Adelanto del libro que denuncia el rol de la dirigencia judía frente a los atentados

“Brindando sobre los escombros”, de la denuncia al encubrimiento

El 1ero de julio Editorial Sudamericana lanza el libro donde el abogado y periodista Horacio Lutzky, ex director de Nueva Sión, condensa años de investigación propia sobre la causa del atentado a la Amia. La esclarecedora obra revela la manera en que la dirigencia judía nacional protagonizó una serie de episodios interrelacionados que trazan un trayecto en sentido contrario al esclarecimiento.

Por Horacio Lutzky *

Desde la llegada de Mahmud Ahmadinejad a la presidencia de Irán, no ha cesado de escalar la tensión entre dicho país e Israel, los Estados Unidos y las colectividades judías del mundo. Las reiteradas amenazas por parte de líderes iraníes de borrar de la faz de la Tierra a Israel, junto a los amagues del Estado judío de atacar a Irán, para intentar abortar sus planes de desarrollo nuclear, afectan al mundo entero. La Argentina, además, ha denunciado en varias oportunidades la falta de colaboración de la República Islámica con los requerimientos de la Justicia de nuestro país sobre funcionarios iraníes acusados de participar en el atentado a la AMIA, que en 1984 causara 85 muertes y cientos de heridos.

Es difícil encontrar en la actualidad enemigos más encarnizados que Irán e Israel, lo que a su vez arrastra al conflicto, voluntaria o involuntariamente, a las expuestas comunidades judías latinoamericanas y europeas. Su natural adhesión y la simpatía con la existencia y los logros del Estado judío han sido históricamente manipuladas por los gobiernos israelíes de turno para obtener un apoyo a las políticas de cada momento, incluso aquellas que son repudiadas por amplios sectores de su propia población.

El alineamiento acrítico y la obsecuencia generalizada de la dirigencia de la colectividad judía han sido la nota habitual en las últimas décadas, actitud motivada muchas veces en viajes, honores y prebendas, más que en convicciones ideológicas o políticas. Por su parte, los representantes oficiales israelíes suelen reclamar el alineamiento de la diáspora ante cada crisis. Así, por ejemplo, cuando el abordaje israelí a la flotilla de bandera turca que pretendía romper el bloqueo a Gaza finalizó la noche del 31 de mayo de 2010 con nueve muertos en uno de los barcos y el repudio generalizado a Israel, Rafael Eldad —quien fuera embajador de Israel en la Argentina y recientemente asumiera como subdirector adjunto de la Cancillería israelí— apeló al apoyo de las comunidades judías de todo el mundo y pidió que ese apoyo fuera activo: “No es suficiente que se expresen a favor, necesitamos que salgan a la calle, a los medios, y defiendan a Israel, cada uno en su ámbito también”. Es lo único que esperan los emisarios israelíes: apoyo incondicional, ningún cuestionamiento.

Lo cierto es que hay temas que en las conducciones comunitarias constituyen un tabú, y que para los dirigentes no merecen ser siquiera mencionados. Entre ellos, la existencia de intereses contrapuestos entre Israel y las diversas comunidades judías. Divergencias que, si fueran debidamente asumidas, permitirían un diálogo adulto y no una mera relación subalterna a las necesidades del Estado judío.

 

Al menos en dos oportunidades, esa contradicción de objetivos afloró trágicamente en la Argentina, con centenares de víctimas producidas entre judíos argentinos.

En primer lugar, durante la última dictadura militar argentina de 1976 a 1983, autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional”, a la cual Israel le vendió muy importantes cantidades de armas mientras la represión afectaba desproporcionadamente a miembros de la colectividad judía en relación con el porcentaje de judíos en la sociedad argentina, ensañándose especialmente con los detenidos de ese origen, y con el antisemitismo constituyéndose como ideología oficial apenas disimulada.

Además del suministro de armas, se desarrolló un canal de colaboración entre el siniestro Batallón 601 de Inteligencia del Ejército y los servicios de inteligencia israelíes, mientras represores argentinos y militares israelíes coincidían en prestar onerosos servicios contrainsurgentes en Centroamérica. Las justificaciones de Israel pueden ser diversas, desde la necesidad de fortalecer la propia industria armamentística como vector esencial de supervivencia del Estado, en un entorno de amenaza bélica permanente, hasta la conveniencia, con relación al caso argentino, de colaborar con un gobierno militar que combatía a guerrilleros montoneros que se encontraban asociados a organizaciones palestinas e intercambiaban entrenamiento y know-how en el Líbano.

Las violaciones a los derechos humanos por los gobiernos receptores de asesoramiento y armas no eran un impedimento para el cumplimiento de los objetivos propuestos, cuando eran los únicos mercados abiertos para las ventas israelíes. Y si los judíos argentinos eran objeto bajo la represión militar de un hostigamiento y una persecución superiores a los padecidos por el resto de la población, para el pensamiento sionista clásico “eso les pasaba por no haber ido a vivir a Israel”. Mientras tanto, las dirigencias judías locales, atadas a esos intereses y compartiendo algunos beneficios, guardaban silencio y pedían a sus similares norteamericanas que no alzaran la voz. No había motivo para alterar la política para con la Junta Militar argentina.

 

En segundo lugar, los judíos argentinos pagaron cruentamente, las consecuencias -en este caso no previstas- de negociaciones y acuerdos reservados de Israel, con los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA y su posterior encubrimiento. Si bien, como antes mencionábamos, Irán e Israel son hoy enemigos supremos, desde los años setenta y hasta el atentado a la mutual judeo-argentina existió una red de tráfico de explosivos y armas israelíes, norteamericanas y argentinas, hacia Irán o hacia intereses iraníes, que tuvo a Buenos Aires como una de sus bases principales. Dicho entramado atravesó distintos gobiernos argentinos desde la dictadura y no fue inventado por el menemismo, si bien durante el gobierno de Carlos Menem alcanzó su cota más alta y su mayor nivel de descontrol. Al punto que sobran indicios que señalan a esa misma red de tráfico ilegal como fuente de la carga explosiva que demolió la AMIA. Es decir, los perpetradores de las masacres podrían encontrarse entre quienes tenían negocios compartidos con algunos de los destinatarios de los ataques.

Otra vez, los judíos argentinos son víctimas de los juegos de guerra en los que participa Israel con el aval de dirigentes locales. Dichas actividades involucraron un tráfico millonario, con un porcentaje no desdeñable del producto bruto israelí, pero además —y fundamentalmente— tornaron en millonarios a intermediarios y traficantes de toda laya, incluyendo políticos, militares, funcionarios de varios países y algunas personalidades comunitarias.

 

* Abogado y periodista. Ex director de Nueva Sion. Autor del libro “Brindando sobre los Escombros (Sudamericana, 2012).