Jorge Lanata, la nueva estrella de la derecha argentina

Periodismo para todos

A lo largo de la historia, los sectores dominantes se valieron de diferentes estrategias comunicacionales y políticas en pos de defender sus intereses y mantener sus privilegios. El nuevo milenio los encuentra sin intelectuales ni voceros propios de fuste, aunque sí han logrado reclutar para sus huestes a un ex progresista de narcisismo sorprendente, que está en camino a convertirse en el nuevo Bernardo Neustadt del periodismo argentino.

Por Guillermo Levy

La derecha argentina, tanto política, religiosa como económica, ha tenido a lo largo del último siglo intelectuales orgánicos que han sido importantes espadas en contra de cualquier avance popular, ya sea a través de un gobierno que decide asumir un programa de acción diferente al de simplemente gerenciar los intereses del poder económico, o para enfrentar cualquier tipo de organización popular que amenace con desbordar los márgenes de la vida política y social que nuestros sectores de poder deciden delimitar.
Álvaro Alsogaray, Mariano Grondona y Bernardo Neustadt son ejemplos de los intelectuales orgánicos más eficientes en la transformación cultural de nuestra sociedad posterior a la dictadura. Lenta pero incansablemente fueron ayudando a dinamitar lo moderadamente independiente del gobierno de Raúl Alfonsín; y fueron las voces lúcidas, implacables y templadas que, a la hora del desastre de la hiperinflación y la confusión de 1989, le dieron a la Argentina la salida neoliberal, ayudando a que entendamos la entrega del patrimonio nacional, la apertura indiscriminada, la desaparición del Estado regulador, la dolarización de la economía, la impunidad de los genocidas y la subordinación a los EE.UU. y a los organismos internacionales, como las únicas medidas posibles para una Argentina, a la que presentaban en vías de extinción, pueda reinsertarse al mundo moderno.

Antonio Gramsci, el genial comunista italiano, nos invita a pensar a los intelectuales, no como generalmente se los piensa en tanto y cuanto eruditos o especialistas en algún tema, sino en cuanto a la función social que cumplen. El intelectual para Gramsci no es el que sabe mucho o poco de algo sino el que tiene la capacidad de incidir en la realidad, de crear «sentido común», un conjunto de construcciones sobre la realidad social que determinan nuestras posiciones y nuestras acciones.
Los intelectuales, y especialmente los intelectuales orgánicos de una clase social o de un régimen, son creadores de sentido común, los que lo moldean y explican la agenda política del momento, siendo fundamentales en el devenir político de las sociedades modernas.

A fines de los ‘90, ya con la convertibilidad sólo sostenida con endeudamiento externo Estatal para garantizar la fuga de capitales, muchos economistas, representantes de consultoras financieras y periodistas financiados por empresas y bancos que hoy braman contra el gobierno, ayudaron también en esa función de explicar y encolumnar a una buena parte de la sociedad acerca de los peligros de salir de la convertibilidad y las bondades de la estafa del Blindaje y Megacanje de la deuda que gestionó De La Rua y que seguiremos pagando por muchos años.

La derecha conservadora en Argentina ha tenido y tiene un problema grande: desde la Ley Sáenz Peña, de 1912, que implicó la primera gran apertura política del país, no han podido ganar elecciones limpias: golpes militares, fraudes o bien disciplinando a gobiernos elegidos por el voto popular, han sido su modus operandi. Con la única excepción de la reelección de Menem en 1995 y la elección de De La Rua en 1999, nunca las mayorías populares han convalidado con el voto un programa de gobierno de nuestras clases dominantes, independientemente de que muchos gobiernos luego lo llevaran a cabo. Esto explica gran parte de nuestra conflictividad política.
Sin embargo, una parte no menor de nuestra población apoyó la dictadura militar, disfrutó y avaló el saqueo en los ‘90 y hoy se siente en las antípodas de este gobierno, por lo que tiene de bueno o por sus flaquezas. Después de la explosión del 2001 y del proceso abierto en el 2003, la derecha argentina quedó sin referentes políticos y mediáticos. Allá lejos queda Bernardo Neustadt, el genial inventor de «Doña Rosa», con la que popularizó el programa de gobierno de los grupos económicos y el capital financiero. Hoy está desprestigiada toda la dirigencia política que pugna por gerenciarlos. Duhalde y Menem en su final, Carrió extinguida, y referentes coyunturales como Blumberg que se deshicieron solos. La derecha argentina, antinacional, fugadora de capitales, genocida y antipopular no puede mostrarse demasiado, pero esta vez tampoco tiene referentes políticos ni intelectuales orgánicos que le produzcan consenso.

