El jueves 13 pasado, sectores de las clases medias urbanas ganaron la calle nuevamente para protestar contra el gobierno sin esgrimir una consigna clara, más allá del particular encono que les genera la figura de la presidenta. Articulando discursos encendidos en pasiones, dieron cuenta de su existencia entre el tintinear de sus cacerolas. Entre todos los aspectos que pudieran analizarse, quisiéramos proponer un recorte que arroje luces sobre lo sucedido aquella noche.
Entre las imágenes registradas, pudieron verse unos carteles con la cruz esvástica rotada 45 grados, inscripta en un círculo blanco sobre fondo rojo: inequívocamente se trató del símbolo utilizado por los nazis, la insignia oficial del partido. Debajo del símbolo, el nombre “Cristina”, con la “S” de las Schutzstaffel de Himmler, en formato rúnico.
Se esboza allí una clara representación gráfica de la tesis expuesta por Marcos Aguinis en el diario La Nación el 21 de agosto, según la cual el actual gobierno espeja al régimen nazi, pero aún peor, ya que “al menos” las Juventudes Hitlerianas, “por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin”. No puede decirse lo mismo, sigue Aguinis, de los jóvenes que militan en el kirchnerismo, ya que “han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la Nación”. Luego, alguien con manejo de programas de diseño gráfico, tomó la idea y compuso esos abyectos estandartes que desfilaron y dieron marco a los manifestantes.
A cargo del canal noticioso TN, la transmisión oficial de la manifestación mostró también a un festivo Sergio Bergman saltando y cantando entre la multitud, acompañando consignas denostativas hacia la figura presidencial y los sectores que apoyan su acción de gobierno. Desde su sitio en internet, Bergman más que oscureció su participación al desmentir que “lo que se cantaba era ‘el que no salta es un negro K’, la gente cantaba ‘el que no salta es K’. Jamás canté ni voy a cantar nada que agravie a otro que no piensa igual”. Casi de soslayo, el rabino expuso su apreciación sobre la inocultable simbología nazi: “La gente de manera espontánea tuvo expresiones espontáneas (sic), algunas no fueron las correctas. Repudio enérgicamente la presencia de esvásticas en la marcha”.
No llama la atención la presencia del legislador de PRO, para quien la enemistad hacia el gobierno justifica cualquier alianza, por más reaccionaria que ésta fuese. En cambio, de un rabino, debería esperarse otra actitud muy distinta: plantear preguntas, exponer contradicciones, orientar con sabiduría. El repudio que se imposta, se anula con sus efectos. No alcanza con condenar la presencia de esvásticas, o tomarlas como un dato anecdótico o folclórico, sin mayor trascendencia en el contexto de una “manifestación espontánea”. Es necesario analizar el sentido de ese símbolo, el único presente en una manifestación realizada “sin banderías políticas”.
Hay un continuo entre la política y la violencia, bien sea física o simbólica. La corriente de indignación que insufla los ánimos de esas masas pierde la pulseada al arrojar por la borda todo argumento lógico, suplantándolo por los más ofensivos insultos. Las esvásticas fueron eso: un insulto. No a Cristina Fernández, no a “los K”, sino a los que perecieron bajo la bandera del nacionalsocialismo alemán. Bergman y Aguinis lo saben, y callan, y otorgan.