Acto de las instituciones comunitarias en apoyo a Israel

El 8N por la Paz

Con propuestas tan disímiles como la gente que participaba, el 22 de noviembre se llevó a cabo la convocatoria de la comunidad judía argentina en apoyo a Israel. Con ácidas críticas al desarrollo de la manifestación, el autor da cuenta de un encuentro al que define pleno de propaganda pero falto de profundidad conceptual.
Por Eial Moldavsky

Un jueves, a las 19 horas, en pleno barrio porteño de Once y con la calle Viamonte cortada, daba la sensación de que de lo último que tendría ganas la gente es de pedir por la paz. Pero, es sabido, la comunidad judía nunca se ha caracterizado por la sabia elección de lugares estratégicos a la hora de instalarse.

Una vez allí, el primer impacto fuerte fue ver la calle colmada de gente. No esperaba semejante convocatoria, con una comunidad judía argentina que hoy en día se caracteriza más bien por su merma en reclamos más que por su participación activa. Lo segundo que me llamó la atención fue la cantidad de gente con kipá. Tiendo a pensar que si participo en movilizaciones por Israel donde mucha gente lleva kipá, estoy en el lugar equivocado. Y este no iba a ser la excepción.
Comencé a abrirme espacio entre la gente. Los chicos de seguridad no me hicieron muchas preguntas cuando dije que era de prensa, y el tener una cámara en mano más una mochila impuso el respeto suficiente para poder pasar sin mayores problemas hasta el escenario, donde todo se podía ver con mayor claridad. Las propuestas partían de Israel por la paz y viajaban desde allí, hacia Hamas, hacia Siria, hacia los misiles y los medios de comunicación. Una verdadera reunión de gente indignada porque se critique a Israel en sus ataques. Nunca me cerró mucho esta idea del “derecho a defenderse” y creo que estas marchas se terminan transformando en algo lineal. No es más el ’48, cuando Israel era verdaderamente atacado para poner fin a su existencia. Hoy la situación es diferente y los oprimidos son otros. No justifico la violencia de Hamas. Pero tampoco soy tan ingenuo de creer que Israel no tuvo nada que ver en este proceso. Esto no empieza en el primer misil disparado a principio de año.

El único discurso del acto estuvo a cargo de los jóvenes de la comunidad quienes, con gran soltura, aseguraron representar a la juventud judía argentina es su totalidad. El problema de poner consignas y de dar discursos con miradas es que segmenta. Para bien o para mal, segmenta. Y te identifica o no. Todos nos identificamos con la paz, con Israel. Pero el siguiente paso ya es hacia un lugar, con una mirada. Y ahí, divide. Es en ese momento en que el discurso deja de ser de toda la juventud y pasa a apropiarse, a identificar, a quienes lo crearon, quienes lo escribieron y los que lo apoyan. El todos estaba de más.

El público era tan disímil como sus pancartas. Apenas se pudo visualizar, a lo lejos, un pequeño cartel del Hashomer Hatzair que criticaba a Netanyahu y pedía un Estado palestino hermanado a Israel. Del resto, sólo rechazos y reproches a los vecinos y la campaña mediática. Una típica marcha con base en la centro derecha. Si bien el origen estaba en la paz –generalidad que les permitió convocar mucha más gente que la que se hubiera movilizado en el caso de decir, verdaderamente, cuál era la intención política- el desarrollo terminó siendo mucho más acorde a lo que es la comunidad judía local-institucional: un conjunto de representantes conservadores, con poco interés de cambio y mucho lugar común.

La convocatoria finalizó con tranquilidad algunos tantos minutos antes de las 20. Tras cantar ambos himnos, el locutor invitó a finalizar el acto. Allí se mezclaron algunos gritos pidiendo por Timerman y en contra del terrorismo. Saqué algunas fotos más y empecé a caminar con la amarga sensación que tiene uno cuando no está completo, cuando siente que algo faltó. La tristeza de pensar por qué no son otras las ideas, otras personas, las que movilizan esta gente y estos medios. El sabor agridulce de haber sido parte, de haberle dado entidad a una convocatoria con un origen sano pero un desarrollo típico, lejano al cambio y a la crítica constructiva, cercano a lo que tanto reprochan: la propaganda mediática, sólo que de este lado.
La convocatoria, el discurso, los gritos: todos fueron pancartas. Llenas de ruido pero vacías por adentro, flacas, sin posibilidad de ver más allá, de pensar hacia el futuro. Carteles difusos, pedidos disímiles, grandes generalidades, mucha abstracción y poco contenido: un verdadero 8N por la paz.