Con el 54% de votos de Cristina Fernández en el 2011, a la derecha sólo le quedaba la esperanza a mediano plazo de un Macri, muy por debajo en sus condiciones de la enorme tarea necesaria, o un De Narváez que perdió en minutos su capital político. Algunos dirigentes agropecuarios se lanzan a la epopeya pero son poco presentables.

La inflación y la inseguridad son hoy sus dos armas principales para horadar al gobierno.

En Sudamérica la tarea de los sectores de poder, siempre ocultos detrás de sus intelectuales y voceros, y reclutando gran parte de las clases medias, trabaja arduamente para derribar gobiernos populares.
Intento de golpe a Chávez en el año 2002, a Correa muy recientemente, golpe en Honduras y destitución de Lugo en Paraguay.
Recientemente, la derecha argentina que no tiene ni una Angela Merkel como en Alemania, ni un Capriles como en Venezuela, sólo cuenta con pequeños corruptos, serviles y desprestigiados, encontró provisoriamente a su intelectual orgánico para esta etapa.
Encontró el Bernardo Neustadt del siglo XXI. No es un servil pero creador como aquél, éste es sólo servil, pero es buen reproductor de estigmas clasistas, racistas y de sentidos comunes antipopulares tan arraigados en nuestra clase media que cree que encontró la política en la antipolítica.

Este nuevo intelectual estrella de los que no pueden salir a la luz, no busca las falencias y contradicciones de esta etapa para ayudar a una reflexión más crítica y profunda de nuestra realidad social sino para empobrecerla.

Este hallazgo es importante. No es un conservador, no es un procesista ni un menemista. Este nuevo intelectual orgánico tampoco es un típico converso arrepentido. Se sigue considerando progresista y eso lo hace mucho más potente. Es el progresista que denuncia al falso gobierno progresista.
Muchos estaban esperando sin saberlo, sentían la tensión de odiar todo lo que viene del gobierno, pero sin querer sentirse identificados con los que quedaron en el rincón de la vergüenza a partir del 2001.

Ahora no hay que ponerse la ropa ni de Menem ni de Videla para recostarse tranquilo en los brazos de nuestras clases dominantes, nuestro periodista estrella nos permite ese pase mágico, para que tantas conciencias que tenían esa pequeña tensión se sientan habilitadas para encolumnarse en la batalla que asume diversas caras pero que es sólo una batalla por la vuelta al país tranquilo de políticos gerentes de los poderosos.

La AFIP que persigue a evasores en el país vanguardia mundial de la evasión y la estafa al Estado la bautizan como la «Gestafip», los militantes de la Cámpora se convierten en las «Juventudes Hitlerianas», y el saludo de los militantes sociales de la Tupac Amaru demuestra que son hordas fascistas.
Los usos y abusos del nazismo como la calificación más depredadora que se pueda hacer a partir de la subordinación de cualquier fenómeno histórico a la banalización estética, junto a la pobreza de pensamiento vestida de crítica a la realidad, permite a la derecha vestirse de democrática.

Nuestras clases dominantes, junto con sus jueces, periodistas, dirigentes sindicales y políticos, no quieren reformas, no quieren política en manos de las mayorías, no quieren autonomía estatal, no quieren distribución del ingreso, no quieren democratización de los medios, no quieren desarrollo, no quieren el fin de la impunidad de sus salvadores, ni quieren fuerzas policiales subordinadas al poder civil. Tampoco quieren recursos naturales en manos del Estado, ni desendeudamiento.

La novedad es que no tienen a un Neustadt golpista ni a un periodista y académico propio como Mariano Grondona. Lograron el pase, sin triangulación en un paraíso fiscal, de un de ex progresista con un narcisismo llamativo. Sin dudas, una pieza importante para reclutar tropa disponible, para horadar y debilitar.
Por suerte, en Argentina ya se vio que la historia no se juega sólo en los medios de comunicación.