Ante el uso espurio de comparaciones con el nazismo

La metáfora del Nazismo y la analogía del doctor Aguinis

El editorial de Marcos Aguinis en La Nación del 21.8.12, suscitó diversos comentarios, repudios y manifestaciones de solidaridad, a partir del párrafo en el que el columnista hace referencia a la “analogía con las Juventudes Hitlerianas”. El propio Aguinis difundió una misiva en la que rechazaba los términos de las críticas a su nota, a las que identificó con “ignorantes y perversos” y lamentó la penetración de la denostada “ética kirchnerista” al seno mismo de la comunidad judía. En esta nota, nuestro columnista ensaya una lectura crítica del texto de Aguinis, a la vez que se pregunta por los usos políticos de la “metáfora del Nazismo”, y la función que ésta cumple en el contexto ideológico al que Marcos Aguinis interpela.

Por Yoel Schvartz

De un caballero que ha publicado una treintena de libros en los temas más diversos, que ha investigado con pasión exhaustiva desde la vida de Trotzky cuando aún era Lev Bronstein hasta las condiciones de vida en las cárceles de la Inquisición en Perú, de quien nunca podría decirse que no se toma a serio la tarea investigativa previa a la escritura, o que no talla sus textos con laboriosidad y cuidado, no podría decirse tampoco que ha cometido una chambonada. De la pluma de Marcos Aguinis se ve pueril la disculpa de haber escrito “dos párrafos poco claros”, sobre los que, para peor, se han abalanzado los buitres kirchneristas y sus adláteres comunitarios para acusarlo de comulgar con la peor de las barbaries. “Quienes me atacan son ignorantes o perversos” escribe el Dr. Aguinis en su descarga, manteniendo la línea en el mismo nivel en el que la baja en su nota de La Nacion. Ya que en definitiva el veneno al que alude “El veneno de la épica kirchnerista”, el veneno que esa “épica” del resentimiento, articulada en el odio y el escrache,  ha inoculado en la sociedad argentina es en efecto una mezcla de ignorancia, perversidad y cinismo. De aquí que la nota de Aguinis funciona como una precisa divisoria de aguas: si esa es la matriz de la “épica kirchnerista” apoyar esa épica solo puede ser tarea de ignorantes, de perversos, de cínicos o de alguna combinación alquímica de estas tres posibilidades.

Hasta aquí, nada nuevo. Por repulsivo que nos parezca a algunos, esa es la prosa que marca la línea editorial del diario La Nación.  Caracterizar a quienes comulgan con “el modelo” o “el relato” como “blogueros a sueldo” (estos serian los cínicos) o “legión de autómatas” (estos serian los ignorantes. Y los perversos queda claro quiénes son a lo largo y a lo ancho de todo el tabloide). La novedad del artículo de Aguinis, el “párrafo poco claro”, no estriba en su denostación de lo K, sino en la apelación a una simbología especifica. Y la forma en que esa simbología interpela a los lectores de La Nación.

La cita ha sido expuesta y sobre-expuesta, discutida hasta el cansancio en foros virtuales, y ha motivado apologías y rechazos igualmente previsibles. Volvamos sin embargo una vez más sobre ella: Las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y La Cámpora, y El Evita, y Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la Nación.
Nótese en primer lugar el siniestro ejercicio literario del autor de La Cruz Invertida. Si en la primera frase las fuerzas de Milagro Sala aun gozan del beneficio de la duda y su carácter paramilitar es puesto entre signos de pregunta, en la tercera frase encontramos sin ninguna reserva a los “actuales paramilitares kirchneristas”. Picardías de un narrador omnisciente, si esto fuera un taller literario. Solo que en el medio entre el beneficio de la duda y la fuerza de la afirmación están las Juventudes Hitlerianas. ¡Pavada de presencia  ha elegido el Dr. Aguinis sacar de su caja de herramientas!
En segundo lugar, veamos cómo se llega a las Juventudes Hitlerianas. Resulta que unas “fuerzas” (palabra que de inmediato remite, sobre todo en la Argentina, a lo militar) provocaron analogías. El Dr. Aguinis se esconde detrás de ese «provocaron», como si nos estuviera informando de un evento de pura materialidad. Las lluvias provocaron daños, los ajustes provocaron protestas y las fuerzas provocaron analogías. Pero una analogía no tiene nada de material, es pura y dura construcción cultural. Un fenómeno social nunca provoca una analogía sin la intermediación de un sujeto que sabe. Para que esa analogía sea posible hay que saber algo de las Juventudes Hitlerianas. Ese saber no es nunca inocente. Ese saber sobre un pasado especifico, el pasado del nazismo, es, parafraseando a un viejo poeta, un arma cargada…

La metafora del nazismo
Existe una (por momentos agobiante) discusión sobre la “Unicidad de la Shoa”. En su formulación más radical, el mal encarnado por el nazismo y materializado en Auschwitz constituye un mal absoluto, un mal que excede a priori cualquier intento de comprensión humana y de ininteligibilidad histórica. Acaso esa haya sido el significado de la exclamación del escritor Iejiel Dinur en su testimonio en el proceso a Eichmann: «¡Auschwitz fue otro planeta!».

