Tras leer con mucha atención los comentarios de mis hermanos al artículo “Si Ruth fuera habitante de la Argentina, ¿sería enterrada en el Cementerio de Tablada?” surgió el deseo de expresar mi opinión respecto al debate que produjo el mismo. En otro artículo que escribí hace unos años, llamado «Una cuestión de moralidad», desde una perspectiva analítica traté de dilucidar en un debate, inicialmente religioso, los diferentes tipos de discursos. Uno de ellos es, el primero, es el que llamé «el soberano tras la legislatura», donde el clérigo, en ese caso, un Apostólico Romano, hace referencia a la palabra que para este religioso tiene una única interpretación o literalidad posible: la del Papa, su gran sacerdote.
Lamentablemente para los ortodoxos que hablan de un club con reglas rígidas, en nuestra comunidad no existe tal único sacerdote. Los rabinos ortodoxos sectarios no tienen más preminencia que otro conservador. Es triste, pero es así. Siempre existieron diferentes posiciones en la diáspora. A poco de ver, los Lubavitch fueron una posición más reformista que los hasídicos, y así sucesivamente.
Ahora bien, ¿qué club?, ¿qué reglamento?, ¿qué palabra? Si esto fuera así, que los que manejan la mutual en la Argentina se creen que son los dueños de esa «pelota» o ese «club», hay sólo dos formas de solucionarlo. O dividimos el judaísmo en dos partes y creamos otra mutual en Argentina, con cementerios judíos y sin el gran nivel de intolerancia que caracteriza a la ortodoxia; o bien coincidimos en una solución dentro de la ley judía, que no es inmutable y eterna, es hermenéutica y progresiva. No olvidemos que nuestra Torah tiene un Levítico, y que éste es puramente interpretativo.
Me parece muy bien el debate, pero esta posición para mí es totalmente desacertada y lleva al desastre total.
Muchos pueblos desaparecieron de la faz de la tierra, muchas civilizaciones dejaron de existir en la historia y muchas culturas ni se conocen. Quizás la nuestra esté destinada a perecer, quizás no. Nosotros decidimos.
Debido a mi afición por la música clásica, escucho asiduamente una magnífica versión del Kol Nidrei de Max Bruch interpretada por Jacqueline du Pré, la genial chelista conversa al judaísmo. Una pieza magnífica, interpretada con una pasión pocas veces repetida. ¿Qué haríamos con ella? Me gustaría que aquellos que hablan del juego y las reglas me lo digan.
Por las dudas, por si ahora surgiera la descalificación por la persona, me considero suficientemente capacitado para dar un debate serio sobre este tema. Soy puro, mis hijos son puros, mi familia lo es. Pero de hecho, ¿si no lo fuese qué?, ¿quién está en condiciones de hablar con más autoridad?, ¿un ortodoxo?, ¿qué pasa si se le quitara a ese sector los privilegios y los fondos que en Israel tienen los que no trabajan, y además se investigara el origen de sus fondos?
Quizás de ese modo comenzaríamos a ver quién adora el becerro de oro y es lapidado por Moisés. ¿Acaso estos veneradores de la literalidad de la palabra, siempre en cuanto los beneficie, se olvidan que aquél utilizó la propia Ley para castigar al pueblo destruyéndola?
Igualmente, nunca pensé que esta pequeña reflexión iba a tener tanto interés, en el fondo es como nuestra comunidad, la suma de cada uno de nosotros, los viejos, los medios, los nuevos, los tolerantes, los intolerantes; todos somos un engranaje de algo mayor.
* Profesor titular de Derecho y director de investigaciones en la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires, y Profesor adjunto y Doctorando de la Facultad de Derecho de la UBA.