A exactos sesenta y cinco años de que la Asamblea General de Naciones Unidas votara la resolución 181 que recomendaba la partición de Palestina para crear un Estado judío y otro árabe, este mismo organismo aceptó elevar el estatus de Palestina a “Estado observador no miembro”. La decisión, fuertemente criticada por Israel y los Estados Unidos, podría sin embargo ser también una pequeña luz de esperanza en el empantanado conflicto. Sesenta y cinco años atrás, los palestinos, junto a cinco ejércitos regulares árabes, juraron borrar del mapa al flamante Estado de Israel. Mucha sangre, más que agua, corrió desde entonces bajo el puente, pero la actualidad exhibe a un presidente palestino, Mahmud Abbas, elevando discursos ante la ONU en los que hace referencia a un Estado Palestino con fronteras bajo la línea de armisticio de 1967. Esto, y aceptar de hecho la existencia del Estado de Israel, tiene un sonido muy similar.
Cabe entonces interrogarse las razones por las cuales el gobierno derechista, pero también pragmático, de Netanyahu no ha apoyado esta declaración, allanando aún más el anhelo de la mayor parte de la sociedad israelí, este es un Estado judío y otro árabe que acepten su existencia mutua. Más aún, cuando ya no solo el partido de izquierda Meretz, sino también un ex primer ministro proveniente de la centroderecha, como Ehud Olmert, se manifestaron críticos de la decisión del actual gobierno israelí de no acompañar el pedido de Abbas.
Netanyahu afirmó en más de una oportunidad que su gobierno vería con buenos ojos la creación de un Estado Palestino, -lo cual también marca una evolución en la derecha israelí-, pero bajo las negociaciones de paz estipuladas por los acuerdos de Oslo, y no bajo la decisión unilateral de la Autoridad Palestina. La letra fría, y en gran parte ya casi muerta, de Oslo, parece ser en realidad la versión oficial para el permanente retaceo de Netanyahu a forjar acuerdos con Abbas. El hecho de que el mismo presidente palestino haya mantenido negociaciones con la organización terrorista Hamas que gobierna la franja de Gaza, fue en su momento esgrimido por Netanyahu como una buena razón para mantener desconfianza hacia su gobierno, bajo la suposición de que Abbas podría estar realizando un magistral movimiento de piezas que lo posicionaría con una mejor plataforma para un eventual ataque, con asistencia iraní, hacia Israel.
Give peace a chance
El mismo Abbas que realizó acuerdos con Hamas –obligado por la coyuntura o no-, es el que también se encuentra librando una batalla diplomática, -a todas luces más civilizada y preferible que una batalla bélica-, el que, tal como se señaló, hace referencia a las fronteras del ‘67 reconociendo en los hechos la existencia de Israel, el que afirmó que no permitirá el estallido de una tercer Intifada, o el que ha logrado controlar el terrorismo en la Ribera Occidental, incluso frente a los desplantes de Netanyahu a través de la continuidad en la construcción de asentamientos. Por lo tanto, la extrema desconfianza que esgrime Netanyahu, puede ser cuanto menos puesta en cuestión. Y aun cuando tuviera la capacidad de ver lo que otros no ven, ¿en qué hubiese afectado a Israel el apoyo a la declaración Palestina? Por empezar, ya se sabía que Palestina obtendría el visto bueno de más de 130 de los 193 países miembros de la ONU. También, que en los hechos, difícilmente en los próximos años el cuadro actual pueda verse sensiblemente afectado a raíz de la declaración, y que la posibilidad de que la Autoridad Palestina pueda peticionar ante la Corte Penal Internacional suena tan legítima como el derecho de Israel a hacerlo para el caso de que vuelva a ser agredido por algún país árabe.
Pero en cambio, un apoyo israelí, posiblemente hubiera permitido hacer, aunque más no sea menos tenue, la luz de esperanza. Sucede que, en los hechos –y especulaciones político- electorales al margen-, el apoyo israelí a la declaración palestina hubiera permitido que la estrategia radical y asesina de Hamas quedara debilitada frente al reforzamiento de la moderada de la Autoridad Palestina llevada adelante por Abbas; que el compromiso de los palestinos por aceptar, al fin, la existencia de Israel hubiera sido cuanto menos algo mayor (habida cuenta del apoyo israelí a la declaración palestina de ser un Estado observador no miembro), y “last but not least” (por último, pero no menos importante), que el mundo comprobara el anhelo que hoy es mayoritario en la sociedad israelí, que tal como se señaló es la existencia de un Estado palestino pero que acepte al de Israel. De lo que se hubiera tratado, en definitiva, es de haberle dado una mayor oportunidad a la paz. Mayor oportunidad que, de no ser aprovechada, no hará más que regresar la situación al statu quo viejo y conocido.