Una afirmación menos radical sostiene que la Shoa, en tanto evento histórico, no admite comparación con ningún evento histórico pasado, presente o futuro. Los historiadores contemporáneos han abandonado esta línea de pensamiento. Sin embargo, ella sigue gozando de prestigio en la cultura de masas. A pesar de que las investigaciones contemporáneas aluden a la complejidad de perspectivas del régimen nazi, a la multiplicidad de intereses que se conjugaron alrededor de la figura de Hitler y a los procesos que llevaron a la Solución Final, en la cultura de masas el nazismo aun es visto como la dinámica demoníaca entre un líder desequilibrado, resentido y carismático y una sociedad hipnotizada y obediente.
Esta visión invita a imaginar el Nazismo como una otredad absoluta, como aquello tan absolutamente único e irrepetible que se torna completamente ajeno al mundo que vivimos. Para esta visión, ser nazi es una patología, y por lo tanto las personas normales no son nazis. Y esto a pesar de que si algo nos enseña la investigación sobre el nazismo es que precisamente sí, las personas normales, de acuerdo al criterio de normalidad que se estableció bajo el régimen cultural nacional-socialista, eran nazis. Algunos eran nazis convencidos, otros eran nazis dubitativos y otros eran nazis cínicos que hubieran encontrado su lugar en cualquier otro régimen. El mapa de la normalidad, en la Alemania Nazi, lo cartografiaba el doctor Goebbels. Los anormales eran los no-nazis, como el personaje autobiográfico de Solo en Berlín, de Hans Fallada.
Pero en el campo simbólico de la cultura de masas, estas perturbadoras conclusiones no penetran. En ese campo, el nazismo opera como barrera entre lo normal y lo patológico, la disidencia aceptable y el fanatismo ciego, el poder legítimo y el totalitarismo más avasallador. Uno se siente tentado a ver en esta visión una victoria pírrica de la memoria de la Shoa. Si las imágenes de la Shoa se han incorporado al imaginario universal (que es, todavía y esencialmente, el imaginario de la cultura de masas occidental) al precio de obliterar el carácter histórico y por lo tanto universal de las condiciones de posibilidad del nazismo, estamos en un problema. Si el precio a pagar por la cristalización de esa memoria sea relegar el nazismo al terreno siempre extranjero de lo patológico, tal vez no sirva ni siquiera la memoria de Auschwitz como garantía para que no haya otro Auschwitz.

En lo político, diríamos que el nazismo opera como una metáfora inhabilitante. Recurrir al arsenal de imágenes del nazismo para operar sobre el debate político contingente es establecer la imposibilidad del adversario de participar del juego democrático. Es, justamente, inhabilitarlo para la vida democrática. Sostener que el otro es nazi o equiparable al nazismo es postular un imperativo de repudio moral. Con los nazis uno no comparte ni un palco, ni el predio del Parlamento ni se analiza su proyecto ni su relato bajo ninguna mirada crítica. A los nazis se los combate, se los juzga en Núremberg (o en Jerusalén)… No son, como dice en algún lugar el Tanaj, dignos de caminar entre la gente…

De los Hitlerjugend a Tupac Amaru
El imaginario del nazismo constituye, decíamos, un arma cargada. Las Juventudes Hitlerianas son un elemento significativo de ese imaginario. Creadas en 1926 como el movimiento juvenil del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), constituyeron el brazo educativo de adoctrinamiento de las nuevas generaciones de alemanes. El militarismo, el culto a la naturaleza y al deporte, se combinaban en sus actividades con la transmisión de los fundamentos de la teoría racial y el principio de obediencia al líder (Fuhrer prinzip). Lo que comenzó como un millar de jóvenes marginales en Munich llegó al inicio de la Segunda Guerra Mundial a ser una organización que agrupaba ocho millones de niños y jóvenes a lo largo y a lo ancho del Reich (que en ese momento abarcaba Alemania y Austria). Esta organización, que fue declarada de adhesión obligatoria en 1936, proveyó de cuadros y oficiales a todas las instancias del partido, y en especial a las diferentes unidades de las SS.

El Dr. Aguinis traza una analogía entre esta organización y la Tupac Amaru. Poco conozco de esa organización, pero entiendo que se trata de una organización social de carácter regional, de una de las zonas más postergadas del interior Argentino. Que mantiene un conflicto con el procesado empresario procesista Carlos Pedro Blaquier. Que han escrachado a algunos políticos conservadores en una región en la que los buenos negocios todavía se administran con criterios feudales. Que han hecho manifestaciones y algunas se han desmadrado. Que, según parece, han tenido actitudes agresivas, insultantes y hasta violentas con algún equipo de televisión.

Hay que hilar muy fino para trazar esa analogía que el Dr. Aguinis no se siente obligado a explicar. Que acaso no necesita explicar. Porque Aguinis, cuando editorializa en La Nación,  no escribe para cualquiera. Escribe para un público que no necesita mayores datos. “Al esclarecido le alcanza con indicios” dice un viejo Midrash. Va más allá el Dr. Aguinis. Nos explica que la analogía que provocaron las fuerzas no es completa. Si bien hay elementos de las fuerzas acaso paramilitares de Milagro Sala que nos recuerdan a las Hitlerjugend, igual hay una diferencia. Porque los Hitlerjugend, a diferencia de la legión de autómatas kirchnerista, ¡TENIAN IDEALES! Un ideal absurdo pero ideal al fin, nos dice Aguinis. Esas locuras de la raza superior…
O sea, según la lógica del prestigioso editorialista de La Nación, defensor de la democracia y de los derechos humanos, los kirchneristas son peores que los nazis. Porque aquellos si bien eran unos asesinos contumaces por lo menos lo que hacían lo hacían en nombre de un ideal, de una expectativa casi mesiánica de lo que ellos entendían como el mejoramiento del mundo. Que para mejorar al mundo había que eliminar unos cuantos millones de personas no viene al caso. Los seguidores de los K, en cambio, lo que quieren es ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la Nación.

El argumento es tan insostenible que Aguinis no se molesta en sostenerlo. Le basta con enunciarlo. Los K son peores que los nazis. Punto. Si la metáfora del Nazismo es inhabilitante, el enunciado de Aguinis cobra su tremenda dimensión. Si el nazismo es inhabilitante, ¿qué será el kirchnerismo, que según Aguinis es peor? ¿qué no tiene ideales?, ¿qué se apodera del país por una cínica sed de poder y riquezas?
Es este el punto en el que Aguinis interpela a sus lectores. Porque si los K son peores que los nazis, entonces, señora de las cacerolas, señor de la soja, ustedes son la Resistencia. Ustedes no son los resentidos que se mandan chistes y cadenas de mails sobre La Yegua y La Cretina. Son el Guetto de Varsovia, son los partisanos en armas de los bosques de Palermo, son los que luchan en inferioridad de condiciones contra un enemigo de una perversidad inaudita. Con escalofriante audacia, la manipulación de Marcos Aguinis no sólo inhabilita a un gobierno democrático, sino que habilita y legitima oponerse a ese gobierno por fuera del sistema. Con los nazis y con los que son peores que los nazis uno no comparte el Parlamento ni discute el relato. Se los combate, se los juzga y se los condena. Acaso habrá quien recoja el guante que ha lanzado el doctor Aguinis…

Lo banal
Desde una perspectiva completamente secular, soy de los que creen que hay que arrimarse al tema de la Shoa con una actitud reverente. Por respeto a la memoria de los muertos, por respeto a la vida de los sobrevivientes, y por la necesaria humildad que uno debe tener frente a lo inconmensurable. Hay quienes repudian todo uso de la Shoa y su campo simbólico en el debate político contingente. No creo que toda referencia sea repudiable. La Shoa no es un tabú. El estudio de la Shoa, la comprensión del nazismo y sus procesos, deben servirnos para entender mejor el mundo en que vivimos y que no ha cambiado tan radicalmente en los últimos setenta años. Por tanto, no es ilegítimo referir a la Shoa para hablar de este mundo. Lo que hay que combatir es la banalización, que mucho más cercana que de la negación lo está del olvido. Esa banalización ha alcanzado en la Argentina de 2012 un nivel de bajeza aterrador. Que el autor de este libelo sea un intelectual de renombre, un miembro comprometido de la comunidad judía, un defensor de Israel, lo hace todavía más perturbador.