que promueven sectores de poder tradicional desde las páginas y pantallas de Clarín y La Nación. Imposibilitados de recuperar el control del gobierno por vía electoral, recurren al curioso eslogan “saqueo y cacerola, la lucha es una sola”, endilgando toda la responsabilidad de la violencia callejera a la máxima autoridad ejecutiva.

El saqueo mayor
Los asaltos a los supermercados palidecen frente a los grandes saqueos organizados “desde arriba”. A veinte años de iniciado el ciclo de privatizaciones, es innegable que un sector social minoritario fundó o consolidó su poder por medio del desguace del Estado, la apropiación privada del patrimonio nacional, el endeudamiento descontrolado y sin otro objetivo que realizar rentas por vía de la especulación financiera, y la condena a la miseria y la desocupación de millones de personas.

A diferencia de los recientes asaltos, aquel extendido saqueo ocurrió bajo mecanismos menos directos, o quizás menos visibles. Por su magnitud, alcances y efectos, no se concentró en un punto del espacio y el tiempo, quedando deliberadamente oculto al lente de la cámara de televisión, o peor, al conjunto de sus perjudicados. Por eso es fue tan fácil negarle el carácter de “saqueo”: no hubo encapuchados, sino señores de alto prestigio social haciendo “legítimos negocios”.
Como en tantos otros fenómenos, lo esencial es invisible a los ojos.