Adelanto de las elecciones en Israel

A votar que se acaba el mundo…

Hasta hace algunas semanas el gran tema en las charlas de café era Irán: nuestro Primer Ministro dibujó un alarmante porvenir, graficado, en su alocución ante la ONU, por la mecha de bomba iraní.
Netanyahu desplazó de los titulares al peligro persa, al imponer otra agenda, la electoral, eventualmente con el mismo eje –la estructuración de un trasfondo político propicio para enfrentar la amenaza nuclear de Teherán- pero, obviamente, los reflectores cambian de ubicación: ¡A votar se ha dicho!

Por Moshé Rozén

Los comicios –programados para el próximo 22 de enero- guardan relación con el discurso en las Naciones Unidas: según las encuestas, el premier obtuvo la aprobación de una amplia franja de ciudadanos y goza de 30 mandatos, que le otorgan una sólida plataforma para constutir una cómoda coalición.
Si Netanyahu no convocaba, entonces, a elecciones en el corto plazo, la simpatía del electorado se iba a enfriar y el clima político registraría el descontento ocasionado por las dificultades económicas, los problemas de vivienda y trabajo, un malestar ahora eclipsado por el foco atómico iraní.
A esta evaluación, el Primer Ministro –seguramente- añade otra, no menos importante: hoy por hoy no se perfila ningún oponente de calibre; o sea: no faltan candidatos rivales dueños de capacidad y ambición, pero carentes del sustento electoral imprescindible para conformar gabinete. La mayoría de los partidos, inclusive el Likud gobernante, aspiran a ocupar la franja de centro en el mapa partidario, despegándose de la etiqueta derechista que ostentaban en anteriores contiendas.
Netanyahu disfuta –también- del estrepitoso derrumbe del partido Kadima: cada día se producen  nuevas deserciones en el partido que fundara Sharón y sus líderes tienden a regresar al nido materno del Likud.
Desde la izquierda, sigue vigente el dilema, emergido hace ya cuatro décadas: los electores acuciados por la brecha social y económica no son –mayoritariamente- los mismos que se inclinan a proyectos de paz que suponen renuncias territoriales. Inversamente, un vasto sector de votantes de los estratos altos defienden programas neoliberales pero abogan por radicales iniciativas de paz. Este sería el motivo por el cual el Parido Laborista de Shelly Iejimovich se abstiene de concretas definiones sobre el conflicto palestino-israelí, centrando su arco en la flecha social, la lucha contra la pobreza y la marginación.
Meretz asume ambos desafíos: la batalla por el cambio social y la promoción del diálogo hacia acuerdos de convivencia, pero –como queda señalado- se trata de carriles paralelos, de códigos políticos arraigados en fraccionamientos de origen étnico y cultural, de difícil resolución en campaña electoral.

Un eventual bloque de centro, que proclame nítida oposición a Netanyahu, conquistaría –dicen las encuestas de estos días- más de 22 escaños (sobre un total de 120), aproximándose así al número alcanzado por el Likud.
El laborismo, por su lado, alcanza ahora 18 mandatos.
Pero el termómetro electoral –como se sabe- puede anotar modificaciones sustanciales por múltiples circunstancias: por ejemplo, si la escalada bélica de los grupos islamistas de Gaza enciende un conflicto mayor, como sucedió en vísperas de los comicios anteriores, o –peor todavía- si los cruces verbales entre Teherán y Jerusalén desencadenan una conflagración